Mujeres de campo: la abuela de todos

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Tiene 84 años, es nativa de Congojas, un pueblito a mitad de camino en la carretera hacia Cartagena, en Cienfuegos, pero desde hace dos años, aproximadamente, vive en Rodas, la cabecera municipal. Su casa es el Hogar de Ancianos, institución que da cobertura, además, a los viejitos de otros dos territorios vecinos: Aguada y Abreus.

Cuerpo menudo, pelo cano y rostro surcado por arrugas en señal de una larga vida, pero aun así se mueve con soltura y regala su amplia sonrisa a todos, adornada por unos bellísimos ojos azules en los que no encuentro huella de tristeza alguna.

Me le acerco y pregunto con cierta reticencia, porque en estos casos siempre resulta una interrogante difícil.

¿Tiene hijos, abuela?

‒ “No mija, no tuve”.

¿Y su esposo, vive con usted acá? ¿Falleció?

‒ “No, nunca me casé ni tuve hijos, ¿no has escuchado eso de que en todas las familias del campo siempre había una solterona? Ah, bueno, pues en la mía fui yo”.

Juro que en ese preciso momento hubiese querido dar atrás y no haber formulado nunca las preguntas, pero a pesar de mi inoportuna intromisión, las incómodas interrogantes no lograron borrar la sonrisa de Blanca Estopiñales Monzón.

De estatura pequeña, andar seguro y vivaracho con su blusa de cuadritos rojos, negros y blancos, sus azules ojos inquisitivos casi me piden a gritos que le pregunte más.

¿Que cómo está la comida? Unos días mejor que otros, pero se puede comer. Sí, acá me tratan muy bien, hay buenas condiciones y no siento la soledad, tengo de sobra con quien conversar”.

Después de ‘roto el hielo’ quisiera preguntarle más, ¿si es tía, dónde están los sobrinos, que fue de su casa, sus objetos personales…? Pero temo que su mirada se torne triste y además tampoco deseo cortarle la iniciativa, porque ahora es ella quien lleva las riendas del diálogo.

¿Tú sabes? Aquí me dicen ojos bellos, y yo orgullosa”, me dice. Y cuando espero nuevas revelaciones, se incorpora a sus actividades habituales y vuelve con sus compañeros de Hogar. Atrapada por la vorágine del trabajo de cobertura me lamento de dejar tantas preguntas en el tintero: ¿si le gusta la cocina, hacer dulces caseros, si sabe coser o tejer? Porque es que ella debió haber sido una hacendosa mujer y no la imagino sin una enorme prole. Allá se queda ella, en el Hogar de Ancianos, la opción que más le acomodó para vivir, acompañada de tantos abuelitos, y mi promesa de volver.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

Un Comentario en “Mujeres de campo: la abuela de todos

  • el 17 julio, 2017 a las 9:46 am
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    Este lugar siempre deja deseos de volver.

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