Mi niña tenía un tumor

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La pequeña Noemí no despertaba, perdió el conocimiento y deliraba; fue el comienzo de la pesadilla que hace dos años oscureció la vida de una madre. Tal conmoción devenía paradoja, pues la estancia en “Aires Libres”, despejado nombre del hotelito, sito en el poblado marino de El Castillo de Jagua, había sugerido a la joven días de descanso, sin embargo la sombra del peligro acechó.

“Era el tercer día de vacaciones allí, en aquel agosto hace dos años, junto a mi actual esposo y mis hijos Noemí y Enmanuel. Ante el contratiempo me convertí instantáneamente en una zombi, no creía la realidad; mi niña de siete años no reaccionaba a nada, corrimos a buscar una ambulancia y la llevamos al policlínico conocido como de la ‘Ciudad Nuclear’, se puso grave.

“Remitieron al ‘código rojo’ del Hospital Pediátrico Paquito González, de Cienfuegos, yo pensaba que no daba tiempo a que llegara la transportación, ella no sentía nada, ni las inyecciones”. Elizabeth describe los hechos, como quien cruzó el umbral de lo soportable, pero la agonía tuvo alivio en el ‘Pediátrico’. Allí la niña se recuperó del letargo, la dejaron ingresada, luego le practicaron resonancia contrastada, con yodo y vieron la lesión:

“El diagnóstico lo hizo un neurólogo del Hospital ‘Gustavo Aldereguía’; mi niña tenía un tumor en el lado izquierdo del cerebro. La llevamos para La Habana y en septiembre hicieron una operación exitosa, le extirparon todo, se recuperó muy bien, durante un mes la observaron, pero desde el primer día subía la mano y el pie”.

La fe le nace en medio del dolor ante cualquier indicio de vitalidad, por eso el restablecimiento inmediato fue el resquicio misericordioso, donde halló esta madre un latido de esperanza. Resultó un alto en el camino para enfrentar ulteriores contrariedades:

“Posteriormente la remitieron al Instituto de Oncología y decidieron que llevaba quimioterapia oral. El tumor era maligno grado IV y la pastilla indicada, temozolomida, no la hay en Cuba, es producida en laboratorios de Estados Unidos. Yo no me quiero acordar, la depresión me ocasionó pérdida de peso, insomnio, desesperación.

“Entraron tres pomos por donación, ella llevaba cinco y para completar le pusieron sueros como ‘fármaco similar’ y radioterapia’”.

Muestra los artículos periodísticos como memoria gráfica de los ángeles de la guarda de Noemí: “Tengo, además, fotos como cortesía de un periodista de la Agencia Francesa de Prensa que nos visitó varias veces en La Habana”.

Cuenta entre los avatares que a la pequeña hubo que explicarle la pérdida de pelo y el por qué de los pinchazos:” Pero en el hospital daban actividades a los niños y alejaban la tristeza; también tienen salas de juegos, libros. Allí iba Pablito FG, el cantante; daban regalos, siempre estaban entretenidos, pero claro, a la mía, le gustaba más el pase, venir a su casa”.

Entonces Elizabeth mira en derredor. Vive ahora junto a sus padres, Noemí, Enmanuel y su tercer hijo, el recién nacido Caleb, fruto de las segundas nupcias.

La vida le deparó prolífera y temprana maternidad, cuestiones insospechadas, cuando a los 15 años aprobó el casting para la Escuela Nacional de Arte (ENA) y partió a la capital a estudiar la especialidad de Variedades.

“Fue muy linda esa etapa, pues lo que me gusta es bailar y hasta hacía las prácticas aquí, en el cabaret Costa Sur. Pero entonces la vida me jugó la primera mala pasada; mi mamá enfermó de cáncer de mama y desde entonces es también paciente oncológica”.

Su casa es el primer piso de un biplanta dividido para dos familias.

“Noemí ha tenido las defensas bajas, le aplican Leucocín y hacemos caldos con patas de gallina. Gracias a Dios cuando hemos contraído virus, ella ha quedado a salvo. Desde 2015 estoy en una lista para mejoría de vivienda, y hay 59 menores en dicha relación”.

Durante la estancia operatoria esta mamá estuvo ausente de la Dirección de Inspectores Supervisores (DIS), adscripto al gobierno, al cual pertenece. Luego mediante baja temporal permanece subsididiada como madre cuidadora y posee una chequera de 167 pesos.

“Sí, todo ha salido bien, hasta las maestras han venido a la casa por propia voluntad, no me ha faltado solidaridad humana. Confío en que un día la Asistencia Social me favorezca”.

Es recurrente en su vocabulario la palabra “destino”, la pronuncia de forma positiva, como si la sobrevivencia de su hija deviniera resorte de optimismo, por eso su tez denota resiliencia y un halo esperanzador.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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