Marianela camina descalza

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“Iba descalza: sus pies, ágiles y pequeños denotaban familiaridad consuetudinaria con el suelo, con las piedras, con los charcos, con los abrojos”. Así describe a la Hija de la Canela, Benito Pérez Galdós (Islas Canarias, 1843-1920) en Marianela (1878), uno de los textos que la crítica literaria ha clasificado dentro de sus novelas de tesis.

Esta —junto a seis restantes obras circunscritas en dicha categoría—, representa uno de los materiales de ficción referenciales de Galdós; escritor que llega hasta nuestros días como el creador más prolífico de su generación, con alrededor de 100 novelas publicadas, engordando dicho arsenal sus famosas series de Episodios nacionales: excelsa crónica histórica del siglo XIX peninsular.

Sobre su trayectoria —que incluyó también al teatro y el periodismo—, el catedrático mexicano Max Aub expresó que: “como hizo Lope de Vega, Galdós asumió el espectáculo del pueblo llano, y con intuición serena, profunda y total de la realidad, fue devuelto como hiciera Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. Ningún escritor fue tan popular, ninguno tan universal desde Cervantes”.

Y es que el espíritu creativo galdosiano revirtió los anales novelescos finiseculares del XIX en España —sobre todo—, apartándose del imperante romanticismo para arribar tardíamente al realismo que caracterizó las letras en la península, dominado por la expresividad y los matices sicológicos de los personajes.

La breve descripción al inicio de esta reseña, es solo una pincelada entre los múltiples universos femeninos configurados por Benito a lo largo de su trayectoria. En consecuencia, muchos admiradores no dejaron de llamar la atención sobre sus habilidades para construir y esbozar estampas de esta tipología.

Al leer las páginas de la jovenzuela de 16 años, “de rostro delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduzcas (…) negros y vividores los ojos”, nos percatamos del candor galdosiano bajo un estilo directo, ocultando el academicismo que luego se establece en un balance —cuando lo estima necesario—, entre el lenguaje culto y el coloquial, que hace eco durante los cortos diálogos, de una manera admirable.

El discurso familiar, provinciano, es el más privilegiado, y especialmente en Marianela se logra con soltura, pero quizás en menor medida comparada con otros textos semejantes como La Fontana de Oro, Doña Perfecta, Gloria y La familia de León Roch.

“Sabía hacer hablar al pueblo como nadie”, afirmaba Pío Baroja, compatriota y colega suyo, quien también detectaba en las obras del canario la realidad de las cosas y sus gentes, porque a la larga, aquello que llamaron “realismo” en el siglo XIX literario, consistía en el descubrimiento de esencias y no en la mera descripción de apariencias.

Así pues, entre los pasajes del libro, están las gigantescas minas de Socartes; abarcadoras, palpitantes, que el autor de Fortunata y Jacinta nos describe al paso con no pocos asombros. Pero dentro de esa caldera enorme de piedras calaminosas hace colisionar a la protagonista y al rosario de caracteres que la rodean, frente al pesimismo, la codicia, especulación, la fantasía, las esperanzas, pero también contra el irracionalismo más patético.

Es probable que los lectores de Marianela puedan justificar de algún modo el final trágico que Galdós le impregna a su narración, porque en definitiva: “nunca se le dio a entender a Nela que había nacido de criatura humana (…) que en su pequeñez fenomenal llevaba en sí el germen de todos los sentimientos nobles y delicados (…), en cambio todo le demostraba su semejanza con un canto rodado, el cual ni siquiera tiene forma propia, sino aquella que le dan las aguas que lo arrastran y el puntapié del hombre que lo desprecia”.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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