María, llena eres de gracia

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María, llena eres de gracia (Joshua Morston, Colombia-Estados Unidos, 2004), encuentra una estructura narrativa ideal para su relato de traza y aliento realistas: ni la grafía en exceso filodocumental de algunas expresiones latinoamericanas, ni los plus endorfínicos o las cargas melo hollywoodenses, ni la cansina morosidad del cine de qualité francés…

Es una película sin vicios ni tendencias de tipo alguno, como hecha por alguien que ve a la pantalla cual un interlocutor con quien compartir las humanidades de personajes observados por la cámara de una manera natural y desprovista de retoques de puesta en escena, de más afeites dramáticos que los necesarios. Cosa que no entraña rusticidad en el lenguaje fílmico, ni tanteos caligráficos o algo parecido. Simplemente era la cuerda exacta donde debía moverse el equilibrista Marston para que su película se distinguiese por ese toque de “mira, esto es como lo estás viendo” que la define.

El filme narra la experiencia de María Álvarez, joven colombiana de 17 años hastiada tanto de la pobreza y el limitado ángulo de visión futura de su pueblucho como de su estúpido novio, quien ni valora la clase de mujer que es ni al hijo en formación que ella lleva entre el ombligo y la espalda. Si se sabe que una mujer desesperada resulta capaz de todo, no extrañará entonces que María entre en el negocio de las “mulas” o el correo de drogas. En su primer viaje a USA deberá llevar dentro de su estómago 62 pepas de látex rellenas de heroína; si se le destruye una sola en su interior morirá al instante, si las roba en los Estados Unidos matarán automáticamente a su familia en Colombia; si se arrepiente no le sucederá nada, pero perderá el dinero de su esperanza y lo hará otra por ella.

El cineasta independiente norteamericano Marston llegó a esta historia a través de su vínculo con la comunidad colombiana de Nueva York y con Don Fernando, uno de sus líderes, quien a lo largo de años se ha encargado de devolver a su país los cuerpos de centenares de estas muchachitas muertas en el intento de trasladar droga en su vientre hacia Norteamérica. Para protagonizar a María, centro, esencia, corazón de su filme, buscó a una joven actriz tan bella y (entonces) desconocida como inmensa en su variedad de registros: Catalina Sandino Moreno. Descuella la capacidad histriónica de esta revelación, cuya labor aquí justipreciara el jurado del Festival de Berlín al entregarle el Premio a la Mejor Actriz.

Cámara en mano, Marston le sigue sus pasos a María por Nueva York, desde el minuto en que abandona el hotel donde muere una de sus colegas en el vuelo al reventársele una bolsa dentro, pasando por el instante en el cual llega a casa de la hermana de la fallecida y no tiene inicialmente el valor para contárselo, hasta el momento en que -ya en el aeropuerto, a punto de retornar a Colombia- decide quedarse en Norteamérica. El único detalle que le han podido encontrar algunos críticos a esta obra es justamente su cierre, el que aseguran es, “en extremo pragmático”, o “en cierto modo edulcorado”. No lo creo. Me parece consecuente con el perfil psicológico del personaje central y con la línea de la narración. Precisa entenderse este desenlace desde la perspectiva del personaje, no desde perspectivas ideológicas.

María, llena eres de gracia es una cinta redonda, que tiene un hipnotismo o poder casi de realidad virtual para zambullirnos de a pleno en otra realidad bien real. Constituye un filme cuyo sustrato antropológico e intención de denuncia no supera su vocación de estudio de la riqueza del carácter humano, de sus múltiples contradicciones.

Es una película sobre el prisma de posibilidades de reacción del ser humano ante la adversidad. Es una película sobre la adversidad: de los pueblos, de los hombres; de la que a éstos les provoca el orden semirracional de un mundo en muchos casos vacío de gracia y llenos de Marías.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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