Madres, divinas y reales

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Madre, biológicamente, es quien gesta y lleva en su vientre a los hijos hasta que están listos para nacer. Los da a luz y los alimenta a través de la lactancia durante los primeros momentos de la vida. Pero hay una comprensión social mucho más profunda de este concepto, madre es también la que ama, protege, educa, procura el sustento, aún cuando no haya realizado las funciones biológicas que implica la maternidad.

Desde la antigüedad está presente la adoración de la figura materna, que era representada como deidad. Una diosa madre encarna la fertilidad, en algunas culturas, además, se relaciona con la Madre Tierra.

En las tradiciones occidentales, se simbolizó de muchas maneras, desde las imágenes talladas en piedra de la diosa Cibeles hasta la que se invocaba junto a Zeús en el oráculo griego. El poeta Homero cantaba uno de sus versos a la diosa madre, el «Himno a Gea, madre de todo».

Desde tiempos remotos, los sumerios escribieron muchos poemas eróticos sobre su diosa madre Ninhursag. Las representaciones de estas divinidades, generalmente, resaltan atributos como las caderas, los senos o el vientre, y precisamente en el volumen corporal radicaba la belleza.

Entre las diversas figuras encontradas durante excavaciones arqueológicas, quizás una de la más famosas sea la Venus de Willendorf. Muchos especialistas consideran que podría ser unas de las primeras expresiones del culto a la maternidad.

En las antiguas religiones de la india, tenía un lugar importante la diosa Áditi, la madre de todos los dioses. En el Popol Vuh, el libro sagrado Maya, la joven Ixquic quedó embarazada del Árbol de Jícara y dio a luz a los dioses Hunahpú e Ixbalanqué. Ella es la Diosa Madre Maya. La egipcia Isis era venerada como Diosa Madre, diosa de la maternidad y del nacimiento y fuerza fecundadora.

La Cibeles griega era adorada entre los romanos como Magna mater, Gran Madre, es otro ejemplo, así como Venus, considerada la madre del pueblo romano por haberlo sido de su patriarca Eneas.

Gaia o Gea fue para los griegos, por excelencia, la madre tierra, y entre los antepasados de la tierra azteca, Cihuacóatl, «Mujer Serpiente», era la diosa de los nacimientos, patrona de las parteras, los médicos y los curanderos, y de todo lo relacionado con dar a luz, ella salvó a sus hijos de la destrucción del mundo y lloró por su futuro mientras pronosticaba el fin del imperio de Tenochtitlán.

Pero muchas madres de carne y hueso también se han ganado un lugar en nuestros altares personales y colectivos y hasta ellos han llegado por motivos muy diferentes, algunos incluso bastarían para remover mitos y vivir la maternidad con total entrega, pero sin abandonar los sueños y aspiraciones personales.

La célebre física María Curie, polaca de nacimiento, estudiosa de la radiactividad, hizo ciencia al tiempo que criaba una hija, la brillante Irene Joliot Curie, física química francesa galardonada igual que su madre y su padre, con el premio Nobel de Química en 1935. La tenista belga Kim Clijsters, considerada entre las mejores de todos los tiempos, se retiró del tenis a los veintitrés años luego de tener su niña y al cabo de dos, regresó al mundo profesional para convertirse en la primera mujer que ocupa el número uno del ranking mundial de esa disciplina luego de ser madre. Bárbara García, primera figura del Ballet Nacional de Cuba, regresó a los escenarios luego de dar a luz y dejó a casi toda la crítica especializada de acuerdo en una opinión: la maternidad la hizo mejor bailarina.

¿Que cuesta el doble de trabajo? Puede ser, pero aquella idea de que la maternidad implica renunciar a los sueños y aspiraciones personales ya tendría que haber pasado de moda.

La joven norteamericana Anna Jarvis, admiró a su madre que trabajaba en organizaciones de mujeres y cuidó heridos durante la Guerra Civil, así que luego de su muerte en 1907, impulsó la petición de hacer el Día de las madres una celebración nacional, con la inspiración de honrar a todas la mujeres que habían contribuido con la humanidad en general y no solo a un hijo en específico.

Muchas madres se han entregado como si hubieran parido a todo un pueblo, y los cubanos tenemos el orgullo de ser hijos de Mariana Grajales, la madre de los Maceo. Se fue a la manigua durante las primeras etapas de lucha de los cubanos contra el colonialismo español, curó heridas, también las de sus propios retoños, que heredaron el espíritu, el carácter y el valor de la madre de los Maceo.

A Juana Azurduyuerda se le reconoce como la libertadora de Bolivia, se incorporó junto a su esposo a las guerras de independencia hispanoamericanas por la emancipación del Virreinato del Río de la Plata contra el Reino de España, nada menos que Simón Bolívar la ascendió al grado de Coronel, parió cinco hijos y perdió cuatro, por motivos del hambre y las penurias de la guerra.

Mucho más cercanas en el tiempo, las madres y abuelas de la Plaza de Mayo, han protagonizado una de los movimientos socio-políticos más impresionantes del continente, a través de la resistencia pacífica, dan hasta hoy la batalla porque se haga justicia a las víctimas de la cruenta dictadura militar que vivió Argentina, todos son hijos para ellas, que se sienten, cada una, madre de una generación completa.

Hay mujeres que han dado el alma por hijos que no parieron, Celia Sánchez es uno de los nombres enormes que lo demuestran, pero alrededor nuestro, seguramente hay muchas que confirman esa verdad en la vida cotidiana.

Madres reales, con cansancio, dolores y alegrías, con otros amores y razones en la vida o entregadas a los hijos como único amor. Madres sosegadas o volcánicas, divinas en su justa medida de ser y maternar.

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