La Juventud en el relato de Carrazana

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Su historia es larguísima. De vez en vez hay que tirar el carrete de hilo al suelo para no perder la ruta que marca el relato. Lo sigues por cada una de las canales que conforman su vida, como si fueras un ayudante de guerra. Sientes los tiros y bajas la cabeza. Él lo particulariza todo, lo vuelve a revivir con una memoria impresionante. No para de hablar y el carrete sigue corriendo, se te escapa de las manos…

Ramón Carrazana Prieto nació a la misma hora que el Ejército Rojo respiraba por vez primera en la plaza más importante de Moscú. Dos fetos, dos historias diferentes. “Me gusta enlazar mi vida a esa coincidencia; para mi marcó el destino de lo que fui y soy; no sé, me da un buen presagio…, ambos luchamos por un mundo mejor, salvando las distancias”, dice el héroe anónimo y los papeles duermen entre sus manos, no hacen falta. Él sabe cada uno de sus pasos como soldado y líder político en la Juventud Comunista de Cuba.

Una partera, antiguamente se le llamaba así a quienes recibían a los niños al nacer en la zona rural de la Isla, calmó su primer llanto en una finca de Topes de Collantes, al interior del Escambray cubano. Tenía diez años cuando pisó por primera vez una escuela y un poco más cuando un terrateniente le puso fin a sus días felices en esa zona.

Dionisio —así se llamaba mi papá—, a partir de ahora debe entregar la mitad de la cosecha de café; de lo contrario le doy 24 horas para que desaparezcan, si no le damos candela a la casa con la familia adentro”, escenifica Carrazana con la voz gruesa y medio ronca, como si fuera el mismísimo terrateniente que les hizo saber en 1958, que la tierra no era de todos.

A la finca Los Mangos, en Barajagua, lugar donde se asentó luego la familia, llegó la noticia del triunfo de la Revolución cubana y en enero de 1960 con apenas 14 años ya era lista en la otrora Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) y en las Milicias Nacionales Revolucionarias Campesinas. A partir de ese instante su vida rompió con la genética campesina y se convirtió en un soldado; tiempo después, en político por dos décadas.

I

Hacíamos guardia con escopeta para cuidar la tienda del pueblo y la escuela, imagínate, había bandidos que querían cortarles las alas al proceso revolucionario, como si tal cosa hubiese sido posible (…) Luego de eso vino la escuela militar en el aeropuerto de Cienfuegos; largas horas de entrenamiento y al término de un mes ya era miembro del batallón 317, el cual participaría en la primera limpia contra el bandidismo en el Escambray”, relata y deja ver a ratos su sonrisa cargada de añoranza.

¿Tiene marcas de guerra?

Participé en cercos y operaciones durante seis meses, incluso le serví de guía al Comandante Antonio Sánchez; era práctico en la zona del Escambray y eso sirvió de mucho (…) Disparamos de día y de noche, hubo heridos y muertos, pero yo salí ileso (…)

“Un día capturé a un bandido, por curioso, y arriesgado: salí del campamento y cerca de un río vi unas muchachas lavando, enseguida me llamaron para decirme que detrás de unas rocas había un hombre que no paraba de toser. Verifiqué y no vi nada. Ya casi de regreso viene corriendo una de ellas con un recado. El hombre se quería entregar. Estaba herido, pero debía ir al encuentro desarmado y así mismo lo hice. Le decían Chichi, y en efecto, era un contrarrevolucionario con heridas de balas del último combate”, agrega y toma un descanso en el discurso. Mira el entorno unos segundos.

Apenas Ramón había cumplido 15 años de edad y ya era diestro con el armamento; también había cortado con la guataca y los genes campesinos.

La alegría de estar junto a la familia duró poco. El 10 de abril de 1961 ya anunciaban por la radio el alistamiento del batallón 317 ante una posible invasión de Estados Unidos a Cuba. No fui a Girón, me tocó defender la ciudad por si ocurría un ataque. De hecho, hubo uno a la pista del Aeropuerto; un B-26 ametralló con todo la zona, pero nosotros también le dimos, se vio humo en el cielo…”, dice y vuelve a manosear los papeles que tiene en una carpeta negra. Silencio.

II

Parecía que 1961 iba sería el último año en que tocara un arma. Las presiones externas e internas continuaban asediando la compactación revolucionaria, pero nada en verdad lo suficientemente peligroso como para volver a los campamentos de guerrillas. En el campo ideológico era donde las batallas tenían una definición importante, donde él plantaría bandera por más de dos décadas como dirigente de la juventud cubana.

¿Ya se había casado? Lo digo porque en el campo la gente se casa rápido…

No. Empecé a estudiar en centros de capacitación. Luego me mandan a Trinidad, una región de compleja situación en esos primeros tiempos de la década del 60. Nuestra tarea era impulsar la producción de café y algodón; las movilizaciones no paraban, la gente iba con un sentido de responsabilidad tremendo. (…) No me quedé fijo en un mismo lugar, pasé por Banao, Manicaragua…, Cienfuegos”, explica al detalle cada lugar, como si fuera una cámara fotográfica que no quiere perder los zoom de una entrega total a la causa revolucionaria. Y mientras habla, uno se imagina al joven vestido de verde, al muchachón que baja y sube de los camiones con banderas que dicen “Aquí no se rinde nadie”, al hombre nuevo que cortó la genética campesina y se hizo rebelde. Al héroe anónimo que habita en las habitaciones pulcras de la historia no contada.

Te tocó vivir una época de mucha efervescencia revolucionaria, la juventud tuvo un papel determinante en la consolidación de las reformas propuestas por el proceso emancipador… ¿te sientes orgulloso?

Espera. Déjame contarte que al concluir la Escuela Nacional de Cuadros Políticos Osvaldo Sánchez, en la Cabaña, La Habana, integré una comisión multidisciplinaria para realizar un estudio socio-político en las unidades militares de ayuda a la producción (UMAP) en Camagüey durante cuatro meses (…)

Carrazana lee periódicos y revistas. Ama la historia. En unas trece páginas escribió cronológicamente su quehacer revolucionario. /Foto: Karla Colarte
Carrazana lee periódicos y revistas. Ama la historia. En unas trece páginas escribió cronológicamente su quehacer revolucionario. /Foto: Karla Colarte

Con solo 23 años se me aprobó la doble militancia, la de la Juventud y la del Partido. Tuve una activa participación en el II Congreso de la UJC, en 1972, sobre todo, en la implementación de los acuerdos a nivel de base en Cienfuegos. Después me trasladan a Matanzas; allí también di lo mejor de mí, tuve mucho trabajo; tiempos bonitos en que veías crecer el retoño de lo que había prometido ser la Revolución; tiempos de las brigadas rojas, donde los jóvenes realizaban disímiles actividades productivas y estudiantiles (…) También participé en el III Congreso de la UJC, en el cual dirigí el proceso orgánico a gran escala, a corta escala. Fui electo miembro del Comité Nacional en representación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias; seguía activo en esa organización además (…) Luego llega el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, un evento cargado de esperanzas, razones comunes y que Cuba asumió con una entrega total. En ese tiempo conocí personalmente a Fidel Castro, dialogamos, incluso, por breve tiempo; había una delegación que quería retirarse del evento”, dice y sigue hojeando el manuscrito, su historia escrita con bolígrafo azul.

¿Ya se había casado?

No. Déjame seguirte diciendo cronológicamente todo lo que hice…”, y admites que ser su compañero de guerra no es avisarle cuando las balas están de más en el cañón, ni tratar de humanizarle el camino. Su compañero de guerra debe estar atento a la trayectoria del proyectil, porque en ese recorrido curvilíneo va la vida misma.

III

El viaje a la antigua Unión Soviética al frente de una delegación de jóvenes militantes de vanguardia le dejó un sabor inquietante en 1977. “Leonid Brézhnev era el presidente, y los jóvenes de Kiev lo llamaban el impostor. Muchos soviéticos nos velaban en las noches cuando estábamos en el hotel para proponernos que le vendiéramos los pantalones pitusa que llevábamos, era un símbolo de occidente (…) Había contradicciones ideológicas en el seno de aquella revolución y eso lo notamos en esa visita”, agrega.

Solo dos años después de aquel vuelo a Europa del Este, Carrazana emprende otro más largo y peligroso: Angola. “Estaba designado como político de la UJC en el frente de Cabinda, una región muy apartada, y de compleja situación. Solo estuve allí meses; pasé más tarde a jefe de sección de la UJC en la misión de Angola por año y medio (…) Dormía muy pocas horas, había seis frentes de combate. Mi trabajo era con las tropas, esencialmente político (…) La vida en la guerra es indescriptible; ves mucha sangre y casi todos los días había combates con muchos heridos. Casi todos eran jóvenes, a excepción de los jefes, muchos cumplían el servicio militar. Esa fue una guerra muy dura… todavía recuerdo sus escenas. Regresé en 1981”, reconoce y de cierto modo lo corto en su discurso.

¿Y no le enviaban cartas de amor a Angola?

Estás loca por enterarte de esa parte. Yo me casé el 29 de abril de 1969. Claro, recibía y mandaba, ya tenía dos hijos en ese momento. Llevamos 52 años de matrimonio; yo la monté en el caballo, pero para llevarla a la escuela. Una guajirita linda que siempre me ha acompañado. Aunque, déjame decirte que después de Angola vino el IV Congreso de la UJC, donde me hicieron una gran despedida, por la labor y los años…”. Él lo dice, pero uno siente que nunca se despidió; son de esos que no saben hacerlo. Comprendió que la distinción entre pasado, presente y futuro no es más que una ilusión. Todo está conectado.

Una buena parte de su vida política estuvo anclada a Matanzas, a donde se mudó en 1972 y estuvo por dos décadas. Cuando todo parecía tener un matiz de normalidad volvió a Cienfuegos, una tierra que siempre le pareció diferente.

Soy un guajirito nacido en el medio del Escambray. Vi por primera vez un carro a los cinco años; sin posibilidades de estudio ni de superación (…) Yo crecí con la Revolución, soy su hijo autóctono y mi historia anda sobre sus pasos”.

En la actualidad Ramón Carrazana es teniente coronel retirado. Durante el aislamiento social ante los casos positivos a la Covid-19 en Cuba, escribió con bolígrafo azul su relato. Un día de julio llegó a la redacción.

Una historia larguísima que sabe de memoria. Todavía conversa, mientras recojo el hilo y lo regreso al carrete.

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Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

Un Comentario en “La Juventud en el relato de Carrazana

  • el 11 agosto, 2020 a las 9:24 am
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    Me complace contar con la amistad de la familia Carrazana, y Ramon como buen cubano es el cuentero mayor, un abrazo para el y Gisela

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