La bala sobreviviente en la sien derecha del guerrero precoz

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 32 segundos

A lo mejor hubiera podido llegar a ser un short stop estrella del naciente béisbol. A fin de cuentas, sólo tenía 12 años el día que en su Brooklyn natal inauguraron el Union Grounds, el primer estadio cerrado en la historia de la pelota estadounidense y mundial.

Pero el joven Henry Earl preferiría luego la bélica equitación y la esgrima viril del machete en las sabanas y las maniguas cubanas.

Dicen que participó del lado norteño y antiesclavista en el trauma de la Guerra Civil. De ser cierto el dato biográfico, Henry Reeve nació alumbrado por una precocidad guerrera, como si su cuna hubiera estado en la Esparta peloponésica y no un barrio de la floreciente Nueva York decimonónica.

Sus rudimentos del castellano apenas le permitieron leer un suelto que en un diario local hablaba del inicio de la gesta de Yara.

Pero aquellas líneas tipográficas bastaron para que la brújula de la hombría le marcara rumbo Sur en el derrotero del deber, y el 11 de mayo de 1869, apenas transcurrido un mes del parto constitucional en Guáimaro, estuviera desembarcando bajo el supuesto nombre de Henry Eval en la inmensidad de la bahía de Nipe para poner su espada en el altar de la causa independentista cubana. Hacía poco más de un mes que había cumplido 19.

Cuba le dio la bienvenida por la playa de El Ramón al muchacho rubio, de músculo visible, ojos azules y rostro marcado de pecas, que arribaba como ordenanza de su compatriota el general Thomas Jordan, el jefe de la expedición del vapor Perit.

De sargento de segunda a brigadier del Ejército Libertador en apenas siete años, dos meses y 24 días, así podría resumirse la epopeya de sus andares por los campos de Cuba Libre. Pero las leyendas no admiten estadísticas ni cotas vitales.

La trayectoria militar de quien pronto sería El Inglesito para sus nuevos compañeros de armas en la caballería ligera del Camagüey, pudo ser demasiado breve. Apenas 16 días después del desembarco, y tras varias escaramuzas contra las fuerzas colonialistas en la jurisdicción holguinera, cayó prisionero en un sitio conocido como Las Calabazas.

El mando hispano decretó el fusilamiento en masa de los reos mambises, pero Reeve, que recibió cuatro heridas a sedal, logró salir del amasijo de sangre y cuerpos rotos que formaban sus antiguos camaradas de filas. Se levantó de entre los muertos, literalmente, y dejó que la leyenda diera el primer paso.

Luego sobreviviría a tantas emboscadas de la muerte, participaría en tantos combates, sería tan alegre, sencillo y loco a la vez, que 100 años después de su caída los historiadores más apegados a la academia dudaban de la mitad de las hazañas atribuidas al héroe venido a bordo del Perit. Hasta que el biógrafo Gilberto Toste Ballart lo salvó para la posteridad.

Por lo tanto, esta crónica no pretende usurpar el terreno de la biografía.

Bastaría señalar los nombres de El Ramón, El Canalito, La Cuaba, Tana, Imías, La Jagua, Hato Potrero, La Entrada, El Mulato, El Plátano, La Redonda, San Ramón de Pacheco, La Matilde, Sitio Potrero, El Carmen, Ciego de Najasa, Soledad de Pacheco y el Cocal del Olimpo para dibujar un mapa de la bravura en tierras de Holguín y Camagüey. Y el cartógrafo común sería El Inglesito, quien para ser más protagonista de la historia de Cuba que millones de hijos de la Isla, sería luego jinete redentor en el rescate de Sanguily y testigo de luto en Jimaguayú.

Con tinta roja de sus venas Reeve fue escribiendo más páginas de bizarría en la épica del mambisado, a medida que en sus hombros cuajaban lo galones del mérito militar.

A las órdenes del Generalísimo Máximo Gómez, tras la muerte de su tutor El Bayardo camagüeyano, El Inglesito atacó al machete un cañón hispano que durante la toma de Santa Cruz del Sur diezmaba las fuerzas insurrectas. Invalidez de una pierna, más seis meses en un hospital de sangre fue el saldo de la temeridad. Hubo que adaptarle una prótesis metálica al miembro mutilado y un aditamento a la silla de montar para que volviera a galopar el jinete de la libertad.

En tan precarias condiciones físicas avanzó hacia el Occidente y llegó a ser la punta de lanza de la Revolución del ’68. Su nombramiento en 1875 como jefe de la segunda división de Las Villas, que abarcaba la jurisdicción de Cienfuegos y las llanuras matanceras de Colón, inscribió el nombre del guerrero neoyorkino en la historia de este territorio.

Los Cupeyes, Santa Isabel de las Lajas, Los Abreus, Cocodrilos, Quemado Grande, Santa Teresa, Espinal, Lagunillas, Orbea, Aguacate, Guanal, son toponímicos cienfuegueros que fertilizaron el mito del adalid inválido.

Monumento Nacional a Henry Reeve, el Inglesito, en los llanos de Yaguaramas. /Foto: Efraín Cedeño

Hasta la infausta mañana del 4 de agosto de 1876, cuando en medio de los peralejos de la sabana de Yaguaramas su mermada fuerza de 100 paladines quedó entre los fuegos de las guerrillas de los batallones del Orden y del Alba de Tormes.

Parecía que en el cuerpo de campeón no había espacio para más heridas, pero otras tres balas españolas perforaron la piel del jinete mutilado, cuyo corcel inerme yacía a dos pasos. Tal vez Henry Reeve recordó el gesto del mayor general Calixto García ante similar trance.

O quizá no quiso tentar la suerte de un segundo fusilamiento y se guardó para su sien derecha la única bala sobreviviente de la refriega en la recámara de su revólver.

Los vencedores exhibieron el cadáver del héroe como trofeo de guerra en Los Abreus y Cienfuegos, antes de darle sepultura en una tumba anónima al otro lado de los muros del cementerio de Reina, el único cobijo posible para los huesos de los soldados de la libertad.

Al menos, dispuso el destino que su última residencia en la Tierra fuera a unos pocos pasos del mar, como lo estaba el hogar de los Reeve aquel 4 de abril de 1850 en Brooklyn, Nueva York.

Me faltaba apuntar que Enrique el Americano, como solía llamarlo el Mayor Ignacio Agramonte, aquel cubano con alma de beso, fue uno de los personajes épicos de mi niñez. Cuando la nación festejaba el centenario del campanazo libertario de La Demajagua.

Visitas: 3

Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *