El agua: conflicto del siglo XXI

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Ya lo anunciaron varios especialistas: el agua promete ser en este siglo lo que el petróleo en la pasada centuria: el bien determinante de la riqueza de algunas naciones. En los últimos tiempos las grandes corporaciones han llegado a controlarla en una porción significativa del planeta y según conjeturas, en el futuro unas pocas empresas privadas poseerán el dominio monopólico de este recurso imprescindible para la vida en el planeta.

Dada la situación actual, muchos en el orbe vaticinan que este líquido insípido e incoloro no llegará en cantidad y calidad suficientes para todas las personas. De ahí que aparezca como el principal conflicto geopolítico de la época, pues se espera que para el 2025 la demanda de agua será un 56 por ciento superior al suministro y quienes la posean podrían ser blanco de agresión. Se calcula que los 6 mil 250 millones de habitantes actuales del planeta requeriríamos ya un 20 por ciento más de agua. La discrepancia, ahora, se da entre quienes consideran este elemento vital como un bien comerciable y quienes defienden su categoría de bien social, en estrecha relación con el derecho a la vida.

El problema de la extracción, distribución y consumo del agua no es, como solemos pensar, asunto de este siglo. A lo largo de la historia de la humanidad, se han registrado conflictos de gran magnitud por esa razón. Sin embargo, lo más preocupante en el presente son las cifras que apuntan a que la Tierra se aboca a una cada vez mayor escasez de este recurso.

En la actualidad, más de dos millones de personas en el mundo carecen de acceso al agua potable, mientras cerca de 3 mil millones no la consumen con un saneamiento adecuado. Esto provoca que un número considerable de personas de países subdesarrollados, niños en su mayoría, mueran cada año de enfermedades relacionadas con la poca purificación e higiene del líquido. En estas naciones, casi la mitad de su población sufre de enfermedades provocadas, directa o indirectamente, por el consumo de agua o alimentos contaminados, o por gérmenes que se desarrollan en ese medio.

De acuerdo con los analistas, en algunas regiones el problema no está en la falta de agua dulce sino en la mala gestión y distribución de los recursos hídricos y sus métodos. La mayor parte se utiliza para la agricultura, mientras una cantidad sustancial se pierde en el proceso de riego, cuyo funcionamiento ineficiente provoca la pérdida del 60 por ciento del agua extraída.

Por otra parte, en ciertas zonas la extracción de agua ha tenido consecuencias medioambientales tan devastadoras que el manto freático se reduce constantemente. Tal es el caso de los ríos Colorado, en Estados Unidos y el Amarillo, en China, los cuales suelen secarse en ocasiones antes de desembocar al mar.

Tal panorama hace pensar que el agua será la causa de las próximas guerras en el planeta, pues constituye un recurso muy necesario, del cual nadie puede prescindir y debido a que cada día las grandes empresas la ven más como un negocio y no como un derecho del hombre.

En ese contexto, no pocos creen que la apropiación territorial, mediante la compra de tierra con recursos hídricos o la agresión militar; y la privatización del agua serán los posibles escenarios para este problema que afecta a toda la humanidad.

De ahí que a la par de regular la actividad humana de manera que cese o se reduzca la contaminación de este líquido vital en virtud de su preservación, en estos días urge la acción de las personas sensatas y sensibles del mundo para frenar la privatización y la comercialización de este recurso, un bien natural vinculado al inalienable derecho a la vida. Se impone, entonces, velar por el agua, cuidarla, regularla por parte de las comunidades, además de conjugar la descomercialización con mecanismos de vigilancia que eviten el despilfarro.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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