Cienfuegos también hizo del saber un patrimonio de todos

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A inicios de 1961, el Gobierno Revolucionario se propuso declarar a Cuba como Territorio Libre de Analfabetismo. A las acciones implementadas para conseguir tal propósito se les denominó Campaña de Alfabetización. Para entonces era solo eso, “la Campaña”. Sus resultados y la historia, le dieron después la dimensión épica con que hoy se le reconoce en el mundo entero.

Y en ese esfuerzo concertado que involucró a la geografía nacional en su totalidad y a todos los sectores de la sociedad de la época, Cienfuegos no fue la excepción.

El mes de abril de aquel año, el mismo de la victoria de Playa Girón, se inició con reuniones convocadas por el Consejo Municipal de Educación y la directiva de la Asociación de los Jóvenes Rebeldes (AJR), con vistas a recabar el apoyo de los padres ante la tarea.

La mayoría de esos encuentros se desarrollaron en un lugar de referencia para la cultura local: el Ateneo de Cienfuegos, así como en escuelas secundarias e institutos preuniversitarios. En esos intercambios se explicaba al detalle todo lo relacionado con la estructura de aquella cruzada contra el oscurantismo.

En ellos trascendió que los brigadistas se inscribirían en sus propios centros de estudio; que no saldrían de los límites de Las Villas a no ser que los padres lo autorizaran; que tanto estos como otros familiares podrían acompañarlos y permanecer allí, aunque siempre iría como responsable un representante de las instancias involucradas en la Campaña.

LOS POLÍTICOS

José A. Fernández Santana, por entonces secretario de la AJR en en el territorio, la organización que acompañó políticamente los preparativos y el desarrollo de la Campaña, reconoce que la agrupación donde militaba tenía en aquellos tiempos, a pocos meses de fundada, un poder de convocatoria muy grande.

A la par de dicha Asociación, los militantes ya adultos, agrupados en las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), velaban también por el buen desenvolvimiento de la Campaña. Su delegado ante el Consejo Municipal de Alfabetización en Cienfuegos, Aldo Pruna Machado, reconoce cómo sin el decisivo aporte del magisterio de aquellos años, no pudiera haberse efectuado todo lo que se hizo.

Y pone como ejemplo a Juan Olaiz, entonces presidente del Consejo Municipal de Educación, quien era propietario y director de una escuela que entregó a la Revolución, a la que no dudó en aportar también toda su experiencia y cooperación profesional para la consecución de los objetivos propuestos.

LOS MAESTROS

En realidad, fueron los docentes el embrión de la Campaña. Al llamado de Fidel a integrar un contingente de maestros voluntarios, a finales de 1960, para llevar la luz de la enseñanza a las zonas montañosas más intrincadas del país, respondieron miles de educandos y estudiantes de magisterio de toda la Isla. Mucho antes, en 1959, se había hecho otra convocatoria a los profesores interesados en alfabetizar a miembros del Ejército Rebelde.

Los maestros aportaron el primer mártir de aquella epopeya: Conrado Benítez, asesinado por bandas contrarrevolucionarias el 5 de enero de 1961, cuando aún la Campaña no se había implementado como tal.

El joven se convirtió entonces en nombre y bandera de las brigadas que se nutrieron de adolescentes y jóvenes que, desde el nivel medio hasta el universitario, se sumaron a lo que ya era un proyecto consolidado en pos de erradicar el analfabetismo en Cuba.

LOS ALFABETIZADORES

Yolanda Figueredo Hernández
Yolanda Figueredo Hernández

A Yolanda Figueredo Hernández le correspondió alfabetizar en la Ciénaga de Zapata. Del lugar guarda recuerdos entrañables. Uno de ellos la marcó para toda la vida.

Recuerda que la casa donde se alojaba se hallaba a la vera de un terraplén. Mientras descansaba en una hamaca extendida entre dos de los horcones del portal, reparó en que enfrente se había detenido un carro negro.

Vio que la llamaban desde el auto y fue hasta donde estaba parqueado. El chofer le preguntó qué hacía allí.

– Soy brigadista, le respondió.

– ¿Y qué cosa quiere decir “brigadista”?, insistió su interlocutor.

– Bueno, que estoy enseñando a leer y a escribir a estas personas que no saben.

En eso Yolanda se percata de que los hombres que acompañaban al chofer andaban armados. Se acordó de los recientes sucesos de Girón, acaecidos precisamente en la zona donde se encontraba alfabetizando y no pudo disimular su nerviosismo, porque en realidad no sabía con quiénes estaba tratando.

Entonces, el que iba al lado del conductor se dejó ver y le dijo:

– Así que usted es la maestra, ¿eh?

– Sí

– ¿Y usted cree que con la edad que tiene puede enseñar a la gente pobre que vive aquí?

La joven se sintió retada y respondió:

– Sí. Yo estoy preparada. Yo sé mucho español.

Entonces su nuevo interlocutor le preguntó:

– ¿Usted me conoce a mí?

Dice Yolanda que cuando lo miró bien, sintió un vuelco en el corazón: ¡Era Fidel!

El Comandante en Jefe, le dijo entonces:

– ¿Y usted sabe qué está haciendo? La obra más linda que puede hacer una persona: enseñar a aquel que no sabe.

Teresita Arce Macías no tuvo el privilegio de Yolanda, pero atesora otros recuerdos que tienen la virtud de ser pasado y presente a la vez.

La ubicaron en un lugar de Abreus que entonces le hacía honor a su nombre: Los Hondones. Allí alfabetizó a una familia muy pobre, que apenas subsistía de lo que el carbón le dejaba. Solía decir jocosamente que ella vivía allí como los aborígenes: de la pesca, la caza y la recolección.

Pero no estaba muy alejada de la realidad. En su perspectiva de muchacha citadina, nunca imaginó que en los campos de Cuba existiera un nivel tal de miseria y atraso.

LOS ALFABETIZADOS

Carlos Jaureguí
Carlos Jaureguí

Los hermanos Carlos y Dulce María Jaureguí fueron, junto a sus padres y demás hermanos, los alumnos de Teresita en el preterido término rural de Los Hondones.

Dulce, ya octogenaria, dice que por lo menos aprendió a firmar, a escribir una carta o cualquier otro texto que quisiera. “Vi la claridad de la vida”, sentencia. Y reconoce que si no hizo más, fue porque circunstancias personales y familiares no se lo permitieron. Pero Teresita le mostró el camino.

Su hermano Carlos sí pudo llegar más lejos. “Después que Teresita se fue —explica—, seguí estudiando de noche, pasé un curso de obrero calificado en la agricultura, continué superándome con mucho sacrificio y llegué a ser técnico medio en Construcción Civil”.

Dulce Jaureguí
Dulce Jaureguí

Pero como si el resultado de ese empeño personal no fuera suficiente para gratificarlo, hay algo que lo enorgullece más: “Tengo un hijo graduado de ingeniero civil y una hija que es licenciada en Contabilidad y Finanzas. Si yo hubiera tenido a mis hijos en aquella situación, estuvieran conmigo haciendo carbón, como nosotros con mi papá”.

LA SOCIEDAD TODA

La Campaña, empero, no solo contó para su exitoso desarrollo con el concurso de los dirigentes políticos, los maestros en ejercicio y los adolescentes y jóvenes integrantes de las brigadas Conrado Benítez.

Hubo además, alfabetizadores populares movilizados por las recién constituidas organizaciones de masas, como los Comités de Defensa de la Revolución y la Federación de Mujeres Cubanas; Brigadas Obreras de Alfabetización (BOA) y brigadas universitarias, creadas con el mismo propósito.

Amigos de más de 20 países, sensibilizados con el altruismo del proyecto, vinieron también a alfabetizar a Cuba, incluidos varios ciudadanos norteamericanos.

La Campaña de Alfabetización, la acción cultural más importante de la Revolución, movilizó entonces a toda la sociedad y trascendió al mundo como gesto de humanismo y justicia social sin precedentes.

Alfabetización 55 años: Cienfuegos también hizo del saber un patrimonio de todos

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Omar George Carpi

Periodista del Telecentro Perlavisión.

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