Fidel en el imaginario visual de las artes cubanas
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Pocos líderes en el mundo han despertado entre los creadores visuales tanto magnetismo como la persona y quehacer de Fidel Castro Ruz, musa inspiradora de los más variados cultores en casi en todas las disciplinas. Pudiera afirmarse que ha sido el modelo más ilustre de las artes visuales cubanas, aunque es imposible no evocar aquella efigie donde el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín eterniza el gesto emancipado de sus manos y catadura. Un Guayasamín afortunado, pues es el único que tuvo la oportunidad de tenerle como protagonista-modelo en tres de sus lienzos (1961, 1981 y 1986), en los que trasluce la densidad psicológica del artífice de la Revolución Cubana y, como ha expresado el propio hacedor, su ímpetu guerrillero e insurgente.
Su presencia en el erario nacional en tanto icono del arte se vigoriza hacia la década de 1960, acaso coligada a la fotografía como documento y testigo de su evolución política y desempeños, verificados en la reciente muestra de instantáneas presentada en nuestra ciudad bajo el intitulado de Fragmentos épicos, donde se expusieron testimonios de notorios creadores al modo de Korda, Carreño y Salas, entre muchos otros. Aunque un poco antes, en 1953, Juan David Posada había mostrado sus simpatías por el líder a través de una caricatura que concibe durante la etapa inicial de su lucha revolucionaria, en la que aparece altivo, vestido con una elegante guayabera cubana.

Juan David igual se convirtió en uno de los más importantes sistematizadores del imaginario fidelista. De su patrimonio también destaca aquella otra imagen concebida en 1975 en la que muestra a Fidel vestido con su impecable uniforme verde olivo, en un entorno abstractivista y su habitual gesto con el índice. Conrado Massaguer también había alcanzado gran éxito con varias caricaturas del autor de La Historia me absolverá, si bien no logra superar los vigores del cienfueguero. En esta disciplina también debe destacarse la caricatura tridimensional en formato de busto (obra escultórica, por ende) de Tony López, realizada en 1955, en la que se alude a Fidel en tanto líder juvenil.
En la década de 1960 son incontables los textos visuales que abordan el itinerario de Fidel, luego de sus misivas durante la Sierra Maestra y en los aconteceres por los que atraviesa la cuba Revolucionaria. Sin dudas, pocos sobrepasan los reservorios estéticos y discursivos de Alberto Díaz Gutiérrez (Korda) y Roberto Salas, dos poetas de la imagen.
El ICAIC, una de las instituciones culturales más prolijas de la época, logra encargar a Raúl Martínez, el artista pop que más ha topado las representaciones del adalid, uno de sus carteles memorables, dedicado al documental Fidel (1968). Justamente, Martínez es el creador de otras obras distintivas del tema, como resultan Isla 70 y el retrato colectivo de la nación, en las que aparece junto a numerosos héroes, como Martí, Bolívar, el Che, Maceo y muchos otros. Martínez insiste (a través del lenguaje de una de las más preciadas vanguardias plásticas) en connotar las aportaciones históricas de Fidel y colocarlas en las coordenadas de otros líderes cubanos y latinoamericanos.

Empero, es a partir de la década de 1980 que los artistas visuales superan la narratividad documental para compartir los impactos universales de su obra política y visión humanista, focalizando en los relatos, frecuentemente pictóricos, la interpretación filosófica y los bojeos en torno a su personalidad, a sus atributos como intelectual, comunicador y estratega. Digamos que se transita de una perspectiva épica a una enunciación más personal, intimista.
Justo, en 1980 Servando Cabrera concibe un óleo de seductora expresividad cromática y macizo dibujo, evocando sus años mozos. Una obra connotada por la virilidad y el temperamento de quien ha sido calificado como un soldado de ideas.
En esta anchura memorativa sobresale una caricatura del fallecido creador cienfueguero Douglas Nelson Pérez (Chispa), consumada en 2006 y exhibida en la muestra Perfiles, de la Editorial 5 de septiembre, donde el creador de La Picúa acude a la metáfora geopolítica para subrayar los influjos de Fidel en América Latina. También una ilustración de Ernesto Rancaño inspirada en el libro Todo el tiempo de los cedros, de Katiuska Blanco, concebida en 2007 como una alegoría al Fidel infante. Rancaño opta por un relato pictórico en el que predomina cierta pátina de ternura y dispone la figura del niño con las identidades de la nación. En 2012 el fabulador regresara a la niñez del estadista cubano, ahora motivado por la fotografía realizada en Birán al primer año de nacido. Nuevamente demostrará sus experticias para entretejer los naturalismos somáticos con la síntesis gráfica.

A raíz del cumpleaños 85 de Fidel, José Luis Fariñas publica en 2011 su poema Luminaria y lo ilustra con un dibujo pletórico de encanto, de precisa monocromía y línea que en su dinámica acoge la personalidad regia del líder. Tres años más tarde, acontece la exposición colectiva Guerrillero del tiempo, que toma como leitmotiv imágenes del realizador Roberto Chile y donde se inserta la obra hiperrealista de Marco Antonio Arias, un texto icónico que constata los rigores del pintor, especialmente en el control sobre la luz y el color.
Claramente, la personalidad del Comandante en Jefe ha seducido a nuestros artistas más lúcidos (Alicia Leal, Dausell Valdés, Alexis Leiva (Kcho), Rafael Pérez, Carmelo González, José Antonio Dávila, Eduardo Méndez, Sandor González Vilar, Maikel Herrera, Alex Castro, Erick Oliveira, Jorge César Sáenz y tantos otros) y con esta conexión se ha gestado un imaginario visual que cincela en los tiempos el icono de uno de los líderes mejor recordados por la sociedad cubana e internacional.
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