Trump no está loco ni está solo
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La conducta disruptiva de Donald Trump, Elon Musk y del resto de los mega ricos de la élite imperial, fomenta la creencia de que son dementes. Rompiendo las reglas del establishment americano, dividido y en crisis como nunca antes, regresa Trump ostentando además, la condición de ser el primer presidente convicto de Estados Unidos de América. Quizás sucede para confirmarnos que la historia ocurre dos veces, primero como tragedia y la segunda como farsa, como explicara Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Por eso, la mayoría de los tertulianos con los que diariamente comparto en la cola del gas, la del cajero automático o en las redes sociales, llegan a aseverar de manera equivocada que “Trump está loco”, que “los demócratas no hubieran actuado así” o que el tipo está solo, subestimando los coletazos del imperio en decadencia.
Primero debemos recordar que Donald Trump es hoy presidente de los Estados Unidos, gracias a la dilación por la “justicia” yanqui en dar curso legal a la sentencia para su encarcelamiento. Entendido del tema es el fiscal especial Jack Smith, quien dimitiera después de presentar el informe con las pesquisas de las trampas del electo presidente, solo diez días antes de que asumiera el poder. Súmele a eso que por Trump votaron 77,3 millones de norteamericanos (el 49.8 por ciento del voto popular y aproximadamente el 23 por ciento de la población). Junto a los ultraconservadores del movimiento Tea Party y los Protestantes Anglosajones Blancos (WASP por sus siglas en inglés) acompañan a Trump otros millones de norteamericanos que también comparten la ideología neoconservadora, aunque vaya en contra de sus orígenes de clase.
Millones que están convencidos de que deben enfrentarse a los fantasmas que ahora aparecen hasta en los lugares menos sospechados, con el único propósito de Volver a Hacer a América Grande (MAGA por sus siglas en ingles). Son un sinnúmero de norteamericanos que temen a los cambios sociológicos y se sitúan al margen del establishment americano, flirteando en el discurso de la supremacía blanca.
Lo mismo ocurrió con otros monstruos nacidos del claroscuro de la primera mitad del siglo XX, después de concluida la Primera Guerra Mundial, tras el triunfo de la Revolución bolchevique de 1917 y las luchas sindicales de la clase obrera. Recordamos que desde la Piazza Venezia, en Roma, Benito Mussolini atentaba con discursos nacionalistas y racistas, sobre la necesidad de recuperar “la gloria del imperio romano”. También desde las cervecerías de Múnich llamaba Adolfo Hitler al pangermanismo y a recuperar el “espacio vital” (Lebensraun) como principio ideológico del nazismo para justificar la expansión territorial de Alemania en Europa y objetivo político del Imperio Alemán.
Fascistas italianos y nazis alemanes, coincidían ideológicamente con el sintoísmo nacionalista conservador del también decadente Imperio del Japón, representado por Saburo Kurusu, los que firmaron el Pacto Tripartido. Pero aquellos tampoco estaban locos ni solos. Ellos, como Trump, fueron la expresión extrema y más acabada del pensamiento reaccionario burgués imperial y los guió una “demencia ideológica”: el fascismo; el mismo que en la actualidad nos presentan quienes se disfrazan de “libertarios” y se despojan de sus trajes militares.
En las redes sociales o en la cola de la bodega, algunos hablan de que con su “locura”, Trump va a destruir a su principal aliado, Europa, con su guerra comercial a base de aranceles y presiones. Olvidan que esta puede ser la estocada final, después de décadas de autodestrucción del viejo continente. Para algunos analistas, la alta dependencia energética del petróleo y gas natural, su dependencia del sector de los servicios, que representa el 70 % del PIB, las insuficientes inversiones en I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) y la destrucción del sector industrial, que solo representa el 25 por ciento del PIB, después de su descalabro a partir de 1975, son las principales causas de la decadencia de la economía europea.
Este declive se acrecentó durante el mandato de Joe Bide, en el que los europeos, impulsados por los Estados Unidos, decidieron romper con Rusia, apostando por recursos energéticos más caros provenientes de la industria petrolera norteamericana. Con esa estrategia, los Estados Unidos una vez más han salido ganando ante su principal aliado, tras la pérdida de competitividad de la industria europea.
Por supuesto que las medidas proteccionistas de Trump para recuperar su potencial industrial ante los avances de China, el auge del bloque de los BRICS y de ese mundo nuevo que viene naciendo, pone a los europeos en peores condiciones. Pero eso ya venía engendrándose quizás desde el estado profundo yanqui y como parte del desespero agónico de un imperio en decadencia que recurre a la estrategia de volver a hacer a América grande. En ese camino, la historia nos cuenta que los EEUU no tienen aliados, solo tiene intereses o como dijera el profesor Ernesto Molina, Estados Unidos es un aliado desleal y un hábil enemigo estratégico.
Otros tertulianos hablan de demencia al ver la firma de decretos presidenciales de manera autoritaria y precipitada, acompañado por Munsk, Marco Rubio y compañía. Decretos que han dado marcha atrás a decisiones (tardías) adoptadas por Joe Biden, entre ellas, la inclusión de Cuba nuevamente y de un solo plumazo, en la lista de países que supuestamente apoyan el terrorismo, una aberración que no se la creen ni los generales del estado mayor yanqui.
También tildan a Trump de orate, al pregonar su decisión de expulsar y deportar en masa a los inmigrantes, acusándolos de la criminalidad dentro de territorio norteamericano y enviarlos a la Base Naval de Guantánamo, ilegalmente situada en suelo cubano, o las cárceles de alta seguridad de El Salvador. O la de poner aranceles también a las remesas que se envían desde Estados Unidos a los familiares de los emigrados en cualquier país del mundo. O por cerrar a la agencia Usaid que ha servido de fachada durante más de sesenta años para desestabilizar gobiernos, promover golpes de estado y revoluciones de colores en cualquier confín del planeta. Tal es el caso de la operación Zunzuneo y el financiamiento a grupos mercenarios que hacen la guerra desde cómodos butacones y detrás de los micrófonos contra Cuba, durante décadas, promoviendo también operaciones desestabilizadoras en Venezuela, Bielorrusia, Georgia y Ucraniano, entre otros.
Tampoco estas decisiones imperiales son una locura. Algunos analistas consideran que la deportación se produce como resultado del miedo por el incremento de la base votante de latinos en los Estados Unidos. Con respecto a los aranceles a las remesas y las leyes de Reforma del Estado orientadas a eliminar departamentos y direcciones del Gobierno Federal, no lo hace para destruir al Estado yanqui. Los aranceles a la ayuda financiera que envían los migrantes desde EEUU, las que se estiman en más de 161 mil millones de dólares, pretenden que se inviertan dentro del país del norte.
Las reformas que encabeza Munsk con la Usaid, solo busca redimensionar, liquidar y desmantelar estructuras de ese mismo Estado, las que ya consideran corrupta y poco factible para los tiempos actuales y no por las acciones desestabilizadoras que acomete. Solo acordarse de que la Fundación Nacional para la Democracia (NED por sus siglas en inglés) y otras agencias también desestabilizadoras de gobiernos y países, son hermanas gemelas de la Usaid y hasta ahora nadie habla de ellas. “Hay que drenar el pantano”, gritaba Trump durante su campaña electoral, pero no está loco. Él sabe que no puede dejarlo completamente seco y necesita de mucho fango para seguir haciendo la guerra sucia.
También están los que se asombran ante la avalancha de chantajes demenciales de Trump de invadir Groenlandia, anexar a Canadá, recuperar el Canal de Panamá o de ocupar la Franja de Gaza y convertirla en un destino al turismo al que llamó “La Riviera del Medio Oriente”. Esta andanada de amenazas y de desinformación de Trump y la élite del poder yanqui, es una versión moderna de las enarboladas por el Ministro de Ilustración y Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebel, cuando afirmaba que “una mentira repetida mil veces, puede convertirse en una verdad”.
Esto lo han modernizado los trumpistas, al escuchar a Steve Bannon, el Maquiavelo del primer mandato de Trump, cuando sentenció que “la verdadera oposición son los medios, y la forma de lidiar con ellos es inundar el terreno de mierda”. Por supuesto que esta ideología, montada en el alineamiento de las grandes plataformas digitales con el gobierno, de una manera nunca vista, constituye el mayor peligro para exhibir sus ideas reaccionarias y convertirlas en programas gubernamentales.
No, Trump no está loco ni tampoco está solo. Desconocerlo es olvidar las causas del surgimiento de estos monstruos en el claro oscuro del viejo mundo que muere, caracterizado por la hegemonía universal de un imperio, la sacralización del mercado y la supremacía del dinero, ante un nuevo mundo que tarda en nacer y lo hace en medio del dolor de los pueblos. Monstruos que aparecen acompañados de un movimiento de masas extremadamente reaccionario, anticomunista, oscurantista, antiislámico, racista, homofóbico, aislacionista, machista y misógino, con rasgos fascistas pronunciados. Por supuesto que como camuflaje, tratan de inundar el terreno de mierda.
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