Los granos al jolongo o el café mágico

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Allá arriba en el corazón de la montaña, en el mismísimo poblado de El Sopapo a poco más de 700 metros sobre el nivel del mar, se encuentra la finca El Plantel, donde trabaja contratado Manuel Seara Capdevila, jolongo al hombro, repasando un campo de café.

Con pasmosa habilidad Manuel recoge los granos y el jolongo se colma de rojas cerezas. Si no dice de sus 80 años nadie le creería. /Foto: Magalys
Con pasmosa habilidad Manuel recoge los granos y el jolongo se colma de rojas cerezas. Si no dice de sus 80 años nadie le creería. /Foto: Magalys

Nacido y criado en aquellas cumbres, parecería casi normal que Manuel se dedique a recoger el grano, pero lo extraordinario radica en que tiene casi 80 años, y recolecta las rojas cerezas con una maestría que admira, sin “ordeñar” la mata, porque eso “acaba con las plantaciones”.

De palabra fácil, gusta de repetir su máxima filosófica: “aquí nací y me muero en estas lomas; yo odio el calor y la temperatura por acá es siempre muy agradable”, confiesa.

Estoy jubilado, pero en época de cosecha trabajo, poquito a a poco”, y así Manuel a sus 80 es capaz de juntar hasta seis latas en una jornada con pasmosa facilidad, las que le pagan a razón de 50.00 pesos cada una. “Ya en este campo en que estoy ahora no se llega a las cinco latas, porque esta es como la tercera vez que recogemos acá, pero en otros sí se llega fácil”.

¿Vive con la familia? Y allá va mi pregunta como un fogonazo, porque de inmediato los ojos clarísimos de Manuel se tornan oscuros.

No, yo vivo solo”, y no indago más porque él vuelve su mirada a la mata de café, como quien no quiere comentar sobre el asunto.

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Manuel vive solo, y se apresta a esperar el año con “una comidita, y una cervecita si aparece”, porque al otro día, dice, “vuelvo pal campo”. Comenta que en este tiempo no se puede pestañear, y enfatiza en lo importante de aprovechar el pico de maduración, “sí, porque después que el grano cae al suelo, se pudre, y ya es cascarita, ese también se recoge, pero se paga a menos y rinde poco”.

Mi colega Luzdeybis le pregunta si desciende de españoles, el apellido lo dice a gritos. “Sí, mi padre era español, se llamaba Manuel, como yo”.

Jolongo al hombro, el anciano vuelve a lo suyo, y el equipo de prensa regresa a la carretera por una empinada loma; de casualidad se me queda la grabadora encendida y nuestros pasos se escuchan sobre las hojas hasta que alcanzamos el asfalto. Atrás quedan Manuel y su gente, una “brigada” heterogénea, compuesta por noveles y experimentados en la lidia de recolectar los granos mágicos, la familia que le acompaña en sus jornadas.

“Aquí nací y me muero en estas lomas; yo odio el calor y la temperatura por acá es siempre muy agradable”, confiesa Manuel. /Foto: Magalys
“Aquí nací y me muero en estas lomas; yo odio el calor y la temperatura por acá es siempre muy agradable”, confiesa Manuel. /Foto: Magalys

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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