Tras Melissa, la solidaridad nos une
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En la hora más oscura, cuando los vientos del huracán Melissa azotaron con furia inusitada al municipio Guamá, en Santiago de Cuba, la verdadera fortaleza de la nación cubana comenzó a revelarse. No fue solo la fuerza del ciclón lo que definió el momento, sino la potencia incontenible de un humanismo profundamente arraigado en el carácter del pueblo. Frente a la embestida de la naturaleza, la respuesta inmediata no se midió en bienes materiales, sino en el valor incalculable de cada vida humana, un principio que se erige como faro de la sociedad.
La solidaridad, esa virtud que teje la urdimbre de la comunidad en Cuba, se activó como un solo cuerpo. Mientras Melissa recorría la geografía oriental para salir por Banes, Holguín, dejando una estela de destrucción a su paso, las redes de apoyo vecinal, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y las organizaciones de masas ya se movilizaban. Esta no es una solidaridad esporádica, sino un ethos cultural, una práctica cotidiana que se intensifica en la adversidad, demostrando que el bien colectivo prevalece sobre el interés individual.
Desde las provincias menos afectadas, caravanas de recursos, alimentos y medicinas emprendieron su camino hacia el oriente. Médicos, electricistas, ingenieros y voluntarios comunes, muchos de ellos anónimos héroes, partieron con un objetivo común: tender una mano a sus hermanos. Este despliegue es un acto puro de humanismo, donde el sufrimiento ajeno se siente como propio y la distancia geográfica se acorta con la inmediatez de la compasión y la acción coordinada.
El gobierno de Cuba, fiel a su principio de no dejar a nadie desamparado, ha concentrado todos sus esfuerzos en la monumental tarea de evacuación y salvamento. En la actualidad, la prioridad absoluta son las personas que aún se encuentran acorraladas por las persistentes inundaciones del Río Cauto. Cada transportador anfibio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), cada helicóptero, cada soldado y cada civil que arriesga su seguridad en las aguas crecidas es un testimonio vivo de que la vida humana es el valor supremo.
Es en estas circunstancias donde se pone a prueba el concepto de patria. La patria no es una abstracción; es el vecino que comparte el agua potable, el joven que ayuda a un anciano a llegar a un centro de evacuación, y la maestra que convierte su aula en un albergue temporal. Este entramado de apoyo mutuo es el antídoto más eficaz contra la desesperanza y constituye el núcleo del proyecto social cubano, incluso ante limitaciones económicas severas.
Las escenas de colaboración en medio de la tragedia son un poderoso recordatorio de que la verdadera riqueza de una nación reside en su capital humano. Mientras las aguas del Cauto amenazan, la marea de solidaridad crece con más fuerza. No hay espacio para la indiferencia; el dolor de las familias del oriente de Cuba es el dolor de toda la Isla, y su recuperación será, sin duda, una obra colectiva.
Este espíritu de resistencia solidaria es el mismo que ha caracterizado a la Nación Antillana frente a todo tipo de desafíos. El huracán Melissa, aunque poderoso, no logra quebrar la voluntad de un pueblo unido por la empatía y un profundo sentido de la justicia social. La reconstrucción material será larga y difícil, pero se cimentará sobre la base inquebrantable de que nadie está solo, que la comunidad es el refugio más seguro.
Mirando hacia el futuro, la lección que deja esta experiencia es clara: los valores del humanismo y la solidaridad no son solo ideales, sino fuerzas prácticas y transformadoras. Son el cimiento sobre el cual se levantarán nuevamente los hogares y se restablecerán las esperanzas. El pueblo de Cuba, con su ejemplo, demuestra una vez más que la mayor fortaleza frente a cualquier desastre natural es la capacidad de unirse, apoyarse y salir adelante, juntos, como una gran familia.


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