Los Premios Nobel de Economía también legitiman el pensamiento dominante y colonizador

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Este año, el Premio Nobel de Economía fue otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt por sus investigaciones sobre cómo la innovación impulsa el crecimiento económico sostenido. La Academia Sueca celebró que, gracias a sus aportes, se puede explicar el progreso económico de los últimos dos siglos, afirmando que “millones de personas han salido de la pobreza y se han sentado las bases de nuestra prosperidad”. Pero esta afirmación, lejos de ser neutral, encarna una visión profundamente ideológica que naturaliza el capitalismo y oculta sus contradicciones.

La teoría de la “destrucción creativa” que Aghion y Howitt retoman de Schumpeter, y que la Academia premia, no es una simple descripción del dinamismo económico. Es una justificación de la lógica del capital: reemplazar trabajadores por máquinas, concentrar riqueza, y transformar la innovación en herramienta de acumulación. Mokyr, por su parte, refuerza la idea de que el progreso económico es una consecuencia casi inevitable de la civilización occidental, ignorando el papel del imperialismo, la explotación colonial y la subordinación del Sur Global.

Esta narrativa se desmorona ante la realidad. En los últimos dos siglos, el mundo ha visto un crecimiento económico sin precedentes, sí, pero también una concentración obscena de la riqueza, una desigualdad estructural y una pobreza persistente que afecta a cientos de millones de personas. Según datos recientes, más de 700 millones de seres humanos viven en pobreza extrema, y miles de millones más lo hacen en condiciones precarias. Mientras tanto, el 1% más rico del planeta acumula más del 40% de la riqueza global. El crecimiento económico no ha sido sinónimo de justicia social, sino de acumulación para unos pocos y exclusión para muchos.

Pero esta última premiación no es una excepción. A lo largo de su historia, el Nobel de Economía ha sido otorgado mayoritariamente a economistas de universidades occidentales —más del 80% vinculados a instituciones como la Universidad de Harvard, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Universidad de Chicago o la de Stanford— y ha servido para legitimar teorías que refuerzan el mercado, la competencia y el crecimiento como dogmas incuestionables. Universidades que han sido un centro clave del pensamiento económico dominante.

Las voces críticas, sin embargo, han sido escasas: Amartya Sen, Elinor Ostrom, Joseph Stiglitz y Daniel Kahneman han introducido matices, pero sin romper con el paradigma dominante. Ningún economista marxista, estructuralista latinoamericano o crítico del imperialismo ha sido reconocido.

Pero la historia del Nobel de Economía no es la única que revela este sesgo. El Premio Nobel de la Paz ha tenido tropiezos aún más repugnantes. En 1973, se premió a Henry Kissinger, arquitecto de la guerra de Vietnam, del golpe en Chile y de la intervención en Camboya. En 2009, Barack Obama recibió el galardón mientras lideraba operaciones militares en Afganistán y Libia. También a los sionistas Menachem Begin, autor de la masare de Sabra y Chatila en 1982; así como Isaac Rabin y Shimón Péres, premiados por los “acuerdos de paz”  entre Israel y sus vecinos. Aunque presentados como “pacificadores”, estos fueron protagonistas de las políticas de ocupación, represión y expansión colonial sionista en Palestina.

Y para ponerle la tapa al pomo, en 2025 se premió a María Corina Machado, golpista de larga data dentro de la oposición venezolana y aliada del genocida de niños en la franja de Gaza, Benjamín Netanyahu, en lo que muchos interpretan como un respaldo simbólico a una posible intervención estadounidense en Venezuela.

El Nobel, en estos casos, no premió la paz como justicia, sino la paz como normalización de la dominación. Se coloreó el galardón con los tonos de la ideología sionista e imperial, ignorando el sufrimiento de los pueblos ocupados y la resistencia legítima de quienes luchan por su autodeterminación.

Y de esto no están ajenos los Nobel de economía, por supuesto. La colonización cultural y del saber se expresa en ambos galardones. Se premia el conocimiento producido en el Norte Global, se excluyen las luchas del Sur, y se construye una narrativa donde el capitalismo es progreso y la paz es obediencia. Los Nobel no solo reconocen ideas: construyen hegemonía. Al celebrar ciertas visiones y silenciar otras, moldean el imaginario global sobre qué es desarrollo, qué es justicia, y quién tiene autoridad para definirlo.

La afirmación de la Academia de que el crecimiento económico ha sacado a millones de la pobreza ignora que ese mismo crecimiento ha generado nuevas formas de exclusión, explotación y miseria. En los últimos dos siglos, el mundo ha visto el auge del imperialismo, la colonización, la esclavitud moderna, la destrucción ambiental y la concentración obscena de la riqueza. El progreso tecnológico ha coexistido con la precarización de la vida, y la innovación ha sido utilizada para profundizar la desigualdad.

En este contexto, los Premios Nobel —tanto de Economía como de la Paz— funcionan como dispositivos ideológicos que naturalizan el capitalismo, despolitizan la economía, y legitiman la violencia estructural del orden mundial. No es casual que los galardonados de este año refuercen la narrativa del crecimiento como destino inevitable y deseable. Tampoco es casual que las voces disidentes sigan siendo ignoradas. Desde estos premios también se trata de colonizar al mundo: no solo con mercancías, sino con ideas.

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Andrés Martínez Ravelo

Ingeniero civil. Miembro distinguido de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba.

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