Las acciones del 26 de Julio y su significación histórica

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* Por Dra. María Caridad Pacheco González

Después del cuartelazo del 10 de marzo de 1952, la represión contra el movimiento popular se recrudeció, y la política económica del nuevo régimen fue puesta en función de los intereses del imperialismo y la oligarquía burgués-latifundista. En lo social proliferó todo tipo de lacras, disminuyó sensiblemente el salario real de los trabajadores, el desempleo alcanzó a un tercio de la población apta para el trabajo, y los campesinos se vieron amenazados por continuos desalojos y a pagar abusivas rentas a los terratenientes, así como enfrentar los bajos costos de sus productos y el pago de nuevos impuestos.

Las pocas posibilidades de estudio, escasa atención médica, el alza de los alquileres, los servicios y de los productos de primera necesidad, así como la discriminación racial, eran males propios de la sociedad cubana, que se hicieron más críticos con la dictadura.En este contexto se planteó la necesidad de encontrar nuevas formas de lucha que señalaran la acción sin cuartel, incluida la violencia revolucionaria contra la tiranía. En Martí encontraron los jóvenes del Centenario el fundamento y la legitimidad histórica del llamamiento a la insurrección popular.

Fidel Castro y sus compañeros precipitarían las condiciones subjetivas del cambio. La Generación del Centenario, compuesta por una juventud mayoritariamente trabajadora, de extracción humilde, proveniente en gran parte de la Juventud Ortodoxa, y una dirección fuertemente influida por el marxismo-leninismo, constituyó el núcleo inicial de las acciones que tendrían lugar el 26 de julio.

Los preparativos del Moncada tomaron más de un año de paciente y abnegada labor, dirigida personalmente por Fidel y un grupo reducido de sus valerosos compañeros. Desde la recaudación de dinero, con el aporte de los escasos recursos de sus integrantes, hasta la adquisición del pobre armamento que, poco a poco, por distintas vías trasladaron a Santiago de Cuba y Bayamo, y con el cual se lanzarían al combate. Todo se hizo en inteligente y cuidadosa tarea clandestina.

El Estado Mayor de aquel movimiento insurreccional que encabezaba Fidel lo integraban hombres de la calidad de Abel Santamaría, segundo jefe del Movimiento, a quien Fidel calificaría como “el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba”; Renato Guitart y José Luis Tasende, entre otros destacados revolucionarios.

El 26 de julio de 1953, al amanecer, la Generación del Centenario protagonizaba en los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba y Céspedes, de Bayamo, la acción que abriría una nueva etapa de combate contra la oligarquía y el imperialismo y destacaría a la acción armada como medio principal de lucha. Surgía una nueva dirección revolucionaria del seno de la juventud, heredera de las mejores tradiciones y comprometida en buscar una solución definitiva a los graves problemas del país y su dependencia de los Estados Unidos.

El fracaso del factor sorpresa, unido a la enorme superioridad numérica de las fuerzas de la tiranía ─quince a uno sobre los revolucionarios─, impidió que se consumara la toma del cuartel. Otros hechos contrastaron en la lucha y después de  ella: el espíritu humano y caballeroso que caracterizó a los asaltantes, y el ensañamiento, la cobardía y la brutalidad  que rigieron los actos de los soldados de la tiranía.

Desde su cubil en el Palacio Presidencial de La Habana, Batista ordenó la matanza de los jóvenes revolucionarios, que tras la fallida acción del Moncada eran apresados por los esbirros de los aparatos de represión, movilizados en vandálica cacería humana. Si el número de combatientes muertos durante la acción del Moncada aquel 26 de julio era en  realidad muy reducido, sumaban varias  decenas los prisioneros asesinados por los genízaros de la tiranía.

No obstante aquella matanza, por cada combatiente muerto surgieron del pueblo cientos y miles de jóvenes dispuestos al  martirologio por la Patria encarnecida y ultrajada. Porque el Moncada fue la piedra de toque que serviría para llamar a la conciencia de la nación. En su discurso de autodefensa conocido como La Historia me Absolverá, Fidel enfatizaba:

“Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba,  qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!”.

Aunque el asalto al Moncada representó un duro revés y no cumplió el objetivo de desarrollar una ola revolucionaria inmediata, en poco tiempo devino un triunfo estratégico que propició un cambio de calidad en la convulsa situación cubana de entonces. La conducta firme y decidida de los jóvenes revolucionarios y la magistral autodefensa de Fidel, que de acusado se convirtió en acusador, convirtieron el juicio en una victoria política, y el alegato de Fidel en un programa de acción popular encaminado a transformar el panorama económico, político y social del país.

La gran lección del 26 de Julio–expresó el líder de aquella jornada– “es la importancia de las masas en la lucha, la importancia del pueblo en la lucha revolucionaria, y el valor de la constancia y la perseverancia en el esfuerzo. ¡No desalentarse ante ningún revés, ante ninguna dificultad! Y tal ha sido no solo la enseñanza del 26 de Julio, sino la enseñanza de toda nuestra historia: desde Céspedes, Máximo Gómez y Agramonte, hasta Martí y Maceo”.

* La Dra. María Caridad Pacheco González, autora del texto, es secretaria de Divulgación y Relaciones Públicas de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba.

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5 de Septiembre

El periódico de Cienfuegos. Fundado en 1980 y en la red desde Junio de 1998.

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