Influenciadores con títulos académicos obligatorios: ojalá no solo fuera en China

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China aprobó una nueva ley relacionada con los Influenciadores, la cual entró en vigor el 25 de octubre, que exige que cualquier persona que cree contenido en redes sociales sobre temas delicados posea cualificaciones oficiales en esos campos. Los creadores de contenido que aborden los contenidos regulados deberán acreditar su experiencia mediante títulos académicos, licencias profesionales o certificados.

Las plataformas chinas más importantes, como Douyin (versión local de TikTok), Weibo y Bilibili, tienen la responsabilidad legal de verificar estos documentos y garantizar que los contenidos incluyan citas claras, avisos de descargo de responsabilidad y transparencia sobre las fuentes utilizadas.

Entre los temas delicados que requieren tener un título universitario se encuentran: salud y medicina; derecho y justicia; economía y finanzas, educación; medioambiente y tecnología e inteligencia artificial.

El esfuerzo del gobierno chino comenzó en 2016 con la Ley de Ciberseguridad, la cual impone sanciones económicas de hasta 100 mil yuanes (alrededor de 14 millones de dólares) por compartir noticias no verificadas. Esta base se expandió en 2022 con la publicación de las Normas de Conducta para Streamers de Internet, que establecen las reglas básicas para transmisiones en vivo.

Las normativas de 2025 continúan esta tendencia bajo la iniciativa Qinglang, un programa destinado a eliminar la desinformación y fomentar un ecosistema digital más “limpio”. Bajo estas reglas más recientes, los creadores de contenido deben declarar explícitamente si están utilizando material de IA y de dónde obtuvieron su información.

Además, la Administración del Ciberespacio de China (CAC, por sus siglas en Inglés) ha prohibido estrictamente que los influenciadores promocionen suplementos, alimentos saludables y productos médicos para prevenir la publicidad engañosa disfrazada de contenido educativo.

Desde el inicio de la pandemia es apreciable un incremento en la cantidad de personas que ganan cierto nivel de fama en las diferentes redes sociales. Muchos crean contenido sobre baile, música y otras manifestaciones artísticas, pero también existe contenido relacionado con medicina, responsabilidad financiera y temas que requieren cierto grado de conocimientos para poder dar opiniones correctas.

La nueva ley china ha sido vista por algunos en Occidente como una nueva forma que utiliza el gobierno chino para controlar la opinión de los ciudadanos dentro de su país. Los detractores argumentan que, al controlar quien puede hablar sobre ciertos temas, China podría no solo desbloquear la desinformación, sino también restringir las voces independientes y el debate crítico, un guion que le aplican a la gran nación comunista promulgue o deje de promulgar cualquier ley.

Pero es necesario comprender que lo legislado allí solo exige experiencias en campos del conocimiento delicados, como la medicina, en los que cualquier error en los contenidos compartidos podría tener consecuencias catastróficas.

Vivimos en un mundo conectado por las redes sociales, y las generaciones que han crecido con estos avances tecnológicos están acostumbrados a buscar información en la red y en las páginas de los creadores de contenidos que ellos sigan.

Según un estudio reciente de la UNESCO realizado por la Universidad Estatal de Bowling Green, solo el 36,9 % de los creadores de contenido verifican la información antes de compartirla con el público. Los creadores de contenido se nutren principalmente de experiencias personales (58,1 %), seguidas de investigaciones independientes y entrevistas con expertos (38,7 %).

En un mundo cada vez más modelado por la esfera de las redes sociales, leyes como esta se van haciendo necesarias a medida que nos acercamos a un mundo regido por los contenidos que publican en las redes sociales. La regulación china es una respuesta directa y contundente a la crisis global de la desinformación. Ojalá no solo fuera en ese país,  a ver si dejamos de ver o leer a tantos imbéciles disfrazados de doctos, fundamentalmente de ese bando enemigo de Cuba, tarifado para atacar a nuestro pueblo.

A medida que los influenciadores se consolidan como fuentes primarias de información para millones, su credibilidad y responsabilidad deben migrar del ámbito informal al legal.

En última instancia, el desafío global no será si se debe regular, sino cómo hacerlo para garantizar un ecosistema digital que sea a la vez seguro, transparente y vibrante.

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