Eusebio, hasta las piedras te recordarán por siempre
Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 20 segundos
Bajo el entregado accionar personal de Leal Spengler por varios decenios y del colectivo que forjó en su derredor, hasta más allá de su propia presencia física, la ciudad antigua cobró vida.
Una estatua suya lo inmortaliza en la calle de madera frente al Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad, en cuyos predios se le vio a diario por varios decenios desplegar una ingente labor en pro del rescate del Centro Histórico de La Habana.
La silueta en bronce de Eusebio Leal Spengler lo acerca al día de hoy, luego del primer lustro de su deceso acaecido en esta, su urbe natal, el viernes 31 de julio del 2020; lo retrata tal cual si siguiese en sus recorridos por las arterias circundantes para observar in situ y tocar con sus manos cada uno de los frentes restauradores que dirigió.
Vestido de gris, zapatos siempre lustrosos, desandaba por doquier siempre con prisa y para ganarle tiempo al tiempo, sin embargo, tal premura no le impedía saludar, pararse e intercambiar con conocidos o no, con énfasis en la población del entorno, que él logró recuperar en su condición de localidad histórica sumamente habitada, un ingrediente más que hizo a La Habana Vieja todavía más atractiva.
Allí recibió a reyes y princesas, a las más altas autoridades del Vaticano, Presidentes de numerosas naciones de ambos hemisferios y otras personalidades de la política y las artes. También luminarias de Hollywood conocieron a través de él, los valores acunados en ese perímetro de la capital cubana, bendecida por la cercanía del mar.
Asimismo dedicó especial atención a la prensa que cubrió las acciones restauradoras del Casco Histórico. Muchas veces personalmente estuve en sus conferencias de prensa y en sus periplos por las calles Obispo y Mercaderes, por solo mencionar dos. Igual, lo entrevisté en ambientes más coloquiales y pude entonces extasiarme con su sapiencia, esa erudición que no avasallaba, sino que insuflaba el alma.
Tenía muchas ideas fijas, cual una bitácora cotidiana, atendiendo las urgencias como si supiese de antemano que el tiempo no le alcanzaría para todo lo soñado. Y miren que hizo cosas. Muchas y buenas, incluida la reparación general del Capitolio Nacional (1929), que requirió por su magnitud gran esfuerzo de su parte, cuando ya estaba enfermo.
Pero aun así, cumplió una vez más, y el 16 de noviembre del 2019, en ocasión del medio milenio de la Villa de San Cristóbal, se iluminó magistralmente la edificación que desde entonces acoge la sede del Parlamento.
Su don de hacedor mayor excedió con creces los límites del conglomerado de cuadrantes de la parte antigua habanera y su colindante sistema defensivo, que merecieran de conjunto la condición de Patrimonio de la Humanidad, concedida por la Unesco en diciembre de 1982.
Para Eusebio Leal, un revolucionario cabal y quien hizo justicia a su apellido, la capital y Cuba toda, fueron el eje de su existir.
Conocerlo de cerca, conversar con él y, sobre todo, escucharlo fue una bendición que muchos agradecieron entonces y ahora al paso de los años.
Ha quedado entre nosotros por su efectiva contribución patrimonial, su pasión y una consagración sin fronteras en tanto pudo sostenerse y seguir al pie de la contienda por restañar las heridas de esos -sus dominios- causadas por el deterioro de los siglos, el salitre, la desidia y el abandono.
Su verbo encendido cual competente orador tuvo disímiles tribunas, dentro y fuera del país. Algunas muy recordadas como sus preclaras intervenciones en la Asamblea Nacional del Poder Popular, en su condición de Diputado.
Gran amigo de Fidel, desde sus charlas iniciales se identificaron y unieron esfuerzo y apoyo para que el deplorable estado del Casco Histórico fuese trastocado. Y así las más relevantes edificaciones renacieron y a la vez se crearon condiciones para sus habitantes, a quienes se les abrieron otras oportunidades de vida y empleo.
Cobró auge un proyecto integrador que situó a San Cristóbal en el mapa mundial y sus imágenes como la del Castillo del Morro, la estatua de El Cristo y sus plazas como la de San Francisco de Asís con las palomas adornando el paisaje a su libre albedrío atraen el interés de los viajeros, muchos ya repitentes y otros que aún hoy no han visitado este destino, actualmente enfrentado a un retador contexto por una economía en crisis, en primerísimo lugar por un bloqueo recrudecido de EE.UU., que no cede ni un ápice y busca a ultranza asfixiar a la ínsula y a su gente.Un acercamiento más íntimo.
Se hizo hombre de bien desde una cuna muy humilde, gracias al sostén y enseñanzas de una madre amorosa, muy importante en toda su existencia.
Unos lo califican como un misionero y él mismo se autocalificó a veces como monje. Fue el heredero del legado de Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), el primer historiador de la Ciudad. Desde 1967 se convirtió en el Director del Museo de la Ciudad, cuyo remozamiento colosal concluyó en 1979 y a partir de 1981 fue responsabilizado con la restauración del Centro Histórico, tarea titánica que emprendió con el mismo entusiasmo que lo animó mientras tuvo fuerzas para continuar.
Quien brillara como intelectual, político, ensayista e investigador, llegó a ser Doctor en Ciencias Históricas de la Universidad de La Habana, título al que sumó muchos más al igual que numerosos reconocimientos y condecoraciones. Su extenso aval incluye obras literarias valiosísimas, como “Carlos Manuel de Céspedes, el diario perdido”, un documento ineludible de consulta desde entonces.
Buscando dar una idea más abarcadora del ser humano, que el venidero 11 de septiembre hubiese cumplido 83 años, busqué en mi memoria, los archivos y acudí a su vez a las redes sociales, de las cuales extraje algunas impresiones acerca de su persona referidas por el mismo Javier Leal Estébanez, su hijo.
Este lo describió como un ávido lector, buen dibujante y acucioso coleccionista, en varias facetas entre ellas la Filatelia.
Como alguien más dado a la vida diurna, que se recogía temprano, siempre que sus compromisos sociales se lo permitían. No era tampoco comilón, sino de ingerir poquitos más seguidos. Prefería, por ejemplo, los jugos de frutas naturales.
Por esa fuente, supimos asimismo que no le gustaba bailar, en tanto por su incesante estudio a profundidad desarrolló dotes de eminente anticuario, pues de solo mirar una pieza de arte cualquiera, sabía si era auténtica, y de qué época databa.
Perseguía que todo quedase impecable. Para ello laboraba a diario en horarios extendidos y así lo siguió haciendo hasta el final, cuando sus fuerzas menguaban, pero no así su espíritu batallador. Sus restos descansan en el Jardín Madre Teresa de Calcuta, al fondo de la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís.
Al anunciar su deceso hace cinco años, una publicación foránea tituló así su artículo: “Muere Eusebio Leal, el erudito historiador amigo de Fidel Castro que salvó La Habana Vieja del derrumbe”, un resumen en pocas palabras sobre la definición de un hombre para no olvidar por su colosal quehacer, que no es posible sintetizarlo, porque de ninguna manera fue un camino fácil ni rápido ni expedito; pero echó abajo obstáculos de todo tipo y rescató inmuebles que hoy son museos, sede de instituciones diversas, escuelas, viviendas, hoteles, restaurantes, cafeterías, tiendas…y sacó a la luz hasta a las piedras.
No en balde, la grandeza de su alma, llevó a la poetisa Fina García Marruz a afirmar: “Hasta las piedras lo recordarán”, en mensaje de una bella imagen digna de quien lo inspiró.
Esas mismas a las que les dio lustre, porque antaño padecían en las tinieblas de la mugre y la destrucción por el decursar temible del tiempo. Las rescató del pasado y las trajo renovadas al presente.
Por eso Eusebio, también hasta ellas -las piedras- te recordarán por siempre, conforme todos los cubanos en cualquier latitud.
Visitas: 17