Pinceladas de Montevideo: Loros de la capital
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Presumiblemente, aquello de “hablar como un loro” nos llegó de la Madre Patria. Recordé la popular expresión española cuando oí hablar y luego presencié las bandadas de esas curiosas y pintorescas avecillas que pululan, como dueñas del paisaje urbano, en parques, plazas, jardines y el arbolado público en general de la capital de la República Oriental del Uruguay.
A ciencia cierta no se sabe cuándo llegaron esos “ilustres” huéspedes plumíferos a la metrópolis rioplatense. Si bien los recuerdos de las primeras poblaciones de la especie se pierden en el tiempo, hay quienes fantasean y aseguran que llegaron con los propios fundadores de la villa, mientras algunos longevos montevideanos testifican que ha aumentado considerablemente la presencia de esos animalitos en las últimas décadas.
Los estudiosos del tema precisan que la especie más común en Montevideo es la llamada cotorra monje, también conocida como cotorra argentina o cotorrita verdigrís. Es un ave nativa de Uruguay que se ha extendido ampliamente en la ciudad. Está considerada un psitácido común y destaca por su habilidad para imitar sonidos y la tendencia a vivir en colonias, al tiempo de construir grandes nidos comunales.

El plumaje de estos pajarillos es predominantemente verde brillante, en el cuerpo, la cabeza y la cola. Su rasgo más distintivo resulta la zona de la frente, garganta, mejilla y pecho, con un color gris claro. Las alas, por su parte, poseen plumas de vuelo con tonalidades azuladas y el pico color ocre o marrón claro.
Como otros congéneres de la familia de los Psitácidos, la cotorra monje puede adiestrarse para hablar si se crían en cautiverio, ya que en el ambiente doméstico pueden aprender a imitar el habla humana. Para lograr tal propósito debe acudirse a la repetición constante, la paciencia y el refuerzo positivo, premios y elogios. Eso sí, en este país está prohibido por Ley poseer un loro de mascota.
Tal peculiaridad se debe a que, a diferencia de las cuerdas vocales en el género humano, determinados tipos de Psitácidos disponen de una siringe, que es un órgano ubicado en la base de la tráquea, para producir una amplia variedad de sonidos, con cierta inteligencia vocal.

Por supuesto, hay quien no ve con buenos ojos la presencia de la cotorrita verdigrís en el área metropolitana. Algunos detractores las tildan de bullangueras. Y en efecto, una de las características que distinguen a esta familia es ser muy ruidosas y vocales. Ellas son aves gregarias y sociales, que viven en grupos y no dudan en emitir sonidos fuertes para comunicarse, reclamar atención o expresar su estado de ánimo. Si bien no están chillando todo el día, cuando lo hacen son extremadamente bulliciosas.
Sin embargo, la mayoría de los citadinos reconoce que los llamativos pajarillos juegan un papel clave en el entorno urbano de Montevideo como agentes de dispersión de semillas y, en algunos casos, como símbolo de la biodiversidad local que se adapta a las ciudades.
“A pesar de que se les suele asociar con problemas para los cultivos —esgrimen los naturalistas— cumplen funciones ecológicas importantes al contribuir a la reproducción y diversidad de la flora. Su presencia, como la de otras aves urbanas, también sirve de indicador de la calidad ambiental de la ciudad”.

A propósito, a juicio del MSc. e ingeniero agrónomo José Gándara, las estrategias sobre el arbolado en la ciudad constituyen un factor determinante en el desarrollo de la avifauna. Es como una simbiosis de favores, como quiera que la vegetación en plazas, parques, jardines y veredas le proporcionan a la población aviar un refugio seguro, además de proveerlos de frutos, semillas y néctar, y a cambio los plumíferos contribuyen a propagar nuevas especies vegetales.
A saber, existen cientos de especies de loros, que se agrupan en diferentes familias como los loros verdaderos (Psittacidae), las cacatúas (Cacatuidae) y los loros de Nueva Zelanda (Strigopidae). Entre las especies más conocidas se encuentran los guacamayos, periquitos y amazonas. La mayoría de ellos destaca por el colorido de su plumaje.

El mayor de todos es el guacamayo jacinto, que puede medir hasta un metro de largo; en tanto, el más pequeño es el loro pigmeo de cara beige, con proporciones que no rebasan los ocho centímetros.
Mientras, para los que habitamos la Mayor de las Antillas nos resulta muy familiar la cotorra cubana (Amazona leucocephala) caracterizada por su plumaje mayormente verde, una mancha rosada en la garganta, la frente blanca y su pico fuerte y curvado.
Esta especie de loro antillano, de porte mediano, destaca por ser inteligente y ruidosas. Habitan en bosques de Cuba, las Bahamas y las Islas Caimán. Además, se distinguen por su capacidad de imitar sonidos, lo que, junto con su colorido, las ha hecho muy buscadas en el comercio ilegal, a pesar de estar protegidas por ley.
Ahora bien, la cotorrita verdigrís no es para nada dueña exclusiva del universo metropolitano de Montevideo. Ella comparte el entorno con otra diversidad de aves muy comunes en la capital del Uruguay. En esa población de la avifauna citadina abundan gorriones, teros (ave nacional), biguá, gavilán mixto, pirincho, carpinteros y palomas, tanto de monte como domésticas, entre otras especies aviares.

Anécdotas de loros parlanchinas hay muchas que contar, entre ellas escuché la experiencia de los amigos uruguayos Esther y Darío Nunaretto. Pues resulta que la familia vivía en el campo, en la zona de San José y desde que eran pequeños ambos hermanos convivieron con una cotorrita que echaba “flores” por su boca.
Una vez, en edad de enamoramientos, la primera visita que le hizo a Esther un pretendiente muy conocido en aquellos lares y al que todos llamaban Pepe (José Caracoch, por más señas) tuvo un recibimiento inesperado. Desde que entró por la puerta, el pobre joven, entre sorprendido y abochornado, tuvo que aguantar una andanada de malas palabras por parte de Perico, que así se llamaba aquel atrevido pajarraco.
Entonces, a los anfitriones, incluyendo la muchacha, no les quedó más remedio que reprimir la risa para no tensar más la incómoda situación. Con el tiempo, a Pepe no le quedó más remedio que lidiar con el susodicho pajarraco, porque sus intenciones fueron tan serías que hasta los días de hoy mantiene su matrimonio por más de cuarenta años, de los cuales buena parte tuvo que soportar las palabrotas de Perico.

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