Una mujer que ama la música

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 47 segundos

Corrían las primeras semanas del curso académico 1973-1974 y por las tardecitas, en el baño de profesoras de la recién estrenada ESBEC Braulio Coroneaux, una jovencísima y debutante profesora de Historia improvisaba unos recitales bajo la ducha que impresionaron el buen oído musical de otro docente novato, Alfredo Águila.

De la afición común por el arte de la diosa Euterpe surgió la semilla de la que nacería el Sexteto, así simplemente, y que luego bautizarían como Antilla Libre. Media docena de jovenzuelos, integrados a la aventura educacional del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech que en el próximo lustro harían historia en el movimiento de artistas aficionados de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en la antigua y central provincia de Las Villas.

Pero para ello fue necesario la mano del plantador de aquella simiente musical, el instructor de arte Orlando Rodríguez, un cosechero del buen arte y el mejor gusto, desde el taller cultural que fue el Grupo de Teatro Escambray.

Alfredo en el tres, Rafael Sanabria (guitarra), Jorgito Hernández (bongoes), Viriato Colina (marímbula a falta de bajo), Olguita García Limonte (maracas y voz) y la protagonista de esta historia, Noemí Rodríguez Stable, formaban lo que ahora diríamos proyecto artístico, en tiempos cuando ni el mejor adivino sospechaba que en el diccionario de la música existiría la palabra reguetón.

Hasta los doce años Noemí, que había nacido en La Habana el 20 de febrero de 1956, fue la hija única del matrimonio formado por el ingeniero eléctrico Raimundo y la ama de casa Zenaida Aurelia. La ruptura de aquella unión la trajo, con cinco años, a vivir en la casa de los abuelos maternos; el reputado carpintero Nazario Inocencio (El Cubano) y Julia, a la calle O’Donell, entre Cuba y Calzada.

De niña creció con el oído pegado al diapasón de programas musicales, de radio y televisión, que impregnaba la atmósfera sonora en el hogar de los Stable Miranda, donde también vivía su tía Dinorah. De tal manera que tantos años después pudiera decir que asistió a una academia desde cuyo púlpito de sonidos hacían pedagogía las voces de las Hermanas Martí, la cienfueguerísima orquesta Aragón, Barbarito Diez, Los Compadres y los repentistas de Palmas y Cañas.

Muy cerca de casa le quedaba la Primaria Roberto Casales, donde cursó de primero a cuarto y de cuya etapa guarda especial recuerdo de Agustinita, la dulce maestra de tercero y Alicia “que aún vive a sus más de 90 años”, quienes le influyeron mucho en el hábito de lectura inicialmente fomentado por abuela Julia. En la “Fernando Cuesta Piloto”, “la de la loma de Gloria” terminó la enseñanza elemental con Antonia y Julita, dos docentes que le despertarían luego su vocación pedagógica.

En la secundaria básica Nguyen Van Troi, de séptimo a noveno, asistió a las clases de Liliam Quintana, Juana Cecilia y Haydée Villavicencio, que le marcarían a la enseñanza de la Historia como otra razón de vida, la primera en orden cronológico.

Una vez graduada como profesora de la especialidad para la enseñanza media (1978) y licenciada dos años más tardes, conocieron de su magisterio las aulas y alumnados del IPUEC Bárbaro Álvarez, el Instituto de Perfeccionamiento Educacional, en sus sedes municipal de Cumanayagua y la provincial, el Instituto Pedagógico de la Perla del Sur. Hasta el año 2003, cuando su potente voz de contralto se decidió definitivamente por los auditorios de las salas de conciertos y sus congéneres, en lugar de frente a los pupitres.

De su etapa musical como aficionada Noemí guarda con celo en su memoria la primera presentación en público, ante sus compañeros de estudio en el teatro de la Filial Pedagógica Alberto Delgado (La Serrana) y el triunfo de Antilla Libre en el Festival Nacional de Aficionados de la FEU, de Camagüey (1974), actuación que les valió para representar a la organización estudiantil en escenarios de Jamaica, a principios de 1976.

Al terminar la carrera se impusieron los rumbos diferentes, pero muchos aniversarios de la constitución del Destacamento Pedagógico fueron un magnífico pretexto para volver a reunir ocasionalmente las voces juveniles que iniciaron el camino de la canción en la Filial Pedagógica Carlos Roloff, de Cumanayagua, que solo funcionó en el curso 1973-74.

La cara profesional de su carrera marcó su primer capítulo en 1998, “por los días de la visita a Cuba de Juan Pablo II”, pero desde dos años antes su voz se había unido a la guitarra del ingeniero Froilán y dos después la vida terminó por unirlos bajo el mismo techo y los mismos sueños. Tanto, que casi me extrañé cuando me recibió ella sola en la librería San Román para narrarme su historia de vida, que en algunos compases coincide con la del preguntador que soy. Es que quienes conocemos a los integrantes del Así Son nos hemos acostumbrado a verlos caminar hombro con hombro por las calles rectas de la ciudad.

Cuando Noemí cuenta esas casi tres décadas de convivencia con la canción va dejando una estela de nombres de gente imprescindible en su completa formación artística. Comenzando por el patio, Felito Molina, “un patriarca musical que vivía a unos pasos de mi casa y a quien me gustaba escuchar por horas”, y el trovador Lázaro García Gil, por una época también habitante en su propio entorno del parque Villuendas.

Pero nada hubiera sido posible, sin la presencia y el magisterio de su descubridor, Orlando Rodríguez, recalca. “Y muy anterior el ambiente musical de mi hogar”, matiza.

Existen encuentros casuales que definen trayectorias. Un día de principios de siglo Noemí y Froilán se refugiaban de la lluvia en el portal del teatro Tomás Terry, cuando Miguel Cañellas, histórico director del coliseo, les presentó a la antológica compositora habanera Martha Valdés.

Una especie de amor musical a primera vista surgió entre la autora de “Palabras” y Así Son. “Martha había venido con la intención de encontrar otras voces que cantaran su música en Cuba, y aunque nosotros no hacíamos feeling, sino trova tradicional y nueva, son y boleros de Manuel Corona y Sindo Garay nos hizo una audición”.

“Dijo que quería trabajar con nosotros y nos mandó dos discos, una con su música y otro de boleros mexicanos cantados por Lucho Gatica, con Arturo Castro a la guitarra. Todavía era época de correo electrónico y le fue enviando a Froilán, que aun trabajaba de ingeniero en el Ministerio de la Construcción, las letras y partituras de sus boleros. Un tesoro que guardamos en casa, y que trabajamos al detalle”.

Cuando a la Valdés le confirieron el Premio Nacional de la Música en 2007, instituciones culturales de Sancti Spíritus le prepararon un homenaje, que incluía un recital, pero la laureada les cambió el plan. “Ya yo no canto, quienes cantan mis canciones están en Cienfuegos”. Y allá fueron Noemí y Froilán, a compartir el mismo hotel de la compositora, tal como ella había establecido.

Valdés, que falleció en La Habana, el 3 de octubre de 2024, les regaló el Día de las Madres de ese mismo año la canción “Madre nueva”, que le compusiera a Haydée Milanés por su reciente maternidad en 2012, y que la hija de Pablo no se había atrevido a estrenar hasta más de diez años después.

Los Festivales de la Trova Pepe Sánchez, de Santiago de Cuba, los vieron llegar en la edición de 1998, “subiendo la calle Aguilera con los maletines al hombro después de una azarosa travesía ferroviaria” y desde entonces no han podido separar sus destinos, al extremo de que aquellos cienfuegueros casi desconocidos integraron el elenco de la gala de clausura del evento en esa ocasión.

Cuando la charla ya se ponía vieja la profesora-cantante no quiso dejar fuera de la historia a sus retoños, Mayumi e Iruma, “que quieren a Froilán como a su padre”, y sobre todo de quienes le dieron carta de ciudadanía en el Club de las Abuelas Cluecas, “Diago Alí, que vive conmigo y la pequeñuela Tania Beatriz”,

“¿Cómo le gustaría a Noemí que la recordaran?

“Como una mujer que ama a la música, a pesar de no haberla estudiado, a la Educación y a su ciudad. Como alguien que sigue luchando contra los molinos de vientos de la incultura, la falta de ética y la grosería”.

Y a modo de conclusión, apostilla, “Yo entiendo que se puedan hacer reguetones, pero no tienen por qué tener letras soeces, ni ser groseros, ni machistas a ultranza”.

Visitas: 22

Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *