Lázaro
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Hoy no vamos hablar del líder con voz ronca y persuasiva, del que recorría fábricas, minas, puertos y campos con la hondura de un pensamiento sindicalista y revolucionario. Tampoco queremos escribir sobre aquel XIII Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba que no solo organizó y dirigió, sino que convenció a muchos de que sus tesis y acuerdos eran luces de futuro.
Cuando el 29 de mayo vuelve a marcar en el almanaque la fecha de su natalicio, vayamos al joven Lázaro Peña González de quien poco conocemos más allá de reseñas encartonadas; del hijo de Evaristo, carpintero y albañil eventual, y Antolina, despalilladora de oficio. Del niño que en la barriada de Los Sitios jugaba pelota y quería ser violinista, pero ser negro y pobre se lo impidió, aunque alguna que otra canción escribiera años más tarde.
Huérfano de padre a los 10 años y con apenas tercer grado vencido, Lázaro salió temprano a trabajar para ayudar a su madre y a esa familia humilde que tenía como filosofía de vida: ser honrado y no mentir nunca. Fue aprendiz de herrero, carpintero, albañil y operario en la fábrica de tabacos El Crédito, ubicada en Belascoaín y Desagüe, donde ocasionalmente fue lector de tabaquería y aprendió el oficio de torcedor.
Y precisamente con chaveta y manos ágiles, con el tabaco encendido y el humo embriagador inició su trayectoria como cuadro sindical hasta fundar la Confederación de Trabajadores de Cuba, de la cual fue secretario general. Prisión, exilio, huelgas, militancia política, incondicionalidad a la Revolución y a Fidel, defensa de los trabajadores y desafío a una traicionera enfermedad pudieran servir para sintetizar al más auténtico y valiente de los líderes obreros cubanos.
Hoy proponemos entonces recordarlo feliz, con su sonrisa y el dibujo de sus manos a la hora de persuadir a quienes simplemente le decían: Lázaro, estamos contigo; Lázaro, qué más podemos hacer por la CTC.. Y solo respondía: trabajar por Cuba, trabajar, trabajar.
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