Las reglas de Rodo o el valor de la inclusión verdadera
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La serie televisiva “Las reglas de Rodo” nos acerca a las vivencias de un joven Síndrome de Asperger. Los Trastornos del Espectro Autista siguen siendo una condición rodeada de mitos y malentendidos. En Cuba, aunque hemos avanzado en la comprensión y aceptación de la diversidad funcional, aún queda un largo camino por recorrer
Las reglas de Rodo ha llegado a la televisión cubana para visibilizar la realidad de una familia, cuyo hijo es Síndrome de Asperger, un Trastorno del Espectro Autista (TEA) que afecta la comunicación, la interacción social y el comportamiento de quienes lo padecen.
Visto así podría presentirse que la serie constituiría una de las tantas muestras televisivas donde se explota el padecimiento en función de la manipulación de la trama, para obtener facilmente la respuesta de los públicos, por esa dramatización forzada en busqueda de empatía y aceptación.
Muy por el contrario, la dupla de Magda González Grau y Amilkar Salatti perfilaron a un Rodo con un mundo interior particular, desde donde batalla por ser parte de una sociedad que, en mayor o menor medida, todavía no entiende o no sabe cómo lidiar con lo diferente.
Poco hemos visto del personaje y su entorno, pero bastan estos capítulos iniciales para augurarle una acogida favorable, no solo porque los televidentes estamos ávidos de disfrutar de espacios con guiones bien estructurados y donde los personajes estén perfectamente delineados y posean tramas interesantes, si no por la excelente dirección de actores, apreciada en entregas anteriores de Magda González Grau, referente en la televisión cubana.
Las reglas de Rodo es una obra de ocho capítulos que llega en un momento donde no pocas familias cubanas conviven con experiencias similares a la del protagonista y no siempre encuentran comprensión, apoyo y acompañamiento.
Falta sensibilidad en las personas para ponerse en el lugar del otro y entender cuán duro resulta el día a día de esos núcleos familiares, porque falta información y el desconocimiento da lugar a juicios de valor equivocados, lo cual provoca igualmente rechazo.
Las experiencias de Rodo nos recuerdan como las personas diagnosticadas o no, incluso las mal comprendidas, pueden ser vistas como “extrañas”, lo cual incita a la marginación y al aislamiento. Sin embargo, la propuesta televisual intenta establecer el entendimiento y, sobre todo, la aceptación. Nos invita a analizar que cada individuo —con personalidades complejas— merece ser escuchado y valorado.

El autismo sigue siendo un tema rodeado de mitos y malentendidos. En Cuba, aunque hemos avanzado en el estudio de la diversidad funcional, aún queda un largo camino por recorrer. Padres, hermanos y cuidadores navegan por un sistema que, en ocasiones, no proporciona el apoyo necesario. Sin embargo, el creciente reconocimiento de la importancia de la educación inclusiva y de la sensibilización sobre el autismo constituyen pasos vitales hacia un futuro donde todos puedan participar plenamente en la sociedad.
En mi opinión, falta preparar mejor desde la propia formación de los docentes. Corresponde a las instituciones formadoras ocuparse con denuedo de hallar comprensión y establecer la verdadera dimensión de los trastornos del neurodesarrollo, para, desde ese estamento, iniciar una labor formativa que irradie a las diversas capas de la sociedad. Si la escuela no sabe lidiar con lo diferente, cómo podremos pretender entonces que el resto de la sociedad entienda un fenómeno que debieron haber aprendido, cuando menos, en la escuela o en el hogar.
La serie de televisión Las reglas de Rodo lo aborda con sensibilidad y realismo, comicidad que no vulgaridad y seriedad, e invita al televidente a reflexionar sobre la importancia de crear un entorno más inclusivo.
Tales historias muestran además que la educación es fundamental; informar es clave para derribar barreras y construir espacios donde todos puedan coexistir. Estas personas interactúan en el barrio, la escuela, con nuestros hijos, en un restaurante, un cine, un parque infantil… Y tal reflexión me traslada a la historia de una colega y su nieto en un espacio público de la ciudad de Cienfuegos.
La conversación de la abuela y su retoño giró en torno a otro pequeño y su comportamiento. La abuela quería que su nieto entendiera por qué debían prestarle la pelota hasta el otro día. “Mañana la tendremos de vuelta, verás”, y así ocurrió. La tarde siguiente recuperaron el balón de fútbol y recibieron además el agradecimiento de un padre, que ese día solo necesitaba afecto y empatía por su hijo.
La serie educa y sensibiliza, y a la vez que entretiene se convierte en una plataforma desde la cual podremos iniciar diálogos constructivos sobre el autismo. En tal sentido, cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar: informarnos, interactuar y, lo más importante: aceptar la diversidad.
Y que cuando dialoguemos sobre la inclusión, que esta no quede en discursos ni panfletos, porque solo así podremos construir un futuro para todos, donde cada voz y cada historia sea válida.
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