Pierre Goldman en el estrado

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 41 segundos

En fecha reciente, han sido estrenados dos magníficos dramas judiciales franceses, con inspiración argumental en casos reales.

Ambos establecen vasos comunicantes en cuanto a temáticas, estilos, preeminencia casi absoluta del espacio del tribunal como epicentro dramático, tratamiento y organización de la información, ambigüedad de los personajes, enfoques de guion, e imbricaciones de los respectivos procesos penales con sus respectivos contextos sociales.

Uno y otro título –cáusticos, nada complacientes con sus entornos socio históricos–, exhiben sugerentes miradas a los dobles raseros morales, el racismo, el odio al diferente y la polaridad de una Francia dividida en cuestiones éticas, cívicas, humanas, culturales y religiosas.

Dichos filmes son Saint Omer (Alice Diop, 2022), Gran Premio del Jurado y Mejor Ópera Prima en la cita de Venecia; y El caso Goldman (Cédric Kahn, 2023), Premio César al Mejor Intérprete para el belga Arieh Worthalter. Este último largometraje formó parte del Festival de Cine Francés en Cuba.

El drama judicial de Diop recrea el juicio efectuado en 2016 contra Fabienne Kabou, mujer de origen senegalés acusada de filicidio.

El drama judicial de Kahn recrea el mediático segundo juicio efectuado en 1975 contra Pierre Goldman, singular intelectual de izquierdas, hijo de dos judíos polacos que lucharon en la Resistencia Francesa. Este hombre, contradictorio e inexplicable en varias de sus acciones, admitió ser el autor de tres atracos cometidos en 1969. Lo acusaron por esos robos y, además, por dos asesinatos que no cometió.

A la larga fue condenado por lo primero; si bien desestimaron la otra imputación. En 1979 un grupo de extrema derecha acabó con su vida.

Kahn, cuyo cine manifiesta algún interés por identidades masculinas complejas y hasta cierto punto inclasificables (El creyente, Roberto Succo), encuentra en la construcción del personaje de Goldman y en la defensa suya por parte de Worthalter dos aliados de notable peso.

El cineasta se vale tanto del inusual perfil sicológico del imputado, como del aplomo del actor, para modelar a un muy atrayente personaje, que circunvala entre la ambigüedad y el velo, lo sesudo y lo escasamente sutil, lo duro y lo sensible, lo ególatra y lo altruista, lo zafio y lo intelectual, lo ideológicamente aceptable y lo repudiable.

Kahn observa la brújula tomada por directores de grandes dramas judiciales (Preminger, Wilder, Lumet), en la forma de atisbar, poner en pantalla y seguir la evolución del proceso; pero personaliza su autoría a la hora de armar su componedor dramatúrgico.

Su película, ascéticamente formal y de un puntilloso rigor narrativo, hace de sus artes organizativas seña identificativa. Cada pequeño fragmento compositivo le confiere una unidad de sentidos que configura, dimensiona y explica a la postre el tapiz final.

Un tapiz que refleja el espíritu de su época, los miedos atávicos de Europa, sus falsas querencias e inconfesas preocupaciones.

Kahn establece, igual, un lúcido correlato entre el proceso Goldman y el sentido de los años rebeldes de Mayo del ´68, los movimientos revolucionarios globales, la contrarrespuesta conservadora burguesa y su incidencia nefasta sobre una actualidad que contradice los nobles ideales depositados, entonces, en la tierra de la Revolución Francesa.

Visitas: 23

Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *