Tragedia en el hotel La Suiza
Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 3 segundos
A las tarjas encargadas de rememorar acontecimientos históricos suele sucederle como a la ropa que un día fue de buen vestir y luego el uso diario termina por hacerla intrascendente.
Casi un kilómetro exacto media entre dos edificaciones de la misma calle San Carlos, señaladas por sendas placas y hermanadas por la tragedia 119 años atrás: el otrora hotel La Suiza (en ruinas), y una modestísima vivienda en la intersección con Gloria, esquina suroeste. Pocos caminantes reparan en ellas.
En el cuarto número uno, segunda planta, de la hospedería más próxima a la Catedral, tuvieron lugar los sangrientos sucesos que el miércoles 22 de septiembre de 1905 segaron la vida del coronel mambí Enrique Villuendas de la Torre y el comandante Miguel Ángel Illance. Integraba el primero la Cámara de Representantes por la provincia de Las Villas y era uno de los líderes del Partido Liberal en el territorio central. El segundo, jefe de la Policía en Cienfuegos.
La humilde vivienda a diez cuadras de allí conserva una inscripción en mármol empotrada en la pared lateral por Gloria; testimonio escrito de que allí estuvo la capilla funeraria de Villuendas, el más joven de los constituyentistas en la Asamblea de 1901.
En La Suiza comenzó a tejerse aquel día la leyenda de la Perla Roja, sambenito que Cienfuegos cargaría al menos por las dos próximas décadas. Narrar en detalle el curso de tales acontecimientos –hubo otros dos muertos de menor renombre- choca con la limitación del espacio de esta columna. Baste por ahora situarlos en su entorno histórico: las luchas políticas entre liberales y conservadores que conducirían al año siguiente a la Guerrita de Agosto y la consiguiente segunda intervención militar de los Estados Unidos en la Isla.
Pasadas más de dos horas de la trifulca en el hotel, el cadáver del congresista llegó al cementerio Municipal a bordo de La Lechuza, el carromato destinado al último viaje de los pobres de solemnidad. Los despojos fueron colocados en un cuarto sin muebles en el edificio administrativo de la necrópolis. De allí los rescataría a media tarde el coronel mambí Paulino Guerén para darles piadoso velatorio en su hogar, que marcaba entonces el límite oriental de la población.
El gesto del oficial del Ejército Libertador, que ahora ganaba el sustento de los suyos en La Prefectura, una estancia agrícola arrendada al otro lado de la calle Gloria, y simpatizaba con la causa moderada, luego sería comparado por el activista liberal Luis Perna Salomó con el del rico senador de Arimatea que consiguió de Pilatos el cuerpo de Jesús Nazareno.
Al fin fueron Guerén, sus dos hermanas y una pareja de la Guardia Rural los que oficiaron de única compañía de los restos de Villuendas, en quien hasta esa mañana el liberalismo cienfueguero creyó ver el Moisés que los guiaría a la casa de gobierno de San Fernando y Santa Isabel.
El corazón de Miguel Ángel Illance aún latía cuando sus subordinados lograron evacuarlo del lugar de los hechos. Dejó de hacerlo en la mesa de operaciones de la Casa de Socorro, contigua al Ayuntamiento y a poco más de 100 metros de La Suiza.
Al abanderado de la Invasión lo lloraría su viuda, la cienfueguera Caridad Valdés. Aunque el dato no está comprobado. Quien sí deploró la muerte del hijo del central poblado de La Esperanza fue una mujer que en Cienfuegos era aún el estandarte vivo de la causa independentista. Lo sabemos porque al siguiente día entre las escasas ofrendas florales que cobijaban la tumba del jefe policiaco en la necrópolis de Reina, un reporter de El Comercio registró una con la siguiente dedicatoria de puño y letra de Rita Suárez del Villar: “Illance: los cubanos como tú no mueren en el corazón de La Cubanita”.
Amaneció el siguiente día en medio del letargo de esas mañanas de resacas. La ciudad había despertado el día después de sufrir la tormenta política más devastadora en sus escasos y bien llevados 86 años.
El coronel Paulino Guerén salió casi con el sol a cumplir la triste encomienda de dar cristiano sepulcro al mártir del liberalismo villareño. La guerra lo había curado de espanto y de sorpresas. Al salir de la improvisada capilla familiar pudo imaginar cualquier percance a lo largo de la ruta luctuosa que lo llevaría hasta el final de la Península de La Majagua, menos que en el parque Martí coincidirían los cortejos fúnebres de Villuendas e Illance. ¿Casualidad o previsión? Cabo que dejó suelto la crónica de los sucesos. Lo cierto es que los dos muertos de La Suiza compartirían el último de sus trayectos terrenales.
Ambos entierros avanzaban por el Paseo de Arango cuando el lente de la cámara del amateur Isaac Álvarez los captó en una sola foto la mañana del 23 de septiembre de 1905. Tan poca distancia separaba al uno del otro. El féretro del comandante Miguel Ángel Illance abría la marcha en hombros de sus compañeros de armas; y la cerraba el coche fúnebre que conducía hacia el cementerio municipal de Reina el cadáver ultrajado del coronel Enrique Villuendas de la Torre.
Era como un guiño de la historia o una jugarreta del destino a los dos jóvenes oficiales, que tan solo siete años antes se batían en los campos de Cuba, bajo la misma bandera de la única estrella en el triángulo de la sangre derramada. Y la por derramar.
Visitas: 317
Algun dia hagan una cronica sobre el hotel La suiza y hablen de su dueño, Lombardero ,que también fue dueño de La Esperanza, actual fabrica El Faro.
Sobre este suceso han corrido ríos de tinta
Si, es muy probable. A la Historia le quedan muy pocas tierras vírgenes. Esta es una micro historia. Quien sabe si alguien se está bañando por primera vez en este río. O bebiendo un sorbo de agua. Gracias por leer. Buen fin de semana.
Buen trabajo Francisco, y decearia que como esta y tantos acontecimientos de nuestra historia de la localidad seria bueno siempre sean recordadas para que las nuevas generaciones conoscan nuestra propia historia.
Gracias por el elogio. Claro, sería muy bueno que TODA la historia local fuese recordada. Cordial saludo.
Buenas tardes, Lourdes, gracias por leernos. No comprendo donde está la limitación de la publicación del comentario, usted acaba de publicar uno y lo vemos perfectamente. Ahora bien, si prefiere enviárnoslo a la dirección del correo del periódico, aquí le va: cip219@5septiembre.cu
Intento publicar un comentario, pero está inhabilitada la acción de pegar. No entiendo esta limitación. Si es de interés del autor o del periódico lo remitiré con gusto a una dirección electrónica. Buenas tardes