Para negar con la cabeza y sonreír al mismo tiempo
Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 39 segundos
Oye, lector, no te rías ante mi pregunta, pero ¿te morirías para ganarte la vida? Mi cuestión parece broma; aunque tiene, si lo prefieres, un eco evangélico: “El que pierda su vida la ganará”. Ve pensando mientras dejo estas reflexiones:
Después de la excelente Don’t look up (“No mires hacia arriba”), el reciente largometraje Mickey 17, se eleva como una de las mejores sátiras políticas actuales. Escrito y dirigido por Boong JooN-ho, y basado en la novela Mickey 7, de Edward Ashton, cuenta la historia del anodino fracasado social Mickey Barnes (Robert Pattison) quien, debido a esos giros de la trama y su carácter tímido e inocente, termina feliz. Digamos que comparativamente feliz.
Mickey “acepta” un empleo rarito que nos incumbe a todos como habitantes de este planeta. La brevísima sinopsis en The Movie Data Base (TMBD) es graciosa por lo paradójica: “Mickey Barnes se encuentra en la extraordinaria circunstancia de trabajar para un empleador que exige el compromiso máximo con el trabajo… morir, para ganarse la vida”
¿Un posible tipo de empleo futurista? “Prescindibles” les llaman a estos nuevos obreros de la muerte, usados como ratas de laboratorio en experimentos biotecnológicos para intentar conocer qué es morir, qué se siente, qué experimenta el cuerpo. Sin embargo, una vez muertos, los resucitan. El cuerpo de Mickey es reimpreso o reciclado una y otra vez (versiones Mickey 1, 2, 3, 4…). A estas copias le devuelven la memoria existencial mediante sueros cerebrales.

Bien mirado a favor de nuestra civilización, hasta aquí el experimento tiene un propósito loable. La Humanidad, tras sus mitos y descubrimientos científicos ha soñado con alargar la duración de la vida; y aún más, ha anhelado la inmortalidad del cuerpo físico y el contacto con otras realidades: Un Más Allá, un Cuerpo Astral, el acercamiento a posibles habitantes de otras regiones de la materia más fina, ultrasónica y subatómica.
También, en el plano emocional, el ser humano ha encontrado otras razones para continuar viviendo: un legado que dejar, un hijo que perpetúe el nombre de la familia o el clan, un conjunto de ideas, una obra artística o social. El deseo de inmortalidad originó innumerables leyendas como la Fuente de la Eterna Juventud, el regalo de los dioses a la Pitonisa; obras modernas como el retrato de Dorian Grey, Carbono alterado, o los actuales experimentos para modificar el ADN. En fin, un sueño loable a favor de la Vida.
Pero toda herramienta, es obvio, puede resultar benéfica o destructiva según el uso que se le dé. Con evidente enjuiciamiento ideológico por parte de los creadores del filme, aquí entra el supervillano de la historia: Kenneth Marshall, bien caricaturizado por la actuación de Mark Ruffalo.

Marshall es un político multimillonario que, pese a su carisma, no ha logrado ganar las dos últimas elecciones. Entonces decide el macroproyecto de fundar una nueva civilización en el lejano planeta Niflheim, durante el no tan lejano año 2054. Dentro de su gigantesca nave oblonga, llena de “prescindibles”, parte Marshall a cristalizar su tremendo intento fundacional a lo Cristóbal Colón.
Mientras asistimos a la dulce historia de amor entre Nasha y Mickey (¡por fin Pattison!), se va caracterizando a buchitos a este político megalómano y su no menos extraña esposa “cocinera”, llamada Ylfa (Toni Collette). Entretienen al buen observador los simpáticos guiños al Mumpismo: el disparo que le roza el rostro, el afán coheteril, el discurso sobre la purificación racial, entre otros, que desembocan en… bueno, tendría usted, amable lector, que llegar al planeta Niflheim junto a la expedición.
No falta a esta sátira política la buena dosis de humor negro: los distraídos y torpes ayudantes de laboratorio; los asépticos razonamientos de los científicos ante el sufrimiento extremo; el “programa de embarazos naturales”; la piedad religiosa de los crueles, entre otras actitudes incongruentes que logran que el espectador sonría y niegue con la cabeza al mismo tiempo.
Es asimismo impresionante el minimalismo (diríase que el ahorro) respecto a los efectos especiales. Como obra de peso psicológico y social, el director y guionista eligió incidir más en las relaciones entre personajes que en el impacto visual. Le bastaron unos sueros, unos hornos, algunos muñecos y mucha nieve, a fin de reflejar varias ideas problemáticas y candentes de la sociedad actual.
Pues ahí está la reciente Mickey 17. Parodia política, émula de Don’t look up. Sonoro sarcasmo con empleados raritos. Para sonreír y negar con la cabeza al mismo tiempo. Y desde luego, hay una linda historia de amor y una subyacente alabanza a la meritocracia… Entonces, lector, ¿qué contestas a mi pregunta inicial?

Visitas: 53
Este tipo de sátiras tiene mucha tela por dónde cortar, creo que la más antigua que he visto es El Gran Dictador, de Chaplin. Desde allá para acá ha llovido mucho, pero el género sigue vivo, con mayor o menor capacidad para punzar.
Excelente reseña. Ofrece los datos esenciales para que el lector se interese por el filme, y se lee con agrado porque está muy bien escrita. Sin dudas, es una película que hay que ver.
Muy buena reseña