Volver al Castillo entre clamores de espadaña

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Es imposible obviar mientras navegamos en la patana, al viejo castillo que está en el otro extremo del canal de la bahía de Cienfuegos. Una cosa es cierta, algunos lo apreciamos diferente en las postales que andan por ahí en los puestos de venta de la ciudad. Pero ahora que lo tenemos a menos de doscientos metros, la Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua, guardiana perpetua del siglo XVIII, nos hace olvidar esas tarjetas turísticas sin brillo para repentinamente enamorarnos; invitándonos a escudriñar y a ser partícipes también de sus enigmas.

Como ha sucedido con casi todas las obras arquitectónicas de tipología militar en el área del Caribe, el “castillo” de Jagua funciona en el presente como museo desde el 24 de marzo de 1998. Tal vez por ello ostenta el rasgo de ser uno de los enclaves más visitados de la municipalidad, a pesar del inconveniente de su lejanía, además de que el transporte no es -muchas veces- el mejor para llegar. Pero es un riesgo que vale la pena.

Durante la narración de algunos hechos, nos cuentan allí que el fortín militar tenía que existir en ese término como baluarte defensivo, para servir de resguardo a las características excelentes que siempre han definido a la grandiosa bahía. Inmejorable posición que la prometía como meca insular perfecta a los populares corsarios y piratas de aquel tiempo para llenarse de provisiones.

Un macramé de personajes criados en el mar de los pillajes, Jaques de Sores, Francis Drake, Morgan, Juan el Temerario, y hasta el mismísimo Gilberto Girón apodado como “el señor de La Confiera”, se dice que pasearon y traficaron en diferentes momentos por toda la comarca, hasta que ello los puso en controversia con los ricos hacendados de los alrededores, quienes, como es de suponer, vieron afectado su peculio.

Afortunadamente, hoy no es solo un lugar para el aprendizaje y el conocimiento sobre filibusteros y guerras del pasado, sino que se oferta allí un valioso discurso museológico que interrelaciona a toda la zona de Jagua, catapultando de esta manera sus potencialidades y haciéndonos vibrar al unísono con los fulgores del pasado.

Mientras vamos recorriendo sus salas expositivas, capta nuestra total atención una maqueta colorida y varios mapas vetustos llenos de nombres con caligrafía esmerada. Pero también encienden la curiosidad los fondos etnológicos no religiosos que recogen los modos cotidianos de supervivencia en aquella valiosa zona pesquera. Un insólito objeto llamado “nasa” a nuestros ojos, por ejemplo, parece más una cesta rara tejida con estambres, pero que representa uno de los instrumentos más utilizados desde épocas inmemoriales para la corrida o captura de langostas y otros crustáceos.

Jamás hubiese imaginado Joseph Tantete Dubruller, artífice del diseño de la singular obra de estilo renacentista, que se convertiría en emblema de la ciudad el torreón circular y abovedado que se distingue de lejos y marca el punto superior de toda construcción. Reproducido tanto por pintores y escultores locales, y promocionado en los burós de venta al turismo en esas postales pequeñas, esa atalaya con escalera de caracol en su interior es otro ejemplo fehaciente que apuntala a Cienfuegos como ciudad de abundantes cúpulas en el pentagrama arquitectónico de la nación.

Su modesta capilla, sobre la cual se tejen antiguas historias y leyendas que están colgadas en las paredes, el misal con sus crucifijos y candelabros; la pequeña celda de torturas y un extraordinario aljibe con jicoteas, donde se almacena el agua de lluvia que discurre por toda la fortificación, son otros de los espacios inolvidables, atrayentes, dialogantes.

Es probable que pase inadvertido el emblemático puente levadizo de la entrada. Pero es mejor estar atentos, ya que es el único que aun funciona en una instalación de este tipo en Cuba. Si tiene más tiempo, auscúltelo bien, huela su madera, palpe suavemente los pilares y aprecie la herrumbre de las cadenas. Sienta la historia correr silenciosa por el brazo; cierre los ojos y escuche cómo de repente se pueden haber encendido las alarmas o retumban los clamores desde la bonita espadaña del segundo nivel ante el posible advenimiento de los rateros saqueadores… Y luego siga, respire el mar cercano, mientras todo permanece en calma.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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