Vivir más allá de una centuria

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Teresa Bermúdez Mora es una mujer que no le teme a la vida. Tiene el privilegio de acumular más de una centuria de intenso existir y de ese tiempo muchas son las anécdotas que puede contar. Habla con envidiable claridad y de sus palabras emana la sabiduría alcanzada con el paso de los años. El implacable no ha hecho estragos visibles en su memoria. Eso es ya bastante mérito para alguien de su edad.

No rehúye a la reportera cuando esta se asoma a su intimidad para escucharla relatar momentos importantes de su vida, como aquel en el que se quedó sola al cargo de su prole. “Mi esposo me abandonó cuando tenía 43 años y me quedé desamparada al cuidado de nueve hijos, seis hembras y tres varones, a quienes tuve que criar a fuerza de mucho sacrificio. La menor era muy pequeña todavía. Pero yo no me acobardé, sino que comencé a trabajar en todo cuanto pude allá en la finca donde vivía, en las cercanías de Santa Isabel de las Lajas. Realicé labores en el campo, crié puercos, gallinas, hasta que los muchachos crecieron y pudieron ayudar.

“Les di una educación esmerada. Les enseñé a ser honrados y gente de bien. Yo pude llegar solamente hasta el quinto grado, pero mis hijos todos fueron a la escuela y entre mis nietos hay varios profesionales”, cuenta esta mujer con una voz en la que se mezclan cierta tristeza por lo que le aconteció y el orgullo que le produce evocar a sus descendientes.

Teresa goza de muy buena salud. Quizás la genética la haya favorecido, pues en su familia hay muchos miembros que llegaron a la longevidad. Sin embargo, ella misma confiesa que la actividad física a la que siempre se dedicó ha contribuido a alargar sus días. “Yo siempre he trabajado mucho. Hasta hace muy poco ayudé en la crianza de mis nietos y bisnietos y en los quehaceres de la casa. No me siento nada, excepto un poco de sordera. Conservo una buena memoria y los deseos de trabajar, de ser útil. Nunca he llevado una dieta especial, como de todo, me encanta la carne de cerdo. Eso sí, jamás he fumado ni consumido alcohol”, aseveró.

Para quien conoció las penurias de la Cuba anterior al ’59, la Revolución vino a abrir la puerta hacia una vida mejor. “Antes del triunfo yo pasaba bastante trabajo. Ahora vivo mucho más contenta, tengo una casa confortable y todo cuanto puedo desear. Yo recuerdo cuando en la década del ’30 un ciclón me llevó la casa. Estaba embarazada y tuve que refugiarme en una vivienda vecina. Ahora si eso sucede, el gobierno enseguida ampara a los damnificados”, comentó Teresa, quien siente profunda admiración por Fidel.

Un total de 36 nietos, 56 bisnietos y 9 tataranietos completan la descendencia de esta anciana. No escapan a su apreciación los cambios en la sociedad, por eso los mira crecer y siente que todo es distinto. “La crianza ahora es diferente de como era en mi tiempo. Pero los muchachos siempre son muchachos y por eso yo les aconsejo que estudien, que se preparen y, sobre todo, que se cuiden”.

Excelente conversadora, atenta a todo cuanto pasa a su alrededor, Teresa es de esas personas que gozan de una longevidad satisfactoria. Su existencia excede la centuria, pero tiene el espíritu de quien se dispone a extenderse más allá. Mimada, querida y respetada por su prole, quien la considera la mejor madre del mundo, vive sus días con la placidez que ofrece el haber podido recorrer tan largo camino.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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