Violencia simbólica: la agresión invisible

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La muchacha luce oronda un nuevo vestido. Hecho a su medida, ajustado a su figura estilizada, camina convencida de verse bien con él. Al parecer, no le molesta el rótulo dorado impreso en la pieza por las zonas del pecho y los glúteos: Sexy. Más bien le agrada, está a la moda y reafirma su belleza, eso cree, pero ignora que la tendencia a adornar el atuendo con palabras y frases similares a esa, sobre todo en ciertas zonas del cuerpo, constituye una de las tantas formas en que se presenta la violencia simbólica, la más común y menos visible de las agresiones hacia las mujeres.

Nadie se escandaliza al ver ese vocablo, o cualquier construcción parecida, en las prendas femeninas, lo mismo en blusas, vestidos, shorts o blúmeres. Sexy girl, Se permite tocar, Smart sexy, Kiss, Ámame en cámara lenta y Tú tienes la clave, entre otras grafías acompañadas de símbolos, resultan una clara muestra de la cosificación de la mujer, de la propensión a relegarla al papel de objeto, hecho para el placer y disfrute masculino, pero cuentan con la anuencia de casi todas, que las aceptan como normal, con actitud acrítica.

Igual sucede con la imagen que proyectan la gran mayoría de los videoclips musicales, las letras de muchas canciones, o hasta spots publicitarios, donde exponen a la mujer en situación de desventaja, pasiva, confinada a sus funciones domésticas o como mera espectadora de la superioridad masculina. Sin embargo, pocos perciben el estado de denigración que encierran dichas representaciones, pues se han naturalizado de manera tal que es difícil reconocerla como una forma de violencia.

Y es esa suerte de invisibilidad, esa dificultad para advertir la agresión por no hallarse un agresor definido, el principal peligro de la violencia simbólica, pues esta, contrario a otras manifestaciones de maltrato, no es evidente. Es solapada, sostenida en el tiempo, pervive en nuestras conversaciones cotidianas, en las frases, los chistes sexistas y misóginos, los gestos, mientras forman parte de nuestras expresiones culturales.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu define la violencia simbólica como la articulación de un sistema que intenta imponer una visión del mundo que se pretende legítima. Esta ha sido una de las formas implementadas por sistemas discriminatorios como el capitalismo, la xenofobia y el machismo para establecer y reproducir su hegemonía.

También lo describe como una relación social donde el dominador ejerce un modo de violencia indirecta en contra de los dominados, quienes no la evidencian y/o son inconscientes de dichas prácticas.

La violencia simbólica utiliza patrones estereotipados, mensajes, valores, signos para transmitir y reproducir la dominación, la desigualdad y la discriminación, mientras naturaliza la subordinación de la mujer en la sociedad. Es la más difícil de distinguir y percibir y, por tanto, de desmontar.

En los videoclips musicales, con el reguetón como máximo exponente , las mujeres se muestran siempre complacientes ante los caprichos del hombre
En los videoclips musicales, con el reguetón como máximo exponente , las mujeres se muestran siempre complacientes ante los caprichos del hombre

Pululan los ejemplos. La vemos en un anuncio publicitario que coloca a la mujer cómo única responsable de los quehaceres del hogar; o cuando la muestra semidesnuda sobre un auto que está a la venta, como para incitar a los hombres a comprarlo más rápido; en los videoclips musicales —con el reguetón como máximo exponente—, donde aparece en poses sensuales, mostrando el cuerpo, sonriente y siempre complaciente ante los caprichos del hombre.

Hay violencia simbólica, además, en el lenguaje, en las más simples charlas cotidianas: “mi esposo me compró una lavadora moderna”, o “él me ayuda en la cocina y con las tareas de los muchachos”, frases mediante las cuales legitiman la división sexual del trabajo doméstico, donde ellas son reinas y señoras de todos los quehaceres. El lavado es “de ella”; la cocina y la atención a la prole, también.

¿Qué hacer? Un primer paso sería desnaturalizar ese lenguaje, desmontar el mito de que las cosas son así desde los albores de la humanidad y no pueden transformarse. Urge hacer visible ese tipo de violencia, cobrar conciencia y no aceptar como natural e inevitable lo que solemos consumir a través de los medios o percibir en la sociedad, y remover los cimientos de la ideología patriarcal que perpetúa las representaciones machistas y las asimetrías de poder en las relaciones entre hombres y mujeres.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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