Villalvilla, el pupitre y el hombre

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Camilo Villalvilla Soto es un miembro de 29 años de la AHS, cuya creación plástica adquiere connotación progresivamente, al punto que parte de su obra puede apreciarse en colecciones de más de veinte países y ha obtenido lauros en diversos eventos, sin contar las múltiples exposiciones personales y colectivas en las que interviniera hasta hoy.

Curiosidad que no lo es tanto en el mundo del arte, este graduado de Arquitectura en la Universidad Central de Las Villas, sin embargo, se desempeña como diseñador del periódico Cinco de Septiembre, de Cienfuegos. No obstante, pese a que confiesa amar la carrera cursada y que las páginas por sí elaboradas en el rotativo tienen el vuelo que solo puede imprimirle alguien que pone el alma en lo suyo, ni la Arquitectura ni el Diseño son los objetivos centrales de su creación.

La pintura, desde niño, y ahora mismo la instalación, son las dos franjas de la plástica en cuyo vórtice rondan sus musas. La atracción natural le viene en ambos casos desde que, apenas abandonado el balbuceo, comenzara el más pequeño descendiente de los Villalvilla -una saga que en Cienfuegos comprende a médicos y actores-, a dibujar y jugar con chapitas en el suelo.

Hasta los nueve años -en un día en que el padre le espetó a la madre: “Suelta a este niño para la calle”- no logró salir Camilo a jugar con los chiquillos del barrio, pero lo que perdió en diversión lo ganó en concentración, en aprendizaje, en cultura, en la fabulación de un universo particular definido por una madurez de pensamiento cocida al influjo permanente del arte.

Y hoy día, asegura, pintar es el Nirvana al que suele llegar sin drogas ni ritos, solo con un caballete y cierto aislamiento, al cual ya incluso se da el lujo de renunciar en ocasiones porque, afirma, al ganarse en confianza te olvidas de la gente a tu alrededor.

Si bien cree que lo primero es el ser humano, la familia y después el arte (así opera su jerarquía personal), no se concede descanso en su creación. Estudia, aprende y hace, porque cree, junto a Goethe, que “no basta con saber, hay que aplicar”.

Su reto actual son las instalaciones y su obsesión, tema, código, motivo recurrente o como quiera llamársele es una serie de éstas centradas en la figura de un pupitre. Reflexiona que se trata de un objeto de imagen muy fuerte -hacia las cuales prefiere inclinarse-, cargado de un nutriente polisémico increíble, sostiene.

En el pupitre, opina, hay ínsito un signo de emergencia en el sentido, en la acepción formativa, dirigido sin remisión a la mismísima sustancia forjadora del individuo, en tanto mueble sobre cuya espalda transcurren los dieciocho años de estudios que median desde el preescolar a la universidad; o sea el paso de la nada al futuro como persona.

Y Villalvilla cree mucho en el hombre, en la persona amiga que te tiende la mano justa cuando tu vida requiere el empujón determinante que saldrá de su boca (incluso reconoce que gracias a un amigo incondicional su propia existencia en ocasiones ha propinado giros inesperados). Ser humano al cual no pocas veces se conoce justamente al lado de tu pupitre.

También vota en este mundo a favor de la riqueza de las proposiciones artísticas distinguidas por la polisemia, la ambigüedad, la riqueza de sugerencias. Y en tanto hombre y pupitre poseen esa interconectividad, el engarce le funciona, por lo que continúa llevando a salones y galerías el mueble escolar. Sin desdeñar otros motivos para las instalaciones espaciales, como tampoco la pintura ni la faena ligera que debe producir para el mercado, y así poder vivir, y de paso adquirir los materiales necesarios para el área de la creación que verdaderamente le interesa.

Su deseo más ferviente es poder seguir trabajando y viviendo su vida del modo que la lleva, pintando, realizando instalaciones, diseñando páginas de periódicos y suplementos, entregando franqueza y bondad a los congéneres.

A la espera siempre de que esto último prevalezca en el prójimo, en tiempos donde no es común en el común encontrar fácilmente virtudes tales.

A la manera de Vallejo, de Benito Juárez (dos grandes que le supieron sacar muy buen partido a sus dilectos pupitres), cree en el mejoramiento humano, y en la instrucción y el arte cual vía para encauzarlo. No está distante su pensar, por tanto, de lo que en este mismo minuto mucha gente buena está llevando a vías de hecho en las escuelas de donde surgió su principal fuente de inspiración momentánea.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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