Verónica

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El realizador valenciano Paco Plaza, coequipero junto a Jaume Balagueró y Luiso Berdejo, de REC (2007-2014), la saga más rentable e internacional del cine de terror español y que puso a la productora catalana Filmax en el candelero mundial, dirige en solitario Verónica, presentada primeramente en varios festivales clase A en 2017 y con posterioridad propuesta a los públicos de la Península y del resto del mundo. Ha sido estrenada en Cuba en fecha reciente.

A inicios de 2018, Verónica tuvo una suerte de segunda vida comercial, en tanto -luego de sus siete nominaciones a los Premios Goya-, Netflix la difundió en todo el planeta, lo cual contribuyó a propiciar que, poco más tarde en internet, el largometraje se instituyese en uno de esos fenómenos virales, cuya interpretación a veces no entra en el plano de la mera lógica.

El realizador de El segundo nombre (2002) y Romasanta, la caza de la bestia (2004) parte aquí de un suceso presuntamente verídico registrado hace más de par de décadas en Madrid, el cual involucró a practicantes de la ouija, “situaciones paranormales” y poseyó un episodio policial complementario, derivado de las acciones de aquellos, cuyo nombre fue el Expediente Vallecas, debido el nombre de la barriada capitalina donde vivía la principal implicada: la joven de 18 años, Estefanía Gutiérrez Lázaro.

Al menos así lo han vendido el director y los promotores de la productora en innumerables entrevistas; si bien cuanto cuenta ahora no es el posible o presunto referente, sino valorar, per se, el resultado del filme.

Y el resultado no es todo lo potable que hubiera querido este entusiasta artesano del terror y el fantástico llamado Paco Plaza, en tanto su película, bifurcada en dos grandes campos narrativos y alegóricos remisivos al propio hecho crispante narrado y al proceso de madurez emocional del joven personaje central femenino, pudo haber sido otro visceral “coming of age” con horror teen-juvenil de fondo, corte Carrie o Crudo, si el hammeriano Paco no hubiese tomado tal atributo solo como apunte de color contextual, para embarcarse a la postre con todas sus ganas de buen marino talibán del género en una travesía azarosa de horrores, gritos, congestionamiento de estímulos sensoriales, figuras macabras y fenómenos paranormales. Algo así como James Wan pasado por agua de Roger Corman y Jess Franco.

Verónica, construida con puntual oficio y cierta eficacia en la puesta en pantalla, no es un subproducto más del subgénero de posesiones demoníacas, de esos que superpueblan las carteleras mundiales cada mes, pero tampoco representa la estimable película ibérica de terror que creeríamos tener ante nuestros ojos, de confiar en la paternalista mirada crítica de los colegas españoles.

No obstante ponderarle a Paco su insistencia en fertilizar con nuevos títulos y tramas el fanta-terror ibérico de escenario urbanita (específicamente los bloques de apartamentos de las grandes ciudades españolas), Verónica no remonta vuelo en razón de que hay bastante de reiteración manida durante la última fase del relato y -más allá de lo codificado del género-, la yuxtaposición de estilemas inherentes a este territorio temático sobrecarga una narración que, por consecuencia, pierde muchos ángulos exploradores de lo que más potencial de desarrollo existía aquí: el personaje protagónico, defendido -aun pese a su desaprovechada concreción de perfil- con solvencia, eso sí, por la joven Sandra Escacena. A destacar, igual, el estupendo trabajo en la dirección de arte de Javier Alvariño.

 

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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