Verborrea sin foco

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Con tantos maestros inmortales del cine, vivos y muertos, el programa del Canal Educativo 2 Tanda Única le dedicó, en su última edición del viernes 27, un dossier a la “obra” del practicante de aikido (nunca actor) norteamericano Steven Seagal. Pasaban los minutos, pero aquello no acababa. La conductora seguía proporcionando datos y más datos de sus películas, el año, el director, el carro y hasta la novia del astro de las artes marciales, quien hizo un filón en la variante más trash del subgénero y justo eso (la pareja) fue lo único bueno conseguido gracias a su carrera: Kelly LeBrook, de las niñas más sexys del mundo del modelaje anglosajón. Pero eso, lectores, solo le importa a Steven.

Sin embargo, numerosos programas televisivos de temas culturales asumen lo contrario y continúan así su proclividad al vasallaje referativo, la acumulación en sordina de informaciones irrelevantes y a la preeminencia del costado superfluo, fútil, corte “facebook” o de revista de farándula en el concepto de comunicación propuesto.

A excepción de ofertas especializadas a la manera de Hurón Azul, los programas conducidos por críticos cinematográficos y musicales, el Noticiero Cultural u otros pocos, existe una hilera de espacios o segmentos de diversos programas donde los conductores lanzan a cámara, sin cortapisas, considerables retahílas de generalidades, absolutizaciones y -lo peor- conceptualizaciones valorativas desamparadas de herramientas teóricas.

Leen, amplifican, declaman cuanto les escriben guiones a su vez tomados de otras fuentes nutricias, sin personalidad ni rigor en el análisis; plagados de repeticiones, errores y estereotipos nunca cuestionados porque quien remeda no tiene tiempo ni talento ni interés en cuestionarse lo dado por sentado en la primera monografía aparecida en Google. Corta, clava y allá vamos.

No obstante todo cuanto se ha batallado contra ello en la mayor parte de los encuentros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la intrascendencia continúa imponiendo su reino de confusión, a falta de la debida jerarquización y los juicios de valor que, al menos, le den una ligera idea al receptor en el esencial camino de desligar el grano de la paja.

Ya al cabo de los años no me cabe duda de que el problema no persiste debido a la mala intención. Continúa evidenciándose, simple y llanamente, porque no existe la debida preparación cultural entre parte de los redactores de libretos, asesores, conductores y hasta algunos periodistas del giro. Está claro que no todos pueden ser críticos de arte y el medio es un devorador de contenidos, pero el ente debe proponer cursos de superación permanentes e incidir, además, la natural autogestión de los implicados por ganar en conocimientos.

Muchos jóvenes provenientes de diversas carreras o de cursos de postgrado que están accediendo a las diferentes redacciones de la televisión, no solo la cultural, afrontan serias lagunas en su formación humanística y dicha acefalia formativa en su alfabeto estético la están regurgitando cada día al espectador mediante sobrevaloraciones, letanías sin foco y muy escasos (o errados o mediocres) acercamientos críticos a figuras, procesos y fenómenos.

No se puede improvisar en asunto tan crucial, cuando afrontamos una de las guerras culturales de mayor intensidad conocidas por la historia. Es un tema que hemos discutido en la Comisión de Medios de la Uneac y de alguna manera precisa solucionarse, so peligro (por otro lado no menos perjudicial y concomitante con lo primero) de proseguir respaldando, no sanando, el caos de apreciación estética registrado en parte de las nuevas generaciones.

Si el presentador de los videos de 23 y M le dice a la muchachada -y a un público general compuesto en ese espacio de hora punta por casi tres millones de personas- que un espectáculo tan deprimente y comercial como los premios Billboard de la música latina es algo “exclusivo”, “excepcional”, ¿qué conclusión podrán sacar adolescentes y jóvenes abocados a solo dos frentes posibles (según el entendido de muchos hacedores de recreación musical en Cuba): o eso o el reguetón? Ninguna buena, de seguro.

Mientras hacemos tales cantos de alabanza en una televisión nacional propicia al halago innecesario, por el contrario, perdemos innumerables espacios para promover y socializar lo más perdurable de la producción musical cubana e internacional alternativa. Es un tema encadenado con muchos fenómenos y otras tantas carencias, mas a ello le dedicaremos una próxima columna.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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