Vejadas en el cuerpo y el alma

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Mineke Schipper es una profesora de Estudios Literarios Interculturales en la Universidad de Leiden, Holanda, que ha preparado un interesante libro sobre la discriminación de la mujer en el mundo a través de la historia.

Su texto es curioso, porque se vale de refranes de las diferentes culturas para interpretar el fenómeno. La exhaustiva labor de recopilación de dichos populares efectuada por Schipper comprendió el análisis de 15 000 de estos, provenientes de más de cien países.

En el libro No te cases con una mujer de pies grandes -una de tales frases- la autora se asombra ante la gran cantidad de refranes negativos sobre el sexo femenino (más de 4 000), y la inmensa cantidad de ellos formulados desde una perspectiva masculina.

El volumen dedica una prolongada sección a la violencia. En entrevista para Radio Nederland la estudiosa opina: “Golpeando a la mujer, el hombre demuestra que es la parte dominante de la relación”, a lo cual añade que “la violencia es una señal de impotencia y falta de aptitud verbal. En todo el mundo, los dichos populares ilustran la necesidad varonil de sentirse superior a la mujer”.

“Si amas a una mujer deberás pegarle”, es un refrán sajón que tiene su equivalente en varias culturas, dice Schipper.

¿Habrá sido tan malévola y errónea idea la barajada por el sujeto que se hizo tristemente célebre esta semana en España, al apuñalar en el cuello y darle muerte, por consecuencia, a su novia rusa de 30 años?

Muchos no llegan a tanto -de una vez-, como este asesino de Alicante, pero convierten en martirios permanentes la relación en pareja mediante expresiones continuas de maltrato físico.

El fenómeno, lejos de perder magnitud, cobra relieve y expresión diaria. Para redactar este texto me he rodeado de informes de organizaciones diferentes, a cuál de ellos más conmovedor e impactante en las estadísticas.

Pero el asunto no creo pueda describirse del todo en las cifras. Hace falta leer los testimonios de algunas de estas mujeres, o verlas narrar su calvario para llegar a tener cierta idea de su grado de sufrimiento. Los números son pasmosos, pero sus palabras duelen más.

Si bien la violencia de género constituye un mal cuya concreción habitual traspasa culturas, niveles económicos e intelectuales, o incluso períodos de paz o guerra, en medio de las conflagraciones se agudiza.

Los que no mediante los reportes en su momento publicados en la prensa, al menos tienen fe del conflicto entre hutus y tutsis -clara recidiva de la enfermedad colonial- en el corazón de África durante 1994 gracias al filme Hotel Rwanda.

Gaudiose Mukandamage es una de las 20 000 jóvenes tutsis que quedaron embarazadas tras violaciones de sus enemigos. Ella le contó lo siguiente al periodista John Carlin, para un semanario europeo:

“Entraron los milicianos hutus en la iglesia donde nos refugiábamos un grupo de familias y me llevaron a un cultivo de plátanos, detrás de la parroquia y empezaron a violarme. Uno de ellos me llevó a su casa como objeto sexual, para él y sus amigos, por tres días.

“Salieron a robar a las casas abandonadas de los vecinos y me escapé. Volví a la iglesia y encontré que habían matado a toda mi familia. A mi padre, mi madre, mis cuatro hermanas y cinco hermanos””

Como resultado, la muchacha de 23 años contrajo el SIDA. Su hija, Dianne, sobrevivió el parto y hoy está a punto de cumplir los trece años, pero Gaudiose dice que no le resulta posible amarla, porque la ve como la semilla de la maldad de los asesinos de su familia.

Incluso la esclavitud sexual supera fronteras y períodos históricos. Alrededor de 800 000 mujeres y niñas son vendidas cada año a través de las fronteras internacionales. Solo en los Estados Unidos las redes de tráfico humano ingresan cada mes 1 500 esclavas sexuales.

Interrogado por el periódico italiano Il Manifesto sobre el alto nivel de violencia hacia estas mujeres, el antropólogo francés Mar Augé responde: “Se trata de un fenómeno muy complejo, en el que entran en juego los clásicos mecanismos de dominación machista.

“El hecho de que estas mujeres no sean prostitutas, sino verdaderas esclavas, personas que no han elegido desarrollar esa actividad, sino a las que se les ha impuesto por la fuerza, las hace todavía más atractivas para un cierto sadismo que se nutre de la imagen del blanco dominante que maltrata a la mujer, ser más débil, y encima, perteneciente a poblaciones consideradas inferiores. Tal es el esquema, alimentado y difundido por los medios de comunicación y por la naturaleza archicomercial del actual capitalismo”.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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