Vandalismo contra identidad

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Todavía duelen a la ciudad sus últimas heridas. Los malhechores no dieron tiempo a nada. Apenas concluyó la intervención en las jardinerías que luce el tramo más contemporáneo del Paseo del Prado en Cienfuegos (desde la calle Línea hasta Santa Cruz), soplaron las ráfagas del vandalismo contra las plantas exóticas que la Empresa Municipal de Comunales costeó para renovar la imagen de las áreas verdes en esta arteria urbana, en vísperas del aniversario 202 de la Perla del Sur.

Fueron primero tres, y luego otra más, sustraídas con la presumible complicidad de la noche y de aquellos que hicieron de la vista  gorda frente a ambos robos, según las denuncias de no pocos usuarios en redes sociales. El segundo hecho, incluso, ocurrió después de que llovieran comentarios de indignación de los cienfuegueros ante el hurto inicial, lo que es aun más asombroso. Cuesta creer que en una zona donde concurren vecinos e instituciones con custodios que cuidan los bienes del Estado, algo así pasara totalmente inadvertido.

Las reacciones de muchas personas, amantes de esta urbe que nos define, cargaron con la rabia e impotencia que tales sucesos nos generan. “Plaga indeseable”, “evidencia de la falta de civismo e impunidad en nuestra querida Cienfuegos”, “daño a la colectividad”, “estupidez humana”, fueron algunas de las frases y términos que matizaron la mayoría de los criterios, que clamaban también por más responsabilidad ciudadana, de la administración pública y de las fuerzas del orden.

No se trata, por supuesto, de una demanda gratuita si consideramos la reiteración de acontecimientos similares en los últimos años. Antes, han sido los asientos del Prado y el Muelle Real, las luminarias, el banco del pelotero Martín Dihigo en el parque del municipio de Cruces —arrancado completamente del suelo—, tarjas, bustos, monumentos; víctimas de una estela de ataques que no se han logrado frenar. En 2017, un reportaje publicado en este periódico alertaba sobre la elevada incidencia de perjuicios al patrimonio local. Entonces, la Oficina del Conservador de la Ciudad de Cienfuegos llegó a registrar, al menos, una agresión por semana, realidad que hoy parece más agravante.

Es la percepción compartida por muchos ante el escaso rigor y las insuficientes acciones para afrontar el problema. No puede seguirse apostando a la conciencia ciudadana como la mejor manera de solucionarlo, cuando los organismos, normas y leyes que regulan la actuación de las personas en la sociedad no son constantes en la formación de dicha conciencia y del espíritu de civismo que tanto necesitamos rescatar. La responsabilidad de la ciudadanía implica a todos, desde la población, los actores gubernamentales, y la Policía, principal garante del orden en nuestros espacios públicos. Tampoco debemos perder de vista la urgencia de que los parques y zonas de alto valor patrimonial en Cienfuegos dispongan de empleados que velen por la protección de estos lugares.

De acuerdo con el Artículo 243 del Código Penal, “el que intencionalmente destruya, deteriore o inutilice un bien declarado parte integrante del patrimonio cultural o un monumento nacional o local, incurre en sanción de privación de libertad de dos a cinco años o multa de trescientas a mil cuotas”. Ello no puede ser letra muerta, sino viva, contra los ladrones y asesinos de los sitios más preciados de la otrora colonia Fernandina de Jagua, reconocida con la condición de  Patrimonio Cultural de la Humanidad en julio de 2005. Solo así dejarán de sorprendernos episodios semejantes.

El robo en las jardinerías del Paseo del Prado llama a sensibilizarnos con el tema y a obrar en consecuencia, en lugar de cruzar los brazos como si nada pasara. No es únicamente el daño a esos canteros o la sustracción de especies exóticas que pueden reponerse por otras. De verlo bajo este prisma sería una visión muy reduccionista y despojada del sentido cultural de lo que somos. Para una ciudad que presume, orgullosa, de la belleza y elegancia de sus calles, plazas, parques e inmuebles, sin igual dentro del país, cada uno de estos actos vandálicos supone un atentado a nuestra identidad.

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