Una redonda comedia neozelandesa

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Asegura el humorista británico Ricky Gervais que “la comedia es donde la mente va a hacerse cosquillas a sí misma”. La mía, que ya a estas alturas de tanta comedia exangüe y suicidada por la convención, no entiende mucho de cosquillas, sin embargo se exultó y revolcó de risa al visionar un exponente del género como la neozelandesa Hunt for the Wilderpeople, a la cual le debía este post desde que la vi hace dos años, pues en ese tiempo no he vuelto a apreciar ningún otro título del -para mí antaño amado- territorio genérico provisto de semejante eficacia cómica.

La película cumple, rebasa y sobrepasa el objetivo cardinal del género reconocido por el propio Chaplin: entretener y hacer reír. Su fórmula, nada novedosa, sin embargo opera aquí a la perfección: una trama cuyo hilvanado dramatúrgico, cuyo sentido causa-efecto poseen orgánica justificidad en la configuración de situaciones -sólidamente yuxtapuestas y sustentadas- conducentes a la hilaridad; timing modélico; criterio en la exposición y duración del gag; diálogos certeros; un preciso y semi invisible manejo emotivo y personajes/actores que funcionan sin fallo, con fuelle, debido tanto al buen hacer en la caracterización y en la dirección de los intérpretes como en la empatía dimanante de su interacción. Nunca falló: de Lubitsch y Wilder a los primeros Farrelly.

Aunque la película del realizador Taika Waititi, en verdad, poca relación guarda con aquel cine, en otras áreas. El contexto geográfico y el tono empleado suponen la adecuación de los mejores conceptos de los maestros a unas coordenadas y apetencias expresivas peculiares que, en cierto modo, confieren rarísima inyección de extrañamiento a las bases de un género que es dinamitado desde dentro mediante los cartuchos de dinamita más amables del universo, para desatar franca implosión endorfínica orlada de cariño, ternura y una joie de vivre resultante, que tampoco en nada se parece al “feel good movie” o al buenrrollismo de cajón. Con este filme se agradece la vida, sin cortapisas ni dobles intenciones. Sin tener que decir nada coyuntural para que otros aplaudan. Quizá en la profunda e intemporal sencillez de sus enunciados también radique parte de su encanto.

Hunt for the Wilderpeople, puro desternille, puro efecto refocilante de principio a fin, halla en su personaje central del adolescente Ricky Baker (Julian Dennison) a su principal venero lúdrico. Este gordito rebelde amante del hip hop pandillero, quien debe marchar, vagar y correr por causas mayores a través de la garganta boscosa del archipiélago neozelandés, es redondo en tanto personaje. El actor que lo incorpora -no imagino otro parecido para hacerlo-, lo borda con ribetes cargados de entrañable y desbordante simpatía.

Cuando el espectador no desea que una comedia termine, ha cumplido su cometido. Con Hunt for the Wilderpeople se experimenta ese deseo, en estado de extinción en la actualidad tras el magro estado del género, salvo excepciones aisladas que se focalizan en cinematografías emergentes (como esta), pero que lamentablemente son silenciadas por los aparatos de distribución mundial (como esta también).

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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