Una nación redimida en el Manifiesto de Montecristi

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Por fuerza de la necesidad la lucha por la independencia de Cuba había otra vez comenzado, tras varios años de “reposo turbulento”. La frustración  de los preparativos para el inicio de una nueva gesta, no permitía más dilaciones. Tanta espera podía socavar el compromiso de los patriotas con la causa revolucionaria.

Así, el 24 de febrero de 1895 ocurrió un alzamiento simultáneo en varias regiones del país, aun cuando la mayoría las acciones fracasaron. Sin embargo, no se dio marcha atrás. Los sublevados confiaban en la incorporación de los jefes que, desde el exterior, realizaban esfuerzos en función de sumarse a la contienda.

En este contexto, la prensa internacional desempeñó un rol arbitrario al especular con la información y dar como hechos, decisiones que no estaban previstas. Lo hizo el New York Herald, al publicar que Martí y Gómez arribarían pronto al archipiélago, cuando en realidad se acordó la permanencia del primero en Nueva York, con el fin de fortalecer la guerra mediante el envío de municiones y hombres, sin obviar el apoyo propagandístico.

Las reiteradas noticias cambiaron el rumbo. Ya en Montecristi, República Dominicana, Martí insistió en su derecho de combatir en la manigua, visto ahora para él como una obligación política y moral. Allí, en la casa del Generalísimo, se dio a conocer el manifiesto El Partido Revolucionario Cubano a Cuba, carta constitucional de una nación redimida.

Dicho documento trascendió por su claridad histórica, pues desde el primer párrafo quedó establecida una idea esencial: la continuidad de la lucha emprendida por Céspedes en 1868.

“La revolución de  independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra”.

Similar importancia adquirió la alusión al racismo, argumento referido por los colonialistas con el propósito de confundir al movimiento insurreccional. Al respecto, se advierte: “De otro temor quisiera acaso valerse hoy, so pretexto de prudencia, la cobardía: el temor insensato, y jamás en Cuba justificado, a la raza negra. La revolución, con su carga de mártires, y de guerreros subordinados y generosos, desmiente indignada, como desmiente la larga prueba de la emigración y de la tregua en la Isla, la tacha de amenaza de la raza negra con que se quisiese inicuamente levantar, por los beneficiarios del régimen de España, el miedo a la revolución”.

El conocido Manifiesto de Montecristi, al tiempo que aludió a la urgencia de no copiar modelos foráneos —tal como sucediera en el resto de los procesos de emancipación llevados a cabo en Latinoamérica— destacó la repercusión que para el resto de los pueblos de la región podría generar el éxito de nuestra causa libertaria. “No tendrá el patriotismo puro causa de temor por la dignidad y suerte futura de la patria. La dificultad de las guerras de independencia en América, y la de sus primeras nacionalidades, ha estado, más que en la discordia de sus héroes y en la emulación y recelo inherentes al hombre, en la falta oportuna de forma que a la vez contenga el espíritu de redención que, con apoyo de ímpetus menores, promueve y nutre la guerra, y las prácticas necesarias a la guerra, y que esta debe desembarazar y sostener.

“Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo”.

A 123 años de la firma de aquel Manifiesto, su impronta aún marca el devenir del proyecto social cubano, al mantener la vigencia de los principios de independencia, antiimperialismo, antirracismo y latinoamericanismo que entonces emergieron como doctrinas para echar a andar la Guerra del ’95.

El Manifiesto de Montecristi se firmó el 25 de marzo de 1895./Foto: Internet

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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