Una conmoción de ecos: David Koepp adapta a Richard Mattheson

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Del mundo extraño de cortocircuitos en cadena de su debut de realización, The Trigger Effect, al suspense de fantasmas no sanguinolento Una conmoción de ecos (Stir of Echoes, 1999), David Koepp mostraría que pretendía diferenciar su trabajo de dirección del de guionista (El mundo perdido, segunda parte;  la primera parte de Misión Imposible) mediante una obra menos espectacular y necesitada de tantos millones. 

Stir of Echoes es una historia no común de gente común en un barrio común.  Lo no usual está dado en que uno de sus vecinos, el obrero telefónico Tom Witzky (Kevin Bacon) se entera de que es receptor de fenómenos paranormales tras una sesión de hipnotismo. Jake (Zachary David Cope), su hijo de cinco años, posee el mismo “don”, aunque de manera más desarrollada. Las visiones y sensaciones le permiten a Tom descubrir los  móviles de un asesinato ocurrido en su propia casa, cuya víctima – o mejor dicho, su fantasma-, es la compañera de cuarto de Jake. 

Sin ser, como erróneamente se escribiera, un remedo de El sexto sentido, pues fueron filmadas prácticamente al unísono, el filme de Koepp si presenta algunos rasgos emparentadores con aquel, como el seguimiento de la misma línea de suspenso de fantasmas sin apelaciones gore (al menos de manera mucho menos evidente que lo tradicional) hasta el momento del filme semivirgen. La diferencia fundamental entre ambos reside en que el fondo melodramático y el (in) adivinable giro resolutivo de El sexto sentido no tienen mucha relación con el tono sostenido a lo largo de Una conmoción de ecos y la mayor predictibilidad de su desenlace. 

El mérito mayor de Koepp al adaptar la novela de Richard Matheson publicada hace más de medio siglo radica en su paciencia artesanal para contar una trama donde a cada rompiente lo acompaña un saliente, y el resultado es esta conjunción matemática de dígitos estructurales que despeja una ecuación de misterio. Y ahí está lo mejor de una película laboriosa y disciplinadamente consecuente para consigo, que entretiene y atrae, no por sus efectos especiales y grandes estrellas, sino a causa de su observación de las reacciones de los personajes durante el desarrollo de la historia. El niño Zachary David Cope, aunque no tenga el magnetismo del Haley Joe Osment de El sexto sentido, fragua su Jake con sorprendente habilidad, pese a que en alguna escena lo pongan a hablar, injustificadamente, como en El exorcista.  Bacon, empero, no capta las coordenadas de su personaje y la tarea de convertirse en este rutinario y desalentado trabajador no halla fuerzas en sí.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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