Una Bienal decepcionante en Cienfuegos

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Recientemente se produjo en Cienfuegos la consumación de uno de los proyectos comprometidos con la Bienal de La Habana: El árbol de la esperanza, del trinitario Alejandro López Bastida, al que se sumaron 16 artistas sureños, si bien algunos se retiraron ante la ausencia de los materiales para concluir sus piezas.

Me temo que el finalismo pasó factura a los más adormilados y el resultado de esta apuesta sureña fue cuanto menos decepcionante, tal como sucedió con la variante de Trinidad, signada por una fuerte condición artesanal. Primero, los creadores no pueden participar en un evento confiando en la idea de que las instituciones le van a sufragar las obras, aunque una colaboración es justa, en especial porque trae prestigio a la cultura, las instituciones o gubernaturas locales; segundo, difícilmente se alcance el éxito concluyendo las piezas a última hora y sin el urgido acto curatorial.

Es probable que alguien se conforme con la algarabía; pero un evento de esta naturaleza merece mayor prestancia y agudeza. En este proceso era necesario la intervención de un curador capaz de favorecer la unidad y coherencia de las obras, el diálogo entre ellas, su mejor emplazamiento en los espacios, evitando la acumulación desabrida y propiciando las necesarias condiciones de percepción. A todas luces, la museografía fue un caos de sentidos y la puesta tan indisciplinada como ilegítima. ¿Dónde figura la novedad? Ni en los temas ni en los discursos. Faltó un mapa conceptual que garantizase al menos el objetivo del proyecto, además de forzar ciertos códigos simbólicos (tampoco reveladores) en función de los objetos reciclables. Pocos lograron llamar la atención, como la intentona de Alberto Jorge Veloz Fonseca, quien empaquetó uno de los leones del Parque Martí, obligando a los públicos a reconstruir mentalmente el objeto “omitido”, ese que a fuerza de ver usualmente no percibimos; empero, ya este recurso había sido empleado por Christo hasta la saturación. El curador (no cualquiera con un título o por nominación, sino el que posea la experticiae inventiva) hubiese podido auxiliarles a través de la pesquisa teórica, pero las vanidades predominaron y cada cual hizo lo que le pareció, olvidando que el proyecto es de estirpe grupal.

Elocuentemente, se subestimó la complejidad de trabajar con la materia reciclable, la reutilización de esos “desechos” llamados a sumarse a un inédito ciclo de vida (en este caso artística), a un nuevo orden estético, evolucionando a nuevas formas de expresión a partir de la sensibilidad de los creadores, que ven en ellos otro tipo de belleza. La chapucería hizo de la suyas en la combinación de esos materiales y su puesta en el espacio, al tiempo que los modos en el grueso de los artistas son semejantes, de manera que pareciera tratarse de una única autoría. Este arte supra reciclado desentona con los entornos arquitectónicos, carece de estilo y tiene una afectada limpieza debido a la negativa intercepción entre unas obras y otras.

Es lamentable, pues entre los artistas hay jóvenes formados en las academias y figuras vitales del arte local. Espero que la participación en la más importante justa del arte en Cuba se convierta en una experiencia que les eleve profesionalmente en el futuro.

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