Un presidente en campaña para prorrogarse

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Liberales y conservadores aparentaban ser un solo cuerpo político, y no los enconados antagonistas de antaño. En la Cuba de finales de 1927 aquella alianza de intereses, conocida como cooperativismo, aupaba las intenciones de Gerardo Machado de estirar su período en la presidencia de la República hasta 1935. Por lo menos.

En ese contexto ocurrió entre bombos y platillos, el domingo 18 de diciembre, la visita a Cienfuegos del mandatario, a quien sus adversarios llamaban con sorna el Mocho de Camajuaní.

Con un programa resumido en la consigna “Agua, caminos y escuelas y el lema de “a pie”, que intentaba denotar la base popular de su candidatura al frente del Partido Liberal, el general de insulso expediente militar en la Guerra del 95, derrotó en las elecciones presidenciales de noviembre de 1924 a su colega de galones Mario García Menocal, el conocido Mayoral de Chaparra, quien fue a las urnas en representación del Partido Conservador en busca de su tercer período en Palacio.

Llevaba Machado año y medio en el poder y ya cargaba unos cuantos asesinatos políticos sobre su conciencia, entre ellos, el líder de la Hermandad Ferroviaria en Cienfuegos, Baldomero Duménigo(*), pero al hombre fuerte de la Isla lo alentaba sobremanera el capricho de los caudillos. La soberbia y vanidad que le asistían necesitaban del elogio, aunque fuera mentira.

Cuenta el historiador Julio Le Riverand que el mismo día de su llegada a la mansión ejecutiva, el 20 de mayo de 1925, su exegeta Jesús María Barraqué (designado secretario de Justicia del propio gobierno) publicó en el diario habanero El Mundo que tanto Máximo Gómez como Tomás Estrada Palma le habían pronosticado que Gerardo Machado y Morales sería presidente de Cuba.

La estadía de dos jornadas en la Perla del Sur formó parte de una campaña a favor de la prórroga de poderes y la reforma constitucional que le sirviera de apoyatura legal a sus propósitos. A fines de la semana anterior la caravana presidencial había recorrido la próspera ciudad camagüeyana de Morón y luego Santa Clara.

A las cinco de la mañana de aquel domingo partió de la Estación Central de La Habana el convoy formado por la locomotora 402, dos vagones de primera clase y los coches-salones Zaza, Trinidad, Nuevitas, Habana, Tínima, Ciego de Ávila y Yosemite.

En este último, con nombre de paisaje gringo, viajaba el presidente, a quien acompañaba en la gira una comitiva formada por el vicemandatario Carlos La Rosa, secretarios de Estado (ministros), senadores, representantes, gobernadores provinciales, jefes militares y periodistas, en número cercano al centenar.

Con marcado interés de desinformar, los organizadores del recibimiento señalaron indistintamente a la Calzada de Dolores y la estación ferroviaria de la calle de Gloria como puntos de desembarque. Cosas de los dispositivos de seguridad, porque el tirano en ciernes puso pie en tierra en Castillo y Santa Isabel, y por esta calle salvó en la máquina oficial de la Alcaldía las cuatro cuadras que lo separaban del Ayuntamiento.

Frente a la casa municipal de gobierno los anfitriones situaron un arco de triunfo, desde cuya plataforma de madera de tea levantada a 90 centímetros de altura, el homenajeado presenció a continuación un desfile cercano a las dos horas y media de duración.

El periódico La Correspondencia dedicó casi una página entera a detallar la revista organizada por el alcalde conservador de Cienfuegos, Pedro Antonio Aragonés, en honor del presidente liberal de la nación.

La parada que enfiló por la calle de San Fernando, de Prado hacia el parque Martí, incluyó 22 cuadros, el último integrado por los cinco mil jinetes de las caballerías llegadas desde todos los pueblos vecinos. El arco estaba rematado por la inscripción: “Al mejor presidente de Cuba”.

Para alojamiento del gobernante sus anfitriones eligieron el Cienfuegos Yatch Club, donde el lunes 19 el Grupo de Lobos de Mar le ofreció un almuerzo y a las 11:00 de la noche del propio día hubo un baile de etiqueta para despedirlo.

Otros momentos del programa fueron la sesión vespertina-dominical del Rotary Club, en la cual las clases vivas cienfuegueras aprovecharon para extenderle un pliego de demandas, entre ellas, obras de saneamiento, mejoras de las calles y el acueducto, planta de clorificación, construcción de la carretera a La Sierra y reparación de la vía a Manicaragua a partir del puente de Lagunillas. También el dragado del puerto y su declaración como zona libre, así como tres centros educacionales: Escuela Normal de Maestros, Escuela Central (primaria) y una Técnica Industrial.

Para dorarle la píldora los rotarios lo agasajaron con un champagne de honor en el Roof Garden del flamante hotel San Carlos.


(*) Asesinado en la intersección de las calles cienfuegueras Dorticós y Paseo de el 22 de agosto de 1926.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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