Crónica de un planeta con nombre de mujer

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No es casual que lo bello y lo feo del ser humano emanen de las entrañas de una mujer. Tampoco que el género del planeta donde vivimos, la Tierra, sea femenino. Ni que la vida, como la conocemos, solo sea posible a través de ella.

Algo divino esconde la naturaleza de la mujer. Tanto que para que la humanidad sea humanidad, siempre deberá regir ella sus hilos.

Así como el suelo donde nacemos nos desborda de sentimientos que solo el suelo explica, la primera patria de todos es la madre. La maternidad posee ese don de convertirse en bandera, escudo e himno. Ningún otro símbolo de carne y hueso es más raigal que la mujer.

Que el primer alimento corra de sus senos prueba que la vida pende de sus atributos naturales. Que muchas veces la primera palabra sea “mamá”, prueba que su lenguaje es más fuerte que otros idiomas. Que aun en muchísimas ocasiones no le quede más remedio que asumir los roles de mamá y papá, prueba que ella puede valerse para todo.

En una sociedad gobernada por la arrogancia de los hombres, es la mujer quien gobierna de verdad. En la casa son suyos la saya y los pantalones. La limpieza, la cocina, la plancha, la lavadora; también el dinero, los arreglos, la atención a hijos, padres y esposo. En el mundo del patriarcado, la armonía familiar siquiera podría mencionarse sin su existencia.

En una sociedad gobernada por la arrogancia de los hombres, es la mujer quien gobierna de verdad.

La mujer es el ecuador del universo. Incluso en los tiempos adelantados que vivimos no consigue la humanidad despojarla de sus encargos tradicionales. Hoy, además, dirige naciones y empresas, protagoniza importantes descubrimientos científicos, eleva el arte y la cultura a otras dimensiones, encarna la lucha por las causas más justas y emancipadoras.

Para superhéroes, ellas. Que siendo el eje de la vida y el género de la Tierra, batallan contra las mayores injusticias. Unas 2 mil 700 millones enfrentan restricciones legales para acceder a las mismas opciones laborales que los hombres. En 2019, menos del 25 por ciento de los parlamentarios del planeta eran mujeres y una de cada tres había sufrido violencia física o sexual.

Es una vil ironía del destino que el mundo castigue el alma de donde nace.

En Cuba, el pasado año el 49 por ciento de los puestos en el sector estatal eran ocupados por mujeres, mientras que en el sector privado representaban el 34 por ciento. También en Cuba las mujeres comandaban las principales estructuras de poder: el 50,7 por ciento entre los dirigentes del Estado y el Gobierno; el 53,22 dentro del Parlamento. Son cifras que ni debieran apuntarse como logros si el género femenino no fuera tan sometido por el machismo ancestral. Pero, como así ocurre, son logros en mayúsculas; y nuestro país marca el camino aquí, como en tantos otros campos.

Los números de la justicia y de las injusticias en torno a las mujeres hablan, ambos, de lo irracionalmente conservador que continúa siendo el mundo para con ellas. Simbolizan hasta qué punto les damos voz y hasta qué punto las preferimos calladas.

También en Cuba la violencia de género supone un desafío. Nuestras mujeres igual son asesinadas. Por sus amantes y esposos, y en casos muy tristes hasta golpeadas por sus hijos.

El sistema patriarcal es tan hostil que la mayoría prefiere no denunciar los maltratos de los cuales son víctimas.

La pugna por la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres representa la guerra del mundo contra sí mismo. Contra las viejas lógicas que se inventaron los hombres para doblegarlas ante la fuerza natural de su condición. La celebración del Día de la Mujer (el 8 de marzo) no es exclusivamente una conmemoración histórica, es, más que eso, el recuerdo constante de la actitud discriminatoria y retrógrada que lleva el tempo del orbe. Capaz de progresar en el ámbito científico-técnico a velocidades increíbles, pero demasiado lento para enterrar sus anticuadas convicciones.

Todos los días debieran ser de mujeres, así como proviene la vida de su vientre. Si la propia Tierra no fuera tan injusta, y cruel a veces con su género, no tendríamos ahora que “festejar” una fecha cuyo motivo se desprende de lo tiránicos que todavía somos con ellas.

Para el mundo, solo por llevar nombre de mujer, mereciera contarse otra crónica.

El sistema patriarcal es tan hostil que la mayoría prefiere no denunciar los maltratos de los cuales son víctimas.
El sistema patriarcal es tan hostil que la mayoría prefiere no denunciar los maltratos de los cuales son víctimas.
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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

Un Comentario en “Crónica de un planeta con nombre de mujer

  • el 8 marzo, 2020 a las 10:21 am
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    Gracias Robe, llevas toda razón!!! Las mujeres deberíamos gozar de la consideración de la sociedad todos los días, excelente trabajo!!!

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