Un país en la historia de nuestras vidas

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Una de las grandes obras pictóricas de la humanidad (¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?, del francés Paul Gauguin), resume en su nombre aquellas interrogantes sin cuyas respuestas sería imposible enrumbar los destinos de Cuba y nuestra propia existencia.

Son, desde hace tiempo, preguntas conocidas dentro del amplio y prolongado debate sobre la enseñanza de la historia nacional, todavía en su más puro estado de incógnitas.

Nuestro pasado continúa siendo tan impoluto como nuestros héroes, y tan venerable como las imágenes religiosas. La manera en que lo enseñamos pareciera esculpida con la frialdad intrínseca al mármol de los monumentos: en un lenguaje emocionalmente vacío, limitado a hechos “trascendentales” y con mártires tallados en la perfección.

Suele olvidarse, en más ocasiones de las debidas, las circunstancias y motivaciones de las epopeyas libradas, y más aún, la condición humana de esos héroes que honramos.

El conservadurismo académico, especialmente en las enseñanzas Primaria, Secundaria y de Nivel Medio, persiste en métodos ineficaces que convierten la Historia de Cuba —a veces, aunque no siempre por supuesto, en tanto  existen profesores excepcionales; si bien no marcan la regla—, en un aburrido panfleto, de causas y consecuencias y frívolas valoraciones al modo de “valiente, combativo y digno”. Es un relato sin venas abiertas, desprovisto de afectos y ahogado en la superficie de nuestra épica. ¿Qué historia puede ser esa que no llega al alma?

Ahora mismo se trata de un tema de máxima prioridad en la agenda de trabajo del presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien ha llamado a “desentrañar sus esencias y verdades”, al valorar la impronta de los contenidos históricos en la identidad y cultura de la nación. Ello no solo exige una mejor articulación de la formación profesoral, rediseño de los programas de estudio, desarrollo de investigaciones y uso de las nuevas tecnologías; demanda, además, miradas desprejuiciadas al pasado, capaces de sumergirse en sus honduras.

Tal vez así podamos redescubrir la estirpe de Martí. No circunscribiéndolo únicamente a la importancia de sus acciones políticas (fundador del periódico Patria y del Partido Revolucionario Cubano, organizador de la Guerra Necesaria, artífice de la unidad nacional), sino a las dimensiones del hombre amoroso y lúgubre que fue. Una justa comprensión de la historia nos llevaría a entender también por qué Cienfuegos, en 1902, celebró con júbilo el advenimiento de la seudorepública y por qué luego, en enero de 1959, un mar de pueblo abrazó a Fidel en su memorable entrada a La Habana.

Entrevistas concedidas a este periódico por destacados intelectuales cubanos, aportan valiosas reflexiones al respecto. En 2014, el doctor Eduardo Torres Cuevas, actual director de la Oficina del Programa Martiano, alertaba sobre la necesidad de “abarcar los espacios no estudiados” y añadía: “tenemos acontecimientos heroicos, personas que mueren heroicamente, sin saber con certeza por qué lo han hecho”.

Más tarde, en 2017, la profesora Elda Cento Gómez (fallecida el pasado año) apuntaba: “a la larga, la historia lleva mucho de relato, de aquellas viejas fábulas contadas por los aedas. Ese matiz tampoco podemos perderlo. Quizás el estudiante desconozca el número de soldados que participaron en una acción combativa o el movimiento de las tropas, pero si le salpicamos la clase con dos o tres anécdotas (…) difícilmente olvide. Necesitamos una historia que nos toque la fibra”.

La evocación de lo que fuimos no puede ser encartonada ni perfecta, sino como aquellos recuerdos guardados en el álbum de nuestras vidas. Como los pintorescos pasajes de mi abuelo Roberto, quien se fue a pelear a Playa Girón tras repentino impulso. O la triste circunstancia de mi abuela Lucila, que a duras penas alcanzó a leer y a escribir. La historia no debiera vestirse solo de heroísmo. Tiene que lucir, en algún punto, defectuosa. Eso la hará más bella, cercana y creíble.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

2 Comentarios en “Un país en la historia de nuestras vidas

  • el 23 enero, 2020 a las 4:07 pm
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    Gracias colega por tus consideraciones. Igual pienso que nuestra memoria histórica no solo puede ser heroica, hay mucho más.

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  • el 23 enero, 2020 a las 11:36 am
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    Excelente reflexión y muy bien escrita, Roberto. Coincido contigo: resulta imperativo rediseñar los programas de enseñanza de la historia y la forma en que la reseñamos, también. Necesitamos presentar los hechos con todos sus matices, las imperfecciones y falencias de los hérores, que no son por ello dejan de serlo. La historia la escriben los humanos y la humanidad está llena de imperfecciones, de aciertos y yerros, de buena voluntad a veces trunca por falta de lucidez y de tantas otras cosas.

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