Un hombre merece Tureira

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El tiempo hace crecer a los hombres; su esfuerzo y tenacidad diaria los desarrollan, pero si se lo proponen pueden llegar a convertirse con el transcurso de los años en personas de bien. Solo la constancia, la inteligencia y el talento unidos a la instrucción, ubicarán entre los mortales, como seres únicos, a aquellos que logran existir en un periodo de tiempo exacto, sin permitir iguales entre sus semejantes nunca más.

Uno de estos hombres llego a formar parte —de manera habitual—, del pequeño círculo de compañeros de trabajo de mi padre. Su férreo carácter provocó en mis infantiles años, que me mantuviera alejado durante cierto tiempo de su mesa de labor, solo conocida desde lejos como el buró de los caracoles y las conchas. La etapa de enseñanza secundaria, inculcaría en mí el conocimiento básico para disipar las dudas alrededor de los moluscos pétreos.

El arte tocaba mis puertas en la Escuela Elemental de Arte Rolando Escardó, y con él, todas las demás ramas de la cultura y el saber se mezclaron, por poseer el raro privilegio de ver casi a diario el crecimiento de muchas de las míticas figuras intelectuales de hoy, en Cienfuegos. Estas cultivaron las Ciencias Sociales y la Historia, vistas desde la fusión de elegantes trazos que cobraron forma, gracias a la mano del reservado compañero.

Marcos Evelio Rodríguez Matamoros (fallecido el 6 de enero de 2016), se nombra esta personalidad desde su nacimiento y hasta siempre, y su amor por la arqueología, a partir de la fundación del grupo Jagua del cual soy integrante, nos permitió que pudiéramos llamarlo Marcos el arqueólogo, así, sin poses, ni títulos académicos, pues lo llevaba en la sangre. Era una de las pocas personas en la provincia de Cienfuegos, a quien siempre le gustó desentrañar los misterios ocultos de la vida precolombina.

Cayo Ocampo, Cayo Carenas, Rodas, Yaguaramas, Loma del Convento y muchos otros sitios, conocieron de su andar y su trabajo serio, privilegiados lugares que para su beneplácito, guardaron en las entrañas de la tierra durante mucho tiempo piezas arqueológicas únicas en el área del Caribe; joyas que resguardara con tanto celo, para algún día ser socializadas en algún espacio de esta ciudad o la sala de un museo.

Estos hallazgos vieron la luz por primera vez en el Museo Provincial —nacido en 1982 a tenor de la ley 23 de Museos aprobada por el Consejo de Estado—, en los espacios de una vieja casona ubicada en los alrededores del parque José Martí, que hoy acoge a la sede del Fondo Cubano de Bienes Culturales, para finalmente ser depositadas en la sala de arqueología montada por él en el otrora Casino Español.

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Una de estas raras y enigmáticas piezas, encontrada en Cayo Carenas, fue seleccionada como símbolo del anhelado Premio Jagua, aquel que estimula el esfuerzo de años de sobresalientes trabajadores de la Cultura, y es entregada en solemne acto cada 22 de abril, fecha de fundación de la colonia Fernandina de Jagua, por las máximas autoridades del municipio de Cienfuegos.

Su mano ágil, diseñaría una reproducción que con el tiempo, regresó a su propia casa en la forma del citado galardón, pues sus años de entrega en el sector de la Cultura lo ubicarían en la vanguardia artística y científica, ya que hasta sus últimos momentos, entregó su savia a los estudiantes universitarios, quienes sabían de antemano la dimensión de la persona que prestigiaba su claustro.

Meses antes de su deceso pude realizarle mi primera y única entrevista —privilegio no contado—, pues el valor dado por su sapiencia a una de las figuras talladas por nuestros primigenios aborígenes y encontrada por las hijas de una renombrada familia, motivó la necesidad de descubrir y socializar la historia del suceso.

Nunca supe a ciencia cierta si pudo leer la entrevista o no, aunque infiero que sí, pues para suerte mía, alcanzó a ser replicada en revistas locales y nacionales. El Cayo que tanto estudió y amó, lo investigué y redescubrí años después, cuando fuimos invitados juntos —a propuesta de él— al programa radial El Triángulo de la Confianza, dirigido por el hoy premio Nacional de Radio, Fabio Bosch, hijo. De esta manera, lo reverenciaba sin proponérmelo; era este mi homenaje, sabiendo siempre que a nuestro arqueólogo mayor, Tureira, siempre le abrirá los brazos.

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