“Un, dos, tres, Chachachá”

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Hoy escribo sobre un acontecimiento que, aunque ya vivía, no presencié. Al eclosionar en el ámbito musical, mi año y medio de existencia me impidieron tener conciencia de aquello.

Crecí bajo el influjo de aquel ritmo que gusta hasta hoy, y recuerdo que cuando aprendí a leer, un día atrapó mi curiosidad infantil una jocosa poesía publicada en la revista Antenas, dos de cuyos versos decían: “cómo la Venus de Milo tiene su par de pesetas, y yo no tengo ni un quilo”.

Corría el tercer mes de 1953 cuando La engañadora, de Enrique Jorrín —entonces violinista de la Orquesta América—, arrebataba a los bailadores de la época. Al danzón le había nacido un hijo pródigo: el Chachachá.

El nuevo ritmo prendió fuerte y su onda expansiva llegó hasta el más lejano rincón del globo terráqueo. Toda América Latina comenzó a bailarlo; en el cine dijo “aquí estoy yo”, y hasta en Japón sus habitantes movieron los pies, sobre todo cuando un día los visitaron con el Chachachá Sayonara, dedicado especialmente al llamado País del Sol Naciente.

No es cuestión de orgullo ni de chovinismo, pero nuestro Chachachá pegó mundialmente al duro como desde antes lo hacían el bolero y el danzón.

Las orquestas de formato charanga francesa lo asumieron como carta de presentación, y a los cienfuegueros nos corresponde la satisfacción de que, una nacida aquí, la Orquesta Aragón, llevara el ritmo a sus más altos confines.

A La engañadora le siguieron muchos otros temas compuestos por el propio Enrique Jorrín, entre ellos El alardoso, El túnel, Cógele bien el compás y Osiris.

Otilio Portal compuso Me lo dijo Adela, y tan pronto como “La Aragón” se hizo embajadora del nuevo ritmo, incorporaron piezas de numerosos compositores, entre ellos Calculadora, de Rosendo Rosell; Cero codazos, cero cabezazos, de Rafael Lay, y El bodeguero, del flautista de La Aragón,Richard Egües, que el actor y cantante mexicano Germán Valdés “Tin Tan” parodió en la película Los tres mosqueteros y medio.

Hasta Nat King Cole incorporó El bodeguero a su repertorio en español cuando – dicen que sin saber nuestro idioma -, aprendió de memoria la letra por su fonética. Le salió tan bien con su acento angloparlante, que la versión fue de beneplácito público.

En películas “de más acá”, como Dirty Dancing (Bailando Suave), considerada un clásico de los 80, piezas en ritmo Chachachá fueron bailadas por Patrick Swayze, coprotagonista del filme junto a  Jennifer Grey.

El Chachachá es de indiscutible cubanía; así se convirtió en producto cultural exportable y acontecimiento universal. A partir de ese ritmo que contagia, creado en la búsqueda de una forma más sencilla de bailar, surgieron otros subgéneros. Pronto se hibridó y dio lugar al bolero-cha, el danzón-cha, y tiempo después el cha-onda.

Una historia de éxitos y recuerdos gratos nos deja el Chachachá. A los más jóvenes también les cautiva, y el secreto subyace en el encantador misterio de los ritmos populares cubanos.

Un 25 de diciembre, en 1926, nació en Pinar del Río, Enrique Jorrín, quien dio al género su forma definitiva. El Chachachá fue producto de una evolución que  se remonta a los tiempos de Arcaño y sus Maravillas, pero fue Jorrín quien se ocupó de darle el toque final.

El maestro Jorrín cumpliría 96 años. Supo cuánto cautivó su ritmo, aunque una muerte temprana, pocos días antes de cumplir 61 años, el 12 de diciembre de 1987, le impidió saber que el Chachachá es actual en pleno siglo XXI.

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