Treme: el derrumbe moral y físico de Nueva Orleans

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Que la cadena de cable HBO pueda darse el lujo de producir, transmitir y mantener al aire cuatro temporadas de una serie como Treme no sería posible sin su acendrado compromiso con la calidad; pero sobre todo sin ese sedimento cultural acumulado tras Los Soprano, Dos metros bajo tierra o The Wire, entre otras inolvidables banderas de dicha escudería no atentas al share diario ni pensadas exactamente, salvo quizá algo menos la primera, para grandes segmentos poblacionales.

Esto no es televisión de consumo rápido, sino una apuesta a largo plazo, valiente en sus planteos y marcada por el afán de “descubrir” de forma parsimoniosa y objetiva un modo/sentido de vida, tiempo, espíritu, pulsiones, sonido (sobre todo eso) de la en materia audiovisual ya más que socorrida, sobada Nueva Orleáns post-Katrina. Rodada, sin exageración, con arreglo a un criterio técnico, estético cuyos diques no rompe ni otro huracán más poderoso que aquel.

Concha de actuaciones fabulosas y de un desarrollo de personajes elaborado con exquisitez en su configuración taxonómica, la obra es regalo para los sentidos. En especial, el auditivo, porque Treme (paradigma de imbricación diegética o integración narrativa de lo esencial/musical del espacio geográfico focalizado) no solo constituye catálogo de melodías, sino espejo identitario musical de la ciudad sureña, uno de lo reservorios mundiales del pentagrama. Y el barrio homónimo del título un sub universo o intra oasis aun mucho más rico, donde de la simbiosis de diversas culturas —la negra a la cabeza, junto a la europea y la americana— nació el jazz.

En opinión de David Simon, creador del material, “la combinación de ritmos africanos y la escala pentatónica con los arreglos e instrumentación europea fueron la contribución esencial de los Estados Unidos a la cultura mundial”. Si alguien piensa así y rueda un trabajo en el mismo Treme, ya podemos ir pensando cuánto podremos hallar.

Tanto la banda sonora como la presencia de figuras míticas del arte musical en varios episodios devienen plus para los abonados mentales de la teleficción emitida en nuestro país. John Boutté, Elvis Costello, Fats Domino, Dr. John, Lee Dorsey, The Radiators, The Meters, Louis Amstrong, Sonny Rollins, Coleman Hawkins, Allen Toussaint, Kermit Ruffins, Little Richard, Emmylou Harris, Randy Newman, Sammie Big Sam Williams, Cassandra Wilson, Troy Trombone Shorty Andrews, Steve Earle; de ellos y muchísimos más se escuchan (o ven, pues desfilan cameos) aquí.

La serie pertenece a la autoría de uno de los guionistas con mayor reputación dentro del medio, justo también el creador de la citada The Wire y alguien de quien resulta proverbial su rechazo a escribir para la diversión o la aceptación de las mayorías. No en balde, durante la primera temporada, el antes referido Simon pone en boca del personaje encarnado por John Goodman el siguiente bocadillo: “A los medios les gusta una narrativa simple que ellos y su público puedan asimilar en su pequeño cerebro”. Esto resulta sencillamente una declaración de fe en torno a su visión del hecho creativo, pues el ex periodista del Baltimore Sun realiza justo todo lo contrario.

Autor, además, de The Corner; Homicida: Life in the Street, Generation Kill y The Deuce, Simon continúa aquí su línea de cronista social de los ambientes menos favorecidos de los Estados Unidos, al rubricar una pieza-reflejo del estado de olvido gubernamental e indefensión de los pobladores de la urbe luego de la tragedia climática de 2005; del fallo absoluto del sistema.

Visionar los capítulos de esta novela seriada es asistir al derrumbe moral y físico de un patrimonio (ético, cultural, histórico, arquitectónico), donde sin embargo la misma indignación sobresee la pena y se redime por la vía de la resistencia.

No son perdedores (al menos no por su causa), sino eternos luchadores los personajes que enhebran una trama donde el embrujo de jazz, rhythm and blues, cajun, folk, rock, country, zydeco, honky-tonk o el funk no invisibiliza —al contrario representa el fondo sonoro de una real tragedia americana— los acaso demasiados puntos grises de tamaño mosaico social, presa del abandono y la desidia institucional de un sistema preparado para funcionar al servicio de los poderosos y al cual no le interesó que luego del Katrina la comunidad negra de Nueva Orleans se redujera en un 65 por ciento.

Simon ha definido la referida resistencia, voluntad mayúscula igual cabría decir, mediante estas palabras:

“Nueva Orleans es una ciudad que todavía crea. Incluso en su estado, herida de muerte, incluso después del permanente shock ante la indiferencia nacional, continua siendo una ciudad que construye cosas. Lo que construye son momentos. Extraordinarios momentos en los que el arte y la vida ordinaria confluyen”.

De dichos momentos mágicos, grandes solos e instantes narrativos resueltos como si de una interpretación musical se tratase, toma vitaminas discursivas la teleserie, de escasa recepción popular dentro de su país de origen pero que el espectador nacional tiene la oportunidad ahora de degustar la serie Treme en el canal Cubavisión

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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