Tras el viejo libro sin barbas

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Muchos adjudican a Sigmund Freud la teoría del apego de las niñas al papá. Lo cierto es que un halo peculiar circunda esa relación, quizás el instinto caballeroso duplique la protección varonil a las nenas, equivalente de amor puro, ese que amortigua los golpes del viento y hace ver la vida aún más bella.

Bien lo plasmó el Héroe Nacional en la tierna historia Nené Traviesa, cuando hizo contemplar la ternura convertida en hombre, que impone la autoridad desde el amor.

El autor de Ismaellilo, ese bello canto a la paternidad, representó en el cuento citado la nobleza gallarda que yergue el pecho en las horas duras, pero con comprensión inextinguible enseña a sostenerse firme en la tormenta.

Cuando hizo falta a la niña, ahí estuvo el perdón por la consecuencia de su curiosidad, porque rompió un libro viejo, aquel que su ingenuidad no entendía por qué no tenía barbas, mientras la comprensión de papá sopesó el fracaso.

Tal leyenda encarna la dulzura del amor paternal, caracterizada por una pasión fuerte pero tierna, reveladora de la actitud de niño adormecido en hombre, que en lugar de reprender, enternece fingiéndose enojado.

Igualmente la historia constituye gran enseñanza, pues muestra que los niños no deben contrariar a sus progenitores, sino hacerle caso a sus indicaciones para seguir siendo criaturas de bien.

Pero la moraleja simboliza la seda puesta en la mano dura, representa el cariño que inspira el padre, en quien siempre se confiará como puerto seguro, sin importar su carácter: si es más o menos cascarrabias, si tiene sus formas, costumbres u otras reglas que sus hijos, frutos de las actuales generaciones, quizá hoy no comprendan, pero mañana sí.

Dice la tradición oral en lírico adagio que el humano deja de serlo, cuando deja de ser niño, por eso se me antoja que cada pequeña depositaria de tal legado de amor, quedará siempre atrapada en la frase, lo cual profetizó el Maestro en el propio cuento:

“…Un viejito que sabe mucho dice que todas las niñas son como Nené”.

Y es que Martí dio cuerpo en el papá de Nené a sus miles de almas: de poeta, narrador, filósofo, pero sobre todo, del intenso padre que fue.

Su visión poética plasma, con la plasticidad típica del incipiente modernismo literario, la pureza del padre ante la niña, cada escena es minuciosamente descrita y se presenta llena de luz y color.

Dueños del silencio y hasta de nuestros secretos, los padres son el patrón que calcamos para ventear la vida, por sus palabras de aliento en los momentos más tristes, porque quitan espinas y plantan simientes de sabiduría y bondad, porque enseñan la mansedumbre como portento.

Un día, siempre sucede, bajo tierra dormirán y cual resequez de planta que perdió su raíz, inerte el alma enjugará el dolor con la única savia de la memoria. Dejarán la riqueza de su recuerdo y el ejemplo de su altruismo.

En la vida de todo ser humano hay una edad de oro, la infancia, raíz del árbol maduro. Algunas personas no vuelven más a ese sitio, a ese clima; otras, en cambio, regresan, se instalan, reconocen allí el territorio mágico.

Son precisamente los que en las primeras horas de la vida se cobijaron bajo el cariño, quienes correrán con un candor eterno tras el viejo libro sin barbas.

Nuestros parabienes a la varonil constancia, a los padres, modelos de amor filial sin condiciones.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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