“Trabajar para los niños me mantiene con unas ganas inmensas de vivir”

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Una rosa en el jardín de la música infantil cubana florece en la ciudad de Cienfuegos desde hace casi cuatro décadas. Sus pétalos se pintan con las coloridas notas de esas canciones que los padres ya una vez cantaron a sus hijos, y ahora comienzan a cantarles a los nietos. Pocas flores tienen la magia de cautivarnos como Rosa Campo, la Tía Rosa de los niños.

Sus raíces prendieron en Sancti Spíritus, donde su madre la trajo al mundo sobre la mesa del comedor de la casa. Pero fue al centro sur de Cuba, en la afrancesada urbe de Cienfuegos, donde cultivó un edén de melodías y letras que rompió con el Rocío (1983), hasta relucir hoy en el pedestal de las grandes creadoras iberoamericanas.

Tras más de 35 años de vida artística dedicada a la música infantil, ¿qué la inspira aún a trabajar para los niños?

Una de las bondades de hacer música para los niños y las niñas, consiste en que no es solo una música para el momento. No es como la que escuchamos una vez, se vuelve popular y ya después pasa al olvido. Si la obra resulta buena —debe apuntarse—, siempre estará viviendo en diferentes niños, pues cada vez que nace uno volvemos a cantarle la canción. Es algo así como música eterna. Eternamente cantamos Los Pollitos, Barquito de papel y, me atrevería afirmar, Amanecer feliz.

Eso motiva mucho. Siempre habrá alguien a quien contarle y cantarle, ya sean los niños del público o aquellos que me acompañan. Además, debo confesar, sin ser esto un misterio ni un secreto, que así también alimento a la niña que vive dentro de mí. Ojalá nunca deje de darle de beber; me hace muy dichosa”.

En la mayoría de sus canciones suelen reiterarse frases, palabras, estados de ánimo, alusivos a la felicidad, la alegría, la sonrisa, los colores, la vida plena. ¿Por qué?

Justamente, eso brota de la infancia. Si queremos estar contentos, acerquémonos a los niños. Se pasan el tiempo inventando, están tan desprejuiciados y ávidos, son tan curiosos, que nos llevan a reflexionar y nos ponen en aprietos. El adulto va perdiendo la capacidad de asombro porque cree saberlo todo.

Yo celebro gustosa mis 63 años de vida. El pensar y trabajar para los niños, nutrirme de ellos en los encuentros, me mantienen con unas ganas inmensas de vivir y de hacer felices a los demás. Cuando uno hace felices a los otros ocurre como una onda al tirar una piedrecita al agua: crece más y más. O igual al eco, se repite y vuelve”.

¿Cómo funciona el proceso de creación de Rosa Campo? ¿Es todo fantasía o busca que sus canciones nazcan con los pies sobre la tierra?

Según los especialistas, existen varias formas de realizar música para los niños. Tenemos la música infantil y, dentro de esta, la música para niños, cual si fuesen dos maneras de dar a luz. La primera es aquella que el pequeño interpreta y digiere rápido: sencilla, repetitiva, con un espectro musical llano; muy fácil. La otra es mucho más elaborada en la música y en los textos, más centrada en lo que se quiere contar. Por ahí anda mi obra.

Trato de contarles, con recursos alegres, optimistas, futuristas, de colores y fiestas. No concibo para los niños y las niñas una música triste. Puede ser reflexiva, melódica, sensible; nunca triste ni trágica. Si vamos a explicar cómo hacer un chivirico, no decimos con polvos de imaginación y gotas de fantasía. Eso sería un chivirico de Walt Disney o de una película fantástica. En mi caso, con el magisterio tan cerca, e hijos, llamamos a las cosas por su nombre. Es fantasía con los pies sobre la tierra”.

Para Rosa lo bello resulta martiano y ella asegura llevar una huella muy linda de Martí. Dedicar más de la mitad de su vida a la infancia tiene demasiado de ese espíritu que germinó en La Edad de Oro, con el deseo de que los niños fueran felices. Algunos de estos años, 22, transcurrieron en Radio Ciudad del Mar, donde protagonizó y escribió programas como Sol de color, Domingo de color, Pensaturno, Amanecer feliz

Durante quince años se desempeñó como guionista y conductora de un espacio radial que selló su nombre artístico: el Rincón de la Tía Rosa. Pero una mañana, de repente, su voz dejó de escucharse y todavía muchos, nostálgicos, nos preguntamos por qué.

Por razones puramente de la Tierra. El personaje de la Tía Rosa nació a partir de mi relación con Jayler Martín, el intérprete de la canción Tentaciones, de Roberto Novo en el “Adolfo Guzmán 2019”. Él me decía ‘tía, tía, tía’ y aquello lo disfrutaba. Había mayor complicidad si me reconocía como familiar en lugar de profesora. Entonces, todo el mundo comenzó a llamarme tía, al punto de que en los concursos Cantándole al Sol, cuando íbamos juntos (Jayler defendía mis canciones), había quien murmuraba: ‘claro, cómo no le va a hacer esas canciones tan bonitas si es sobrino de ella’”.

El 1ro. de julio de 1997 sale al aire el Rincón de la Tía Rosa, hasta 2012. Fueron quince años, y durante los últimos cinco lloré la idea de abandonar el programa de radio para construir mi casa. Lo del Rincón… era fantasía y la realidad es que mi vivienda estaba a punto de derrumbarse. Por un lado, construyendo un edificio de canciones, historias y cuentos; y, por el otro, no podía dejarles a mis hijos la no fácil tarea de decidir dónde va a vivir mamá; con casa y sin poder vivirla.

Durante 17 años estuve en el apartamento de una amiga, en un cuarto con todas las cosas: refrigerador, televisor… Esa fue una etapa. Tuve que dejar la radio para hacer, verdaderamente, el rincón habitable. Luego he entendido que la vida es cíclica, se cierra un periodo para abrir otro. Ahora estoy volviendo a cantar mis canciones y redescubriendo mi propia obra.

Sé de la añoranza y me causa tristeza —no hallo otra palabra— cuando voy a un rinconcito de la provincia e inicio siempre con el tema de la Tía Rosa. Las madres jóvenes cantan la canción y sus hijitos las miran como quien dice ‘¿y esa canción?, ¿por qué mi mamá se la sabe?’: Ven, puedes entrar…”.

En una entrevista publicada en Cubahora hace un lustro, usted afirmó que la falta de difusión de la música infantil cubana no responde a un problema creativo, sino a una cuestión de jerarquía. Este asunto, tan debatido en innumerables foros, ¿se ha superado o siente que va de mal a peor?

Lamentable, pero sigue pendiente. En Cuba tenemos tanta riqueza, y a veces, por tenerla, existen decisores que no la valoran. Piensan que está hecho: los niños ya tienen canciones infantiles. Sin embargo, en cumpleaños, fiestas de fin curso, no ponen música infantil o para niños. En casa mamá o papá pueden escuchar la de su preferencia; ahora, que en las instituciones, en las aulas, celebren un fin de curso con reguetones que no dicen nada y lo poco que dicen mejor ni repetirlo…

La promoción de la música infantil es insuficiente. No está en los círculos infantiles ni en las escuelas por falta de voluntad. Tenemos 27 años de música infantil cubana, con no menos de 2 mil obras finalistas en los concursos Cantándole al Sol. Eso no lo vamos a encontrar en otro país. He visitado México, Venezuela, Brasil, Chile, y no disponen del patrimonio nuestro. No tienen un certamen donde los niños canten, con dignidad, canciones infantiles.

Cuba es una nación próspera en música, en todos los géneros, y en todas las especialidades, donde también la música infantil se viste hermosa, primorosa; es una princesa dentro del panorama sonoro de la Isla. Pero, ¿qué hacemos con una princesa metida en una caja?”.

A lo largo de su carrera, Rosa Campo acumula varias producciones discográficas (Amanecer feliz, 1998; Parampampín La Tía Rosa, 2003; Imagino que…, 2008; Trocacuentos, 2015), todas nominadas al premio Cubadisco y premiadas en la mayoría de las ocasiones. Este año materializó uno de sus grandes sueños: la publicación y comercialización del cancionero Carrusel musical, en el marco de la Feria Internacional del Libro. Y no se detiene: recién grabó su primer CD-DVD (Tía Rosa de las canciones) en un concierto ofrecido en la sala teatro del Museo Nacional de Bellas Artes y persigue la concreción de otros muchos proyectos que la apasionan.

Para vivir dedicada a la música infantil, podríamos asegurar que es una artista triunfadora. Sin embargo, posiblemente sus logros se hubiesen multiplicado de radicar en La Habana, mas eligió permanecer en Cienfuegos. ¿Qué tiene nuestra ciudad que no halla en ninguna otra parte?

También me hago esa pregunta y hay respuesta para todo, para tratar de entender. Soy una persona dada, por mi carácter, forma de ver la vida, al movimiento de moderado a lento. En La Habana habría de vivir volando, a otra velocidad. No es lugar para mi gusto; yo soy como mi primer apellido: prefiero el campo.

Cienfuegos, además de tener su calma, me atrapó desde que la conocí. Fue un flechazo. ¡Qué bella ciudad! Luego comencé a indagar por qué me gusta tanto y no hace mucho descubrí un detalle: mis padres se casaron en enero de 1957 y disfrutaron su luna de miel en el Hotel San Carlos. En aquella época, la mujer no podía tener relaciones sexuales antes del matrimonio y mi madre era muy recatada, respetuosa de las normas. Yo nací prematura, ocho meses después; así que, probablemente, la formación de mi persona ocurrió aquí. Hasta eso alego como justificación para amar esta ciudad, con un tempo que me complace y un azul embriagador”.

En artistas con determinado éxito llega una fase en que son muy recurrentes los premios, distinciones, homenajes. ¿Cómo asimila ese cúmulo de reconocimientos?

Siento como si no fueran para mí. No solo se premia el proceso creativo —el escribir canciones, guiones; el inventar cosas bonitas—, sino el impacto del proceso. Uno puede ser muy creativo y no conseguir repercusión, no gustar, no ser querido ni amado. Esto solo sucede cuando dejamos una huella en los niños, en las familias cercanas a mi trabajo. Lo veo así: son premios compartidos y no me envanecen. Le pertenecen a este tiempo, a sus generaciones, a esta linda Ciudad del Mar, donde todos los días intento dejar, aunque sea chiquita, una huella”.

A más de dos décadas de aparecer su primer fonograma (Amanecer feliz, 1998), ¿aún son felices los amaneceres?

Amanecer feliz, la canción, fue un deseo. Cuando la compuse, no puedes imaginar qué infelices éramos; pleno Periodo Especial. Sin embargo, resultó, es y será, una orden: ¡Amanece feliz! ¿Por qué no? Puedes oír, ver, hablar. Hay quien no tiene ni la mitad de tus cosas y busca el día feliz. Es la misión del que está vivo. Amanecer feliz es procurar la felicidad. A eso venimos a este mundo, a ser y a hacer felices”.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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