The Ides of March

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Envuelve a la atendible franja como director de George Clooney un interés por atestiguar subyacencias y evidencias de la política norteamericana, cuyo origen quizá habría que rastrearlo en cómo el artista aprendió a tener uso de razón al calor de las movilizaciones sociales registradas en su país durante los años ´60 o a lo mejor en las recurrentes conversaciones hogareñas sobre el tema casero dilecto o las siempre latentes aspiraciones políticas de su abuelo, intendente de Ohio, y su padre, el animador televisivo Nick Clooney, postulado como representante demócrata al estrado bajo bicameral.

Como fuera, da igual. Lo importante es que este actor/realizador ha logrado cimentar en la segunda de las áreas una personalidad autoral cuyo blasón distintivo es la agudeza en la forma de observar y plasmar los entretelones, el backstage, los entresijos de ese asqueante y a la vez magnético (por su proclividad a utilizarse en tanto magma dramático conflictual) ítem de los manejos del poder desde el ala oeste de la Casa Blanca y todo un universo subordinado de políticos del partido de los burros o el de los elefantes, instituciones, agencias de inteligencia, periodistas… mediante películas como Syriana; Buenas noches y buena suerte, Secreto de Estado (The Ides of March, 2011) o incluso Confesiones de una mente peligrosa.

Inspirada en la pieza teatral Farraguth North, de Beau Willimon, y de nuevo a cuatro manos con Grant Heslov en la escritura del guion, apoyados ambos por el dramaturgo, el realizador, actor y productor de The Ides of March (Globo de Oro al Mejor Director por el filme) monta una película que habla con sencillez pero con elocuencia en torno a la manera de cuán difícil -imposible, vista la historia reciente-, puede resultar la intención de prosperar en la vida política norteamericana si no se realizan concesiones, entregan principios en bandeja, o establecen pactos espúreos. Puro Maquiavelo y Fausto. Incluso allí es necesario tranzar hasta cuando la persona -en el caso del filme este aspirante a la presidencia por los demócratas e interpretado por el propio Clooney-, porta un decálogo ético basado en la potencial decisión de impedir las carnicerías yankis en el planeta o contribuir por primera vez en la historia presidencial de esa nación a la preservación del medio ambiente a escala planetaria.

Mas, siempre hay un pero. Nuestro Mike Morris, a lo Bill Clinton, tiene un tan (in) evitable como imperdonable lance romántico fugaz con cierta rubia becaria, ventiañera, el cual es utilizado por Stephen Meyers, un asesor de su campaña en problemas (el ahora muy en boga canadiense Ryan Gosling) para chantajearlo, convertirse en el guía de esta y enlazar al político con otro colega adscrito a filosofía política antagónica aunque sin embargo sumador de las simpatías necesarias para proseguir el camino del primero hacia la Sala Oval.

Clooney, cincuentenario, quizá el último rostro de galán al perfil del Hollywood dorado, no abusa aquí de su charme ni se autorregala la película, sino que prefiere entregársela al asesor encarnado por Gosling, quien se la echa a espaldas provisto del suficiente aplomo para incorporar, sin sucumbir en ningún caso, disimilitud de registros e hilvanar dos de las escenas mejores del filme en las cuales dialoga, desde diferentes posiciones de poder, con su adversario dentro del propio equipo asesor de campaña: el personaje interpretado por Philip Seymour Hoffman. Lograr un tú a tú consigo, el finado actor dueño de mayor arsenal de recursos de la escuela americana de actuación, habla bien de las facultades de Gosling. Para no hablar de la conjunta con otro grande, de la guisa de Paul Giamatti.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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