Terror en la pista

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A poco de despegar de la pista del aeropuerto Jaime González, de Cienfuegos, el piloto capitán Francisco Martínez Malo pensó en su familia. Una sonrisa retozó en los labios de imaginarse entre los suyos una vez vencida la última etapa del vuelo Santiago-Habana.

En esas figuraciones estaba, cuando le avisaron que uno de los pasajeros había requerido del sobrecargo atención médica urgente para su compañera, víctima de un ataque epiléptico. Ante tal circunstancia, Francisco decide regresar pero…, no bien había terminado de ejecutar la operación de retorno escuchó disparos y fuertes golpes en la puerta de la cabina.

En medio del caos y la confusión eran audibles los gritos del custodio, que alertaba al capitán de la difícil situación y lo conminaba a aterrizar el aparato para abortar los evidentes planes en marcha para el desvío del avión. Al instante Martínez Malo tuvo la certeza de hallarse en medio de una situación de intento de secuestro de la aeronave y decidió que, costara lo que costara, aquella no se la llevaban al Norte.

La refriega continúa fuera de la cabina…, nuevos disparos…, la puerta que se abre de golpe. Uno de los proyectiles del arma atacante toca al piloto en el bajo vientre, quien pese a la gravedad de las heridas consigue posar en tierra el pájaro metálico y desviarlo hasta un campo de caña cercano, donde dando tumbos se detiene. Las balas le interesaron el bazo y los intestinos a Francisco, quien algunas horas después murió a consecuencia de la mortal agresión.

El vuelo de la muerte

Cuando el DC-3 de Cubana de Aviación salió de Santiago de Cuba con destino a la capital del país aquel jueves 8 de diciembre de 1960, tripulación y pasajeros confiaban en que sería el itinerario de rutina, con sus tres escalas.

La estancia en la terminal aérea de Camagüey había resultado breve y sin contratiempos. Ya en Santa Clara rumbo a la Perla del Sur, varias personas abordaron la nave. La mayoría seguiría rumbo a la ciudad de la Habana… Sin embargo, ocultos en la aparente calma, tenebrosos planes se urdían en mentes perversas del grupo integrado por cinco hombres y tres mujeres, estas últimas portadoras de varias pistolas escondidas en sus ropas más íntimas.

Ramiro Rodríguez Vera, quien fungía como “cerebro” de la intentona, tenía todo muy bien calculado. Cumplida la tercera de las paradas echaba a andar el macabro plan, encubierto en el pretexto de que su esposa, Dalia Alfonso sufría un ataque de epilepsia.

De acuerdo con sus cálculos, la petición de ayuda médica le serviría para acceder a la cabina y conminar al piloto a dirigirse a tierras norteamericanas. Mas lo que no previó el jefe de los terroristas fue la valerosa actitud del custodio Mario Tuero y el coraje de Martínez Malo, que frustraron el intento.

En el intercambio de disparos resultó muerto el propio Vera y heridos el copiloto Jesús Ripoll, el sobrecargo René Fraga y una de las secuestradoras. Detenido el avión, los cuatro agresores restantes aprovechan el caos en medio de la balacera para escapar y ocultarse en un monte cercano.

Desenlace ejemplarizante

Antero Hernández Ferreira rememora su participación en el traslado de los detenidos hasta Santa Clara. /Foto: Armando
Antero rememora su participación en el traslado de los detenidos. /Foto: Armando

El hoy licenciado en Derecho Antero Hernández Ferreira, combatiente pensionado del MININT, era a la sazón agente de los incipientes Órganos de la Seguridad del Estado, popularmente conocidos como G2. La noticia del abortado intento de secuestro del avión de Cubana ya corría de boca en boca en la jefatura, y una vez impuesto del hecho, Antero marchó como un bólido en su Ford Fairlane hasta el aeropuerto sureño.

Cuando llegué allí —recuerda— un batallón de milicianos destacado en la zona ya se había encargado de la captura de tres de los malhechores y trataban de ubicar a un cuarto individuo que había burlado el cerco y permanecía escondido”.

Relata Ferreira que una vez en la losa del aeródromo encaminó hasta la plantación cañera donde permanecía el DC-3. Varios de los compañeros presentes le informaron que los terroristas habían sido trasladados hasta el cuartel del Ejército Rebelde. Hacía ese lugar se dirigió e inmediatamente le dieron la orden de incorporarse a la custodia de los detenidos. 

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Al día siguiente mis superiores me indicaron que debía llevar en mi carro a cuatro de los complotados hacia Santa Clara. Primero estuvimos en la Dirección del G2 y poco después fuimos al conocido entonces por Cuartel 31, donde les tomaron declaraciones”, precisa.

Con toda la garantía procesal, esa misma noche, en juicio sumarísimo, fueron condenados a la pena máxima Eloy y Enildo Moreno Bacallao, César Villarreal García y Raúl Quian. Según trascendido, tres de ellos habían tenido vínculos con la tiranía de Fulgencio Batista, como miembros de su ejército.

Dos de las mujeres también fueron sancionadas, en tanto, quedó comprobada la inocencia de la joven de 18 años Caridad Torrado, recién casada con Quian. Las pruebas testifícales en la vista demostraron que la muchacha desconocía del intento de secuestro y había sido utilizada por su cónyuge.

Un episodio más de muertes como parte de la numerosa lista de hechos terroristas contra Cuba, alentados por los gobiernos de los Estados Unidos, desde los primeros años de la Revolución.

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Armando Sáez Chávez

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos, Licenciado en Español y Literatura y Máster en Ciencias de la Educación

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