Terrific…

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 46 segundos

Fue un buen trabajo de equipo. Fue un buen trabajo de equipo de gentes que se quieren y profesan mutua simpatía. Fue un buen trabajo de equipo de gentes que se quieren y profesan mutua simpatía, pero además son oradores perfectos del idioma más bello y difícil de todos: el de la música. Esto resultó, sencilla e inobjetablemente, una obra de profesionales, de grandes profesionales del arte.

El concierto único (e irrepetible aquí, según los organizadores, aunque todo puede volver a pasar) del trompetista norteamericano Byron Stripling y el pianista cubano Aldo López-Gavilán junto a sus músicos Yizzi García (batería); Alejandro Calzadilla (saxo y clarinete) y Julio César González (bajo) en el teatro Tomás Terry debió haberse editado en un DVD y repartirse al mundo para recontrafirmar en tiempos de redomada vulgaridad cuánto extraordinario talento musical existe en esta Isla, para todo y también para el jazz. Al punto de que nuestros creadores compartieron, tú a tú, y además granjeándose la aprobación/admiración confesa del invitado, con una de las vacas sagradas del género en el planeta: el señor Stripling. Icono cultural de los Estados Unidos, este fenomenal jazzista es un emblema de la tierra de Louis Armstrong y también del mundo. Así, sin una pizca de grandilocuencia ni exageración.

El público —por fortuna conformado esta vez por apreciable número de jóvenes y estudiantes de la manifestación, junto a muchos extranjeros que se llegaron al convite de Byron y, junto al mayoritario espectador cubano, abarrotaron la instalación— pudo presenciar un acontecimiento superior en la escala jerárquica.

Stripling y López-Gavilán nos hicieron tramontar a los burdeles y los bares del viejo Nuevo Orleans, cuando entre sexo, alcohol barato, el dolor concentrado de tanta esclavitud negra, la corneta, el piano y las progresivas chispas enérgicas de improvisación brotó el jazz.

Tan contagioso, amargo, eléctrico, vitalista, libre, abierto, contenido o desbordante como puede ser el buen jazz, así lo tradujeron los acordes de este ensamble maravilloso que subyugó por su electrificante trenzado sonoro al influjo de totémicas criaturas de Armstrong y otras compuestas por Aldito y hasta un delicioso blues elaborado para estrenarlo en la ocasión para su destinatario explícito e invitado de la velada. Nueva Orleans in Old Havana, a la gloria del trompetista estadounidense de 55 años, supuso una metáfora toda del sentido del concierto, esto es propender a la definitiva hermandad de dos pueblos esencialmente musicales como el cubano y el norteamericano: sobre todo ese negro del sur estadounidense que transformó en sonidos perdurables un pasado de humillación y desprecio. Ya la posibilidad de futuro de tal posible encuentro fecundo queda en manos de las administraciones yanquis, pero desde el carril (importantísimo) del arte esta troupe refrendó la intención, empeño que también es punto en la carta del teatro Tomás Terry desde 2012 a la fecha; y a tales propósitos se inscribe de igual modo este concierto.

Con la reasunción de What a Wonderful World (también vocalizada por Stripling, a lo puro Armstrong, su autor y objeto de homenaje del recital), así como con otras gemas legendarias del pentagrama del negro inefable de la sonrisa eterna, el trompetista de Atlanta y López-Gavilán con su liga desparramaron al aire bendito de la noche líneas melódicas impregnadas de la majestad de lo imperecedero, cuya calidad y sentimiento de la ejecución, unido al sentido del swing descubierto por el genio de Louisiana, ayudaría a conformar los primeros pasos del lenguaje universal del jazz y hoy siguen ahí, por arriba de los tiempos o de las alianzas actuales del género con la fusión. Stripling se vino con todo lo del maestro y remembró el scat, la propensión empática, la fuerza del solo, la calidez y la peculiar selección de vibratos y mordentes de los sonidos más íntimos del creador blanco del tributo. Aunque también se desmarcó de tal enfile, para desarrollar el esplendor personal de un estilo que en Byron acompaña el amplio campo de su ejecutoria con la belleza del tono y la habilidad para machihembrar varias influencias dentro de su propio sello o pauta interpretativa.

López-Gavilán, verdadera genialidad criolla, saboreó cada segundo de la hora y media. Puro deleite, para él y para nosotros. Su piano fue protagonista y compañero, vehículo de servicio o estrella única sobre el escenario, según la ocasión. Privilegió la irrupción de recios solos de sus músicos acompañantes, todos sin excepción jóvenes gemas de sus respectivos instrumentos.

Espectáculos culturales como este, donde se conjugan la maestría de los ejecutantes con el goce mayúsculo de compartir sobre el escenario el goce compartido por la música, provocan mágicos estados de complicidad en un receptor a quien, ante estas cataratas de talento y escapadas de “loca” grandeza, no le queda otra que rendirse a la maravilla y exclamar cómo cualquiera que hubiese escuchado al mismísimo Armstrong en vivo: Terrific. Cuanto en castellano sería: Formidable, bárbaro, fenómeno, estupendo.

Visitas: 57

Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Un Comentario en “Terrific…

  • el 10 mayo, 2017 a las 12:43 pm
    Permalink

    Tuve el privilegio de estar la pasada noche en el teatro y disfrute de la excelencia de las interpretaciones, fue algo realmente unico e irrepetible ojala lleguen nuevas muestras como estas a adornar las noches cienfuegueras,

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *