Una chanchada política narrada por Veep

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De no ser por la mofa con la cual se entrevé lo narrado, el distanciamiento irónico, el rico sarcasmo contaminador del relato y su eterno tono “bonchesco” que saca hierro de un loquísimo matrimonio entre el esperpento y lo bufo, sería casi irrespetuoso que el punto gravitacional del argumento de la serie Veep fuera la hilaridad en los predios del poder en Washington. Porque no hay nada gracioso en la realidad, ni dentro de las oficinas de la vicepresidencia, ni en la presidencia, ni en ningún foco de poder de la primera potencia militar del mundo, cuyo legado ha sido siniestro para la humanidad en todos los términos.

En fecha reciente James Petras publicó en Rebelión un ensayo sobre cuánto deja Obama para la posteridad, el cual de veras recomiendo a todos los lectores. Bueno, al grano. Y el grano no es el que tiene en su rostro la vicepresidenta-presidenta Selina Meyer (Julia Louis-Dreyfus) en el arranque de la última temporada. El grano es el punto cómico del material de HBO. Y lo tiene, a un punto refocilante, de desternille.

Detrás de la criatura, a estrenarse en breve por la televisión nacional, está alguien con experiencia en la sátira política como el británico Armando Iannucci (The thick of it, In the Loop) y delante de la cámara un talento descomunal en la comedia como Julia Louis-Dreyfus. Con ese combo no creo exista proyecto en los mundos conocidos que pueda descabezarse. Olvídemonos de Seinfeld y los premios a la actriz por Veep. Valorémosla solo por cuanto hace aquí, más allá de supratextos. Es fenomenalmente buena, espléndida. Su rostro se transmuta en arsenal explosivo de recursos humorísticos; el enarque de sus cejas, la intención de la mirada, las inflexiones de la voz, todo, absolutamente cuanto hace esta mujer aquí resulta bueno hasta el delirio. Hasta en los no pocos capítulos de mero relleno, donde el genio de Iannucci y su magnífico comité de guionistas parecen haber ido a tomarse un fin de semana largo a Londres, ella refulge y bendice a las escenas con el aura natural de un portento de la comedia. Tony Hale, como su edecán, igual para batir la natilla. Delicioso.

Veep deja, no sin vitriolo y reconvención, como trigo ideológico, a la larga, algo que en el actual escenario eleccionario allí viene como anillo al dedo: el muy peligroso grado de estulticia y la falta absoluta de ética a las cuales han llegado segmentos de la clase política vinculados a la expresión máxima del poder. Selina Meyer podrá escalar hasta el punto culminante de la cadena de mando, pero su formación cultural y sus conocimientos políticos son escasos, casi nulos. Es algo que Iannucci subraya entre las características fundamentales de su personaje central para esta serie ganadora de innumerables lauros en la tv norteamericana. Y lo concibió mucho antes de Trump y su chanchada.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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