Una cicatriz en la memoria

Ya no volveremos a toparle en el Parque Martí, con su andar parsimonioso, el bolsillo de la camisa henchido de plumas de colores, una pachanga o sombrero que le abriga del sol, los espejuelos permitiéndole mirar con perspicacia las realidades complejas y, por supuesto, aquella entresonrisa congeniando con su decir protocolar, exuberante, intentando hacer trascendente la rutina.

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