Swallow: Nora hoy se traga canicas

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A la manera de la celebérrima Nora, personaje central del drama escénico Casa de muñecas (Henrik Ibsen, 1879), obra precursora de los alegatos feministas, Hunter, la quizá un punto anacrónica protagonista del largometraje Swallow (Carlo Mirabella-Davis, 2019), cumple la mera función de figura encargada de la rutina hogareña en la mansión que le compra a la pareja, como regalo de bodas, la millonaria familia del esposo.

La bella Hunter —interpretada por la actriz Haley Bennett, en perfecta sincronía por lo precisado por el guion del propio Carlo Mirabella-Davis— no tiene derecho siquiera a contar una tonta historia pueblerina en la cena junto a su familia política, porque el suegro la interrumpe para hablar de negocios. Luego, la suegra le recordará lo dichosa que debe sentirse por haber pescado un partido como el de su rico hijo, quien por cierto a veces suele prestarle más interés al teléfono que a la joven ama de casa.

La muchacha limita su dinámica casera a hacer los deberes domésticos y esperar al marido, vestida de forma impecable y con la residencia impoluta, para cenar en la noche, antes de comentarle lo afortunada que es por disfrutar tan auspiciosa vida al lado de alguien como él.

Pero, por supuesto, esa constituye la cáscara del personaje; dentro subyace un sustrato de incomodidad y de sinsentido vital que de alguna manera debe llenar. Y Hunter, literalmente, lo llena tragándose diversos objetos: canicas, alfileres, tornillos…, los cuales serán divisados, los que no logró evacuar, en el ultrasonido para visualizar al feto que lleva en su vientre.

Con independencia de que dicho desorden psicológico exista —se conoce como Pica—, cuanto le interesa a Mirabella-Davis aquí es el sentido metafórico del hecho, el cual instituye en tanto acto de rechazo, empoderamiento, libertad e independencia de la ignorada muchacha, a quien a la larga no le quedará otro camino que huir de la mansión, pues la quieren recluir en un hospital psiquiátrico. Dicho escape funciona en Swallow como el portazo final de Nora en el drama de Ibsen.

Las palabras del esposo en una conversación telefónica con la fugada Hunter definirá, por si las dudas, la esencia malévola del rubicundo epítome del patriarcado alto-burgués del siglo XXI: “Te voy a cazar”.

Swallow —con una puesta en escena provista de pericia, pragmático sentido de la forma de generar y distribuir la tensión, elocuencia en las imágenes y solvente economía de la información— pierde fuelle, en cambio, a partir de la iteración de su ítem central; sobre todo a lo largo del segmento resolutivo del filme. Durante plena efervescencia volcánica del #MeToo, se plantea nada casual su discurso en torno al empoderamiento femenino a partir del derecho a disponer del propio cuerpo y, lo peor, este llega a ser muy remarcado.

Semejante tipo de películas focalizadas en contextos cerrados suele buscar aire (principalmente por temor al hastío del espectador)mediante subtramas superfluas; aquí sería la de la introducción del padre desconocido de Hunter, cuya mención conlleva la visita de ella al hogar de este señor, de quien solo guarda cierta negativa revelación materna. El guionista y realizador debió reparar que nuestra golondrina tragadora de objetos no precisa volar justo por cuanto haya hecho en el pasado papá, quien poco pinta en el relato no sea subrayar que todos los hombres de la obra son unos redomados cabrones. Ah, no; menos uno: el sirio enfermero que deja escapar a Hunter. Un árabe bueno, para que nadie le eche en cara nada a Carlo Mirabella-Davis.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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